Misa del Gallo: “el niño de Belén nos hace poner los ojos en todos los niños que sufren
y son explotados en el mundo, tanto los nacidos como los no nacidos”
Lunes, 25 dic (RV).- Benedicto XVI ha celebrado esta noche la Misa del Gallo en la
Basílica Vaticana y su homilía se ha centrado en el gran regalo que nos ha hecho Dios
haciéndose niño por nosotros, convirtiendo así la Navidad en “la fiesta de los regalos
para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo”. El Papa ha querido subrayar sobre todo
que “Dios nos enseña así a amar a los pequeños. El niño de Belén nos hace poner los
ojos en todos los niños que sufren y son explotados en el mundo, tanto los nacidos
como los no nacidos. En los niños convertidos en soldados y encaminados a un mundo
de violencia; en los niños que tienen que mendigar; en los niños que sufren la miseria
y el hambre; en los niños carentes de todo amor.
“En todos ellos, es el niño
de Belén quien nos reclama; nos interpela el Dios que se ha hecho pequeño. En esta
noche, oremos para que el resplandor del amor de Dios acaricie a todos estos niños,
y pidamos a Dios que nos ayude a hacer todo lo que esté en nuestra mano para que se
respete la dignidad de los niños; que nazca para todos la luz del amor, que el hombre
necesita más que las cosas materiales necesarias para vivir”.
El Santo Padre
ha profundizado en el concepto de Dios hecho niño por nosotros, convirtiéndose en
nuestro prójimo y restableciendo de ese modo la imagen del hombre que a menudo se
nos presenta tan poco atrayente. “Navidad –ha dicho el Pontífice- se convierte en
la fiesta de los regalos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo. Y en este contexto
el Papa ha sugerido que “entre tantos regalos que compramos y recibimos no olvidemos
el verdadero regalo: darnos mutuamente algo de nosotros mismos. Darnos mutuamente
nuestro tiempo.
“Y en las comidas de estos días de fiesta recordemos la palabra
del Señor: «Cuando des una comida o una cena, no invites a quienes corresponderán
invitándote, sino a los que nadie invita, ni pueden invitarte (cf. Lc 14,12-14). Precisamente,
esto significa también: Cuando tú haces regalos en Navidad, no has de regalar algo
sólo a quienes, a su vez, te regalan, sino también a los que nadie hace regalos ni
pueden darte nada a cambio”.
La señal que encuentran los pastores en esta noche
no es nada extraordinario, nada prodigioso ni espectacular. “Solo verán –ha dicho
Benedicto XVI- a un niño envuelto en pañales que, como todos los niños, necesita los
cuidados maternos; un niño que ha nacido en un establo y que no está acostado en una
cuna, sino en un pesebre. La señal de Dios es el niño, su necesidad de ayuda y de
pobreza”.
“Dios ha cumplido su palabra y la ha abreviado”. Entorno a estas
palabras de Isaías en el Antiguo testamento y de su doble interpretación por parte
de los Padres de la Iglesia, ha centrado el Santo Padre toda su homilía, para explicar
en primer lugar porqué Dios se hace niño por nosotros. El segundo significado es que
a través de los tiempos “la Palabra que Dios nos comunica en los libros de la Sagrada
Escritura se había hecho larga. Larga y complicada no sólo para la gente sencilla
y analfabeta, sino más todavía para los conocedores de la Sagrada Escritura, para
los eruditos que, como es notorio, se enredaban con los detalles y sus problemas sin
conseguir prácticamente llegar a una visión de conjunto.
“Jesús ha « hecho
breve » la Palabra, nos ha dejado ver de nuevo su más profunda sencillez y unidad.
Todo lo que nos enseñan la Ley y los profetas se resume en esto: « Amarás al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… Amarás a tu prójimo
como a ti mismo » (Mt 22,37-39). Esto es todo: la fe en su conjunto se reduce a este
único acto de amor que incluye a Dios y a los hombres”.
El Santo Padre ha subrayado
de nuevo cómo Dios ha “hecho breve” su Palabra, como ya no está lejos, no es desconocido,
ni inaccesible a nuestro corazón. “Se ha hecho niño por nosotros y así ha disipado
toda ambigüedad. Se ha hecho nuestro prójimo, restableciendo también de este modo
la imagen del hombre que a menudo se nos presenta tan poco atrayente. Dios se ha hecho
don por nosotros. Se ha dado a sí mismo. Por nosotros asume el tiempo. Él, el Eterno
que está por encima del tiempo, ha asumido el tiempo, ha tomado consigo nuestro tiempo”.
Homilía
completa del Santo Padre durante la Santa Misa de Medianoche (Basílica
de S. Pedro, 25 de diciembre de 2006)
¡Queridos hermanos y hermanas!
Acabamos de escuchar en el Evangelio lo que en la Noche santa los Ángeles
dijeron a los pastores y que ahora la Iglesia nos proclama: « Hoy, en la ciudad de
David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis una señal: encontraréis
un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre » (Lc 2,11s.). Nada prodigioso,
nada extraordinario, nada espectacular se les da como señal a los pastores. Verán
solamente un niño envuelto en pañales que, como todos los niños, necesita los cuidados
maternos; un niño que ha nacido en un establo y que no está acostado en una cuna,
sino en un pesebre. La señal de Dios es el niño, su necesidad de ayuda y su pobreza.
Sólo con el corazón los pastores podrán ver que en este niño se ha realizado la promesa
del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: « un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado. Lleva al hombro el principado> (Is 9,5). Tampoco a nosotros
se nos ha dado una señal diferente. El ángel de Dios, a través del mensaje del Evangelio,
nos invita también a encaminarnos con el corazón para ver al niño acostado en el pesebre.
La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es el niño. La señal de
Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Éste es su modo de reinar. Él no viene
con poderío y grandiosidad externas. Viene como niño inerme y necesitado de nuestra
ayuda. No quiere abrumarnos con la fuerza. Nos evita el temor ante su grandeza. Pide
nuestro amor: por eso se hace niño. No quiere de nosotros más que nuestro amor, a
través del cual aprendemos espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su pensamiento
y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad
de la renuncia que es parte esencial del amor. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros
pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo. Los Padres de la Iglesia, en su traducción
griega del antiguo Testamento, usaron unas palabras del profeta Isaías que también
cita Pablo para mostrar cómo los nuevos caminos de Dios fueron preanunciados ya en
el Antiguo Testamento. Allí se leía: « Dios ha cumplido su palabra y la ha abreviado»
(Is 10,23; Rm 9,28). Los Padres lo interpretaron en un doble sentido. El Hijo mismo
es la Palabra, el Logos; la Palabra eterna se ha hecho pequeña, tan pequeña como para
estar en un pesebre. Se ha hecho niño para que la Palabra esté a nuestro alcance.
Dios nos enseña así a amar a los pequeños. A amar a los débiles. A respetar a los
niños. El niño de Belén nos hace poner los ojos en todos los niños que sufren y son
explotados en el mundo, tanto los nacidos como los no nacidos. En los niños convertidos
en soldados y encaminados a un mundo de violencia; en los niños que tienen que mendigar;
en los niños que sufren la miseria y el hambre; en los niños carentes de todo amor.
En todos ellos, es el niño de Belén quien nos reclama; nos interpela el Dios que se
ha hecho pequeño. En esta noche, oremos para que el resplandor del amor de Dios acaricie
a todos estos niños, y pidamos a Dios que nos ayude a hacer todo lo que esté en nuestra
mano para que se respete la dignidad de los niños; que nazca para todos la luz del
amor, que el hombre necesita más que las cosas materiales necesarias para vivir.
Con
eso hemos llegado al segundo significado que los Padres han encontrado en la frase:
« Dios ha cumplido su palabra y la ha abreviado ». A través de los tiempos, la Palabra
que Dios nos comunica en los libros de la Sagrada Escritura se había hecho larga.
Larga y complicada no sólo para la gente sencilla y analfabeta, sino más todavía para
los conocedores de la Sagrada Escritura, para los eruditos que, como es notorio, se
enredaban con los detalles y sus problemas sin conseguir prácticamente llegar a una
visión de conjunto. Jesús ha « hecho breve » la Palabra, nos ha dejado ver de nuevo
su más profunda sencillez y unidad. Todo lo que nos enseñan la Ley y los profetas
se resume en esto: « Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma
y con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (Mt 22,37-39). Esto es
todo: la fe en su conjunto se reduce a este único acto de amor que incluye a Dios
y a los hombres. Pero enseguida vuelven a surgir preguntas: ¿Cómo podemos amar a Dios
con toda nuestra mente si apenas podemos encontrarlo con nuestra capacidad intelectual?
¿Cómo amarlo con todo nuestro corazón y nuestra alma si este corazón consigue sólo
vislumbrarlo de lejos y siente tantas cosas contradictorias en el mundo que nos oscurecen
su rostro? Llegados a este punto, confluyen los dos modos en los cuales Dios ha “hecho
breve” su Palabra. Él ya no está lejos. No es desconocido. No es inaccesible a nuestro
corazón. Se ha hecho niño por nosotros y así ha disipado toda ambigüedad. Se ha hecho
nuestro prójimo, restableciendo también de este modo la imagen del hombre que a menudo
se nos presenta tan poco atrayente. Dios se ha hecho don por nosotros. Se ha dado
a sí mismo. Por nosotros asume el tiempo. Él, el Eterno que está por encima del tiempo,
ha asumido el tiempo, ha tomado consigo nuestro tiempo. Navidad se ha convertido en
la fiesta de los regalos para imitar a Dios que se ha dado a sí mismo. ¡Dejemos que
esto haga mella en nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente! Entre tantos regalos
que compramos y recibimos no olvidemos el verdadero regalo: darnos mutuamente algo
de nosotros mismos. Darnos mutuamente nuestro tiempo. Abrir nuestro tiempo a Dios.
Así la agitación se apacigua. Así nace la alegría, