V jornada de ejercicios espirituales: la santidad de la Iglesia es eterna a pesar
de las debilidades y de las culpas humanas de algunos de los miembros del Cuerpo de
Cristo Crucificado y Resucitado
Jueves, 1 mar (RV).- Este jueves, las meditaciones de los ejercicios espirituales
de Cuaresma de Benedicto XVI y de sus colaboradores de la Curia Romana se han centrado
en la Iglesia. Iglesia – ha afirmado el cardenal Biffi – que «queremos contemplar
en su realidad más auténtica, es decir, aquella que se presenta a la mirada complacida
del Padre».
El purpurado, arzobispo emérito de Bolonia, ha hecho hincapié en
el tema elegido para este año «Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado
a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra (Col 3,
1-2)». Y, en particular, ha insistido esta mañana en su primera meditación, en la
«Necesidad de una eclesiología anagógica», es decir, trascendente, con la perspectiva
del sentido místico de la Sagrada Escritura, encaminado a dar idea de la bienaventuranza
eterna y de la elevación del alma en la contemplación cristiana.
«Una de las
metas irrenunciables del compromiso pastoral es el de hacer redescubrir al Pueblo
de Dios – a los pequeños, como debemos ser todos – la dicha y el orgullo de la pertenencia
eclesial», ha subrayado el cardenal Biffi, añadiendo que ésta es una de las necesidades
extremas y apremiantes de este momento, pero que también lo fue desde los comienzos
de la cristiandad. Es la historia del Pueblo de Dios, que conforma la Iglesia – Esposa
del Señor – cuya santidad es eterna a pesar de las debilidades y de las culpas humanas
de algunos de los miembros del Cuerpo de Cristo Crucificado y Resucitado.
En
la segunda meditación de esta mañana, el cardenal Biffi ha evocado «la gran anagogía
eclesiológica de San Pablo». Tras reiterar que la Iglesia - «humanidad alcanzada y
transformada por la acción redentora está ligada de forma ontológica al Señor Resucitado,
gracias a la efusión renovadora del Espíritu, cuya energía es inextinguible» - el
mismo purpurado ha recordado que la Redención es eterna, insistiendo luego en la imagen
nupcial de la Iglesia. Pues «el Señor Crucificado y Resucitado hace existir a su Iglesia
envolviéndola con su Amor. Todo lo que está envuelto y arrebatado con este Amor es
eclesial. Mientras que todo lo que se sustrae a este Amor no es eclesial».
La
Iglesia, esposa y cuerpo de Cristo, cuyos miembros – el Pueblo de Dios - caminan en
la historia humana, «brilla con innumerables testimonios heroicos, con sus enseñanzas
lúcidas y valientes, con sus impresionantes ejemplos de caridad y con sus excepcionales
manifestaciones de belleza» y, en el diseño de la Sabiduría divina y en su plan salvífico
conoce el misterio de la realidad histórica de las culpas humanas. La Iglesia «hace
memoria de la Redención», de «Cristo, principio y centro del diseño del Padre, que
lleva en su carne de Crucificado y de Resucitado las huellas de una lucha dura» del
mal contra el bien. «Bien que vence definitiva y eternamente».