El Papa destaca la urgencia de la nueva Evangelización en América Latina que impulse
a profundizar en los valores de la fe, para que sean savia y configuren la identidad
de sus pueblos
Sábado, 20 ene (RV).- Benedicto XVI ha recibido esta mañana en audiencia a los consejeros
y miembros de la Pontificia Comisión para América Latina con ocasión de su reunión
Plenaria. El Papa en su discurso ha hablado de los desafíos que al inicio de este
tercer milenio se plantean a la Evangelización y sobre el tema de reflexión de este
encuentro: “La familia y la educación cristiana en América Latina”, muy en consonancia
con el inolvidable Encuentro Mundial de las Familias del pasado verano en Valencia.
“Fue un hermoso acontecimiento -ha dicho el Santo Padre- que pude compartir con familias
católicas de todo el mundo, muchas de ellas latinoamericanas.
Luego, el Pontífice
se ha centrado en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe,
que inaugurará en mayo en Aparecida, Brasil, y que está llamada a dar un renovado
impulso a la Evangelización. En esa vasta región del mundo, eminentemente católica,
la Iglesia afronta enormes desafíos: el cambio cultural que marca los modos de pensar
y las costumbres; los flujos migratorios, con tantas repercusiones en la vida familiar
y en la práctica religiosa; nuevos interrogantes sobre la memoria histórica y el futuro
democrático; la globalización, el secularismo, la pobreza creciente y el deterioro
ecológico, sobre todo en las grandes ciudades, así como la violencia y el narcotráfico.
“Ante
todo ello, se ve la necesidad urgente de una nueva Evangelización, que nos impulse
a profundizar en los valores de nuestra fe, para que sean savia y configuren la identidad
de esos amados pueblos que un día recibieron la luz del Evangelio”.
Siguiendo
el tema elegido de dicha Conferencia: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para
que nuestros pueblos en Él tengan vida”, el Papa dice que, la V Conferencia ha de
fomentar que todo cristiano se convierta en un verdadero discípulo de Jesucristo,
enviado por Él como apóstol, y como decía el Papa Juan Pablo II, “no de re-evangelización
sino de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”.
“Cuando
la fe no se alimenta de la oración y meditación de la Palabra divina; cuando la vida
sacramental languidece, entonces prosperan las sectas y los nuevos grupos pseudoreligiosos,
provocando el alejamiento de la Iglesia por parte de muchos católicos”.
“Jesucristo
es, pues -ha afirmado Benedicto XVI-, la respuesta definitiva a la pregunta sobre
el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy
a tantos hombres y mujeres del continente americano”. Para el futuro de la Iglesia
en Latinoamérica y el Caribe es importante que los cristianos profundicen y asuman
el estilo de vida propio de los discípulos de Jesús: sencillo y alegre, con una fe
sólida arraigada en lo más íntimo de su corazón y alimentada por la oración y los
sacramentos.
“El verdadero discípulo crece y madura en la familia, en la comunidad
parroquial y diocesana; se convierte en misionero cuando anuncia la persona de Cristo
y su Evangelio en todos los ambientes: la escuela, la economía, la cultura, la política
y los medios de comunicación social”, ha señalado el Papa. De modo especial, los frecuentes
fenómenos de explotación e injusticia, de corrupción y violencia, son una llamada
apremiante para que los cristianos vivan con coherencia su fe y se esfuercen por recibir
una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de
una sociedad más justa, más humana y cristiana.
DISCURSO COMPLETO
Señores
Cardenales, Queridos hermanos en el Episcopado:
Me da mucha alegría recibir
y saludar con afecto a los Consejeros y Miembros de la Pontificia Comisión para América
Latina con ocasión de su Reunión Plenaria. Agradezco a su Presidente, el Cardenal
Giovanni Battista Re, sus amables palabras que expresan el sentir de todos vosotros
y el deseo profundo de renovar vuestro compromiso de servir, cum Petro et sub Petro,
a la Iglesia que peregrina en América Latina, siguiendo el ejemplo de Cristo, el Buen
Pastor, que ama y se entrega por sus ovejas.
Pensando en los desafíos que al
inicio de este tercer milenio se plantean a la Evangelización, se ha escogido como
tema de reflexión este encuentro “La familia y la educación cristiana en América Latina”,
muy en consonancia con el inolvidable Encuentro Mundial de las Familias el pasado
verano en Valencia, España. Fue un hermoso acontecimiento que pude compartir con familias
católicas de todo el mundo, muchas de ellas latinoamericanas.
Vuestra presencia
aquí me hace pensar en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del
Caribe, que he convocado en Aparecida, Brasil, y que tendré el gusto de inaugurar.
Pido al Espíritu Santo, que asiste siempre a su Iglesia, que la gloria de Dios Padre
misericordioso y la presencia pascual de su Hijo iluminen y guíen los trabajos de
este importante evento eclesial a fin de que sea signo, testimonio y fuerza de comunión
para toda la Iglesia en América Latina.
Esta Conferencia, en continuidad con
las cuatro anteriores, está llamada a dar un renovado impulso a la Evangelización
en esa vasta región del mundo eminentemente católica, en la que vive una gran parte
de la comunidad de los creyentes. Es preciso proclamar íntegro el Mensaje de la Salvación,
que llegue a impregnar las raíces de la cultura y se encarne en el momento histórico
latinoamericano actual, para responder mejor a sus necesidades y legítimas aspiraciones.
Al
mismo tiempo, se ha de reconocer y defender siempre la dignidad de cada ser humano
como criterio fundamental de los proyectos sociales, culturales y económicos, que
ayuden a construir la historia según el designio de Dios. En efecto, la historia latinoamericana
ofrece multitud de testimonios de hombres y mujeres que han seguido fielmente a Cristo
de un modo tan radical que, llenos de ese fuego divino que lo consume todo, han forjado
la identidad cristiana de sus pueblos. Su vida es un ejemplo y una invitación a seguir
sus pasos.
La Iglesia en América Latina afronta enormes desafíos: el cambio
cultural generado por una comunicación social que marca los modos de pensar y las
costumbres de millones de personas; los flujos migratorios, con tantas repercusiones
en la vida familiar y en la práctica religiosa en los nuevos ambientes; la reaparición
de interrogantes sobre cómo los pueblos han de asumir su memoria histórica y su futuro
democrático; la globalización, el secularismo, la pobreza creciente y el deterioro
ecológico, sobre todo en las grandes ciudades, así como la violencia y el narcotráfico. Ante
todo ello, se ve la necesidad urgente de una nueva Evangelización, que nos impulse
a profundizar en los valores de nuestra fe, para que sean savia y configuren la identidad
de esos amados pueblos que un día recibieron la luz del Evangelio. Por ello resulta
oportuno el tema elegido como guía para las reflexiones de dicha Conferencia: Discípulos
y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. En efecto,
la V Conferencia ha de fomentar que todo cristiano se convierta en un verdadero discípulo
de Jesucristo, enviado por Él como apóstol, y como decía el Papa Juan Pablo II, “no
de re-evangelización sino de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos,
en su expresión”, a fin de que la Buena Noticia arraigue en la vida y en la conciencia
de todos los hombres y mujeres de América Latina (Discurso en la apertura de la XIX
Asamblea del Consejo del Episcopado Latinoamericano. Port-au-Prince, Haití, 9 marzo
1983).
