El Papa elogia la renuncia de los consagrados para seguir a Cristo, y su aceptación
de una forma de pensar y vivir 'en contraste con la lógica del mundo'
Viernes, 2 feb (RV).- Esta tarde a las cinco y media tuvo lugar en la basílica de
san Pedro la bendición de las candelas, la procesión y la Santa Misa con los religiosos
y las religiosas celebrada por el cardenal Franck Rodé, prefecto de la Congregación
para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica en ocasión
la fiesta de la Presentación del Señor al Templo. Al final de la liturgia eucarística
el Santo Padre bajó a la basílica y dirigió unas palabras a los presentes.
La
liturgia de hoy recuerda la Presentación del Señor al Templo, fiesta elegida por mi
venerado predecesor, Juan Pablo II, recordó el Papa, como “Jornada de la Vida Consagrada”…
La conmemoración de hoy es más que nunca oportuna para pedir juntos Señor el don de
una siempre más consistente e incisiva presencia de los religiosos, de las religiosas
y de las personas consagradas en las Iglesia en camino por las vías del mundo… La
fiesta que hoy celebramos nos recuerda que vuestro testimonio evangélico, para que
sea verdaderamente eficaz, debe brotar de una respuesta sin reservas a la iniciativa
de Dios que os ha consagrado a sí con un especial acto de amor.
Como a los
ancianos Simeón y Ana deseaban ver al Mesías antes de su muerte y hablaban de él
“a cuantos esperaban la redención de Jerusalén”, así también en este nuestro tiempo
está difundido, sobretodo entre los jóvenes, la necesidad de encontrar a Dios. Aquellos
que son elegidos por Dios para la vida consagrada hacen suyo en modo definitivo este
hálito espiritual. En ellos habita de hecho una sola espera: aquella del Reino; arde
una única sed de amor, que sólo el Eterno puede apagar.
Con su ejemplo proclaman
a un mundo a menudo desorientado, pero en realidad cada vez más en búsqueda de un
sentido, que Dios es el Señor de la existencia, que su “gracia vale más que la vida”.
Eligiendo la obediencia, la pobreza y la castidad por el Reino de los cielos, muestran
que todo apego y amor a las cosas y a las personas es incapaz de saciar definitivamente
el corazón; que la existencia terrenal es una espera más ó menos larga del encuentro
“cara a cara” con el Esposo divino, espera de vivir con corazón siempre vigilante
para estar listos a reconocerlo y a acogerlo cuando vendrá.
Por su naturaleza,
la vida consagrada constituye una respuesta a Dios total y definitiva, incondicional
y apasionada. Y cuando se renuncia a todo para seguir a Cristo, cuando se le da aquello
que es más querido, enfrentando todo sacrificio, entonces, como ocurrió con el divino
Maestro, también la persona consagrada que sigue sus huellas se convierte necesariamente
“signo de contradicción”, para él su modo de pensar y de vivir está a menudo en contraste
con la lógica del mundo. Se escoge a Cristo, es mas se deja “conquistar” por él sin
reservas. Ante tal valor, cuanta gente sedienta de verdad permanece impactada y es
atraída por quien no duda en dar la vida, la propia vida, por aquello en lo que cree...
No olviden jamás que la vida consagrada es un don divino, y que es en primer
lugar el Señor a conducirla a buen fin según sus proyectos. Esta certeza debe ser
de confortación, preservándoles de la tentación de la desesperanza ante las inevitables
dificultades de la vida y a los múltiples desafíos de la época moderna. En efecto,
en los tiempos difíciles que estamos viviendo no pocos Institutos pueden advertir
una sensación de desorientación por las debilidades que encuentran en su interior
y por los múltiples obstáculos que encuentran en el llevar a cumplimiento su misión.
Aquel Niño Jesús, que hoy viene presentado al Templo, esta vivo entre nosotros y nos
sostiene en una manera visible para que cooperemos fielmente con El en la obra de
la salvación.