III meditación cuaresmal: “El amor al prójimo, debe empujar a los hambrientos de justicia
a preocuparse de los hambrientos de pan”
Viernes, 23 mar (RV).- El Predicador de la Casa Pontificia, padre Raniero Cantalamessa,
ha tenido hoy, en presencia de Benedicto XVI, su tercera meditación cuaresmal que
ha llevado por tema: “Bienaventurados los hambrientos porque ellos serán saciados”.
Las bienaventuranzas, ha observado el padre Cantalamessa, se materializan en los Evangelios
de Lucas y Mateo. El primero, habla de “pobres y hambrientos”; Mateo en cambio, “de
pobres de espíritu y hambrientos de justicia”. Pero la versión de Mateo no se opone
a la de Lucas, sino que la refuerza y la confirma. A la luz de estas interpretaciones
el hambre material de Lucas y el hambre espiritual de Mateo están directamente relacionadas:
el amor al prójimo, debe empujar “a los hambrientos de justicia a preocuparse de los
hambrientos de pan”.
El padre capuchino, reflexionando sobre el texto de Lucas
ha dicho que “el rico Epulón y todos los otros ricos del Evangelio, no son condenados
por el simple hecho de ser ricos sino por el uso que hacen o no hacen de sus riquezas.
El remedio es hacerse amigo de los pobres con la riqueza”. Una reflexión sobre la
bienaventuranza de los hambrientos y de los saciados no puede justificarse sólo con
el significado exegético; debe ayudarnos a leer con ojos evangélicos la situación
entorno a nosotros y llevarnos a actuar en el sentido indicado por la bienaventuranza.
La parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro se repite hoy en medio de nosotros
a escala mundial. Epulón y Lázaro están representados en los dos hemisferios: el rico
Epulón representa el hemisferio norte, y el pobre Lázaro, con pocas excepciones, el
hemisferio sur. Dos personajes, dos mundos. El primer mundo y el tercer mundo. El
mundo rico, “que consume el 85 por ciento de los recursos del planeta, intenta incluso
conseguir el 15 por ciento restante”.
Para el padre capuchino “el mayor pecado
contra los pobres y los hambrientos es la indiferencia, y fingir que no se ven: ignorar
las inmensas multitudes de hambrientos, de mendicantes, las personas sin casa, sin
asistencia médica y sobre todo, sin esperanza para un mundo mejor”. La primera cosa
que se debe hacer, es romper esta barrera de la indiferencia y la insensibilidad,
porque en el mundo estamos llamados a compartir el suspiro de Cristo: “Siento compasión
por esta multitud que no tiene nada que comer”.
Eliminar o reducir el injusto
y escandaloso abismo que existe entre los saciados y los hambrientos del mundo es
la tarea más urgente y mayor que la humanidad sigue sin resolver al comienzo del tercer
milenio. Y a este propósito, el padre Cantalamessa, ha recordado el fuerte llamamiento
que hizo Benedicto XVI el pasado enero ante el Cuerpo Diplomático acreditado ante
al Santa Sede. “El escándalo del hambre que tiende a agravarse es inaceptable en un
mundo que dispone de bienes, conocimientos y medios para solucionarlo”.
Jesús
nos ha dejado una antítesis perfecta del banquete del rico Epulón: La Eucaristía,
la celebración cotidiana al gran banquete en el que todos están invitados. La Eucaristía
es el perfecto ágape porque para todos hay el mismo pan y la misma cantidad. El predicador
ha terminado leyendo la reciente exhortación postsinodal sobre la Eucaristía de Benedicto
XVI que dice: “El alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas
del hombre, en las que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta
de comida y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en la construcción
de la civilización del amor”.