Benedicto XVI agradece el servicio "fiel y generoso" del cardenal Antonio María Javierre
Ortas en la misa de exequias celebrada en la Basílica de San Pedro
Viernes, 2 feb (RV).- Su Santidad Benedicto XVI ha presidido este mediodía en el Altar
de la Cátedra de la Basílica de San Pedro las exequias del cardenal español Antonio
María Javierre Ortas, fallecido ayer en Roma, a la edad de 85 años, tras sufrir un
infarto. El purpurado era Prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos. En su homilía el Papa ha recordado que “el venerado
y querido cardenal, hijo espiritual de san Juan Bosco, falleció, precisamente, un
día después de la celebración de la memoria litúrgica del Fundador de los Salesianos”.
“A
su familia religiosa se une hoy la oración coral de sufragio de la Curia Romana, de
los familiares y amigos, en el día en el que la liturgia recuerda la Presentación
del Señor al Templo. Las palabras del anciano Simeón que aprieta entre sus brazos
al Niño Jesús, resuenan en esta circunstancia -ha dicho el Pontífice- con particular
emoción: “Nunc dimittis servum tuum Domine, secundum verbum tuum in pace” (Ahora deja,
oh Señor, que tu siervo vaya en paz, según tu palabra). “Es la oración que la Iglesia
eleva a Dios cuando baja la noche, y es significativo recordarla hoy pensado en nuestro
hermano, llegado al ocaso de su vida terrena”.
Nacido en Siétamo, provincia
de Huesca, el 21 de febrero de 1921, él ha tenido el don de una larga existencia,
animada desde su juventud por un acentuado espíritu misionero. Siguiendo el ejemplo
de don Bosco -ha señalado el Papa- hubiera querido vivir su vocación de salesiano
en directo contacto con la juventud, en tierra de misión, pero la Providencia lo llamó
a otros quehaceres. Ha sido apóstol en los ambientes de la Universidad y de la Curia
Romana, sin perder nunca, la ocasión para desarrollar una intensa actividad espiritual
en el ámbito teológico y en el de la cultura, sobre todo animando a grupos de profesores
y religiosos, y como capellán universitario. El suyo fue un servicio eclesial, fiel
y generoso”.
Benedicto XVI ha explicado que ayer pudo tener entre las manos
algunas cartas que el cardenal Javierre Ortas había dirigido al Papa Juan Pablo II.
De ellas emerge la referencia privilegiada que la Eucaristía tuvo siempre en su vida,
como por ejemplo en 1992, tras ser nombrado Prefecto de la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos, cuando escribió: Huelga repetir en
esta ocasión mi voluntad incondicionada de servicio. Cuente, Santidad, con mi esfuerzo
sincero de conducir a término el cometido que se me ha encomendado. Lo imagino gravitando
por completo en torno a la EUCARISTIA. Todo gira en torno a ese baricentro.
“Lo
mismo sucedió -ha proseguido Benedicto XVI- en ocasión del 50 aniversario de su ordenación
sacerdotal, en la carta de agradecimiento al Santo Padre”, en la que expresaba su
alegría de revivir los mismos sentimientos de su ordenación en Salamanca, conciente
de que en la Eucaristía, sacramento del sacrificio, Cristo actualiza en plenitud su
único Sacerdocio”.
“El cardenal Javierre Ortas ha querido que su existencia
personal y su misión eclesial fueran un mensaje de esperanza: a través de su apostolado,
siguiendo el ejemplo de san Juan Bosco, se esforzó en comunicar a todos que Cristo
está siempre con nosotros. “Él, que era hijo de la patria de Santa Teresa y de san
Juan de la Cruz seguramente había rezado muchas veces estos versos”, ha dicho el Papa:
“Nada te turbe, /
nada te espante. / Quien a Dios tiene / nada le falta / … / Solo Dios basta”.
Y
precisamente porque estaba habituado a vivir apoyándose en estas convicciones, el
cardenal Javierre Ortas, en el momento de dejar su cargo en la Curia -ha recordad
el Pontífice-, pudo escribir nuevamente al Papa Juan Pablo II palabras llenas de esperanza:
“No me resta sino
impetrar que el Señor utilice – en registro divino – la bondad de su Vicario cuando
en la tarde de la vida – no lejana – suene para mi la hora del examen sobre el amor”.
Finalmente,
Benedicto XVI ha mencionado la profunda devoción a María que tenía el purpurado español
fallecido. “De la amada y venerada María intentó imitar el estilo de un servicio discreto
y generoso” y habiendo dejado el cargo en su dicasterio, se dedicó de lleno al servicio
que nunca hay que abandonar: la oración.