Queridos Hermanos: los hombres y mujeres de América Latina tienen una
gran sed de Dios. Cuando en la vida de las comunidades se produce un sentimiento como
de orfandad respecto a Dios Padre, es vital la labor de los Obispos, sacerdotes y
demás agentes de pastoral, que den testimonio, como Cristo, de que el Padre es siempre
Amor providente que se ha revelado en su Hijo. Cuando la fe no se alimenta de la oración
y meditación de la Palabra divina; cuando la vida sacramental languidece, entonces
prosperan las sectas y los nuevos grupos pseudoreligiosos, provocando el alejamiento
de la Iglesia por parte de muchos católicos. Al no recibir éstos respuestas a sus
aspiraciones más hondas, que podrían encontrarse en la vida de fe compartida, se producen
también situaciones de vacío espiritual. En la labor evangelizadora es fundamental
recordar siempre que el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo en Pentecostés,
y que ese mismo Espíritu sigue impulsando la vida de la Iglesia. Por eso es importante
el sentido de pertenencia eclesial, donde el cristiano crece y madura en la comunión
con sus hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre.
“Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). Como señalaba mi venerado predecesor
Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America, “Jesucristo es, pues,
la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes
fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del continente americano”
(n. 10). Sólo viviendo intensamente su amor a Jesucristo y entregándose generosamente
al servicio de la caridad, sus discípulos serán testigos elocuentes y creíbles del
inmenso amor de Dios por cada ser humano. De esta manera, amando con el mismo amor
de Dios, llegarán a ser agentes de la transformación del mundo, instaurando en él
una nueva civilización, que el querido Papa Pablo VI llamaba justamente “la civilización
del amor” (cf. Discurso en la clausura del Año Santo, 25 diciembre 1975).
Para
el futuro de la Iglesia en Latinoamérica y el Caribe es importante que los cristianos
profundicen y asuman el estilo de vida propio de los discípulos de Jesús: sencillo
y alegre, con una fe sólida arraigada en lo más íntimo de su corazón y alimentada
por la oración y los sacramentos. En efecto, la fe cristiana se nutre sobre todo de
la celebración dominical de la Eucaristía, en la cual se realiza un encuentro comunitario,
único y especial con Cristo, con su vida y su palabra.
El verdadero discípulo
crece y madura en la familia, en la comunidad parroquial y diocesana; se convierte
en misionero cuando anuncia la persona de Cristo y su Evangelio en todos los ambientes:
la escuela, la economía, la cultura, la política y los medios de comunicación social.
De modo especial, los frecuentes fenómenos de explotación e injusticia, de corrupción
y violencia, son una llamada apremiante para que los cristianos vivan con coherencia
su fe y se esfuercen por recibir una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo
así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana.
Es
un deber importante alentar a los cristianos que, animados por su espíritu de fe y
caridad, trabajan incansablemente para ofrecer nuevas oportunidades a quienes se encuentran
en la pobreza o en las zonas periféricas más abandonadas, para que puedan ser protagonistas
activos de su propio desarrollo, llevándoles un mensaje de fe, de esperanza y de solidaridad.
Para
terminar, vuelvo al tema de vuestro encuentro de estos días sobre la familia cristiana,
lugar privilegiado para vivir y transmitir la fe y las virtudes. En el hogar se custodia
el patrimonio de la fe; en él los hijos reciben el don de la vida, se sienten amados
tal como son y aprenden los valores que les ayudarán a vivir como hijos de Dios. De
esta manera, la familia, acogiendo el don de la vida, se convierte en el ambiente
propicio para responder al don de la vocación (cf. Alocución en el Ángelus, Valencia,
8 julio 2006), especialmente ahora en que se siente tanto la necesidad de que el Señor
envíe trabajadores a su mies.
Pidamos a María, modelo de madre en la Sagrada
Familia y Madre de la Iglesia, Estrella de la Evangelización, que guíe con su intercesión
maternal a las comunidades eclesiales de Latinoamérica y el Caribe, y asista a los
participantes en la V Conferencia para que encuentren los caminos más apropiados a
fin de que aquellos pueblos tengan vida en Cristo y construyan, en el llamado “Continente
de la esperanza”, un futuro digno para todo hombre y mujer. Os aliento a todos en
vuestros trabajos y os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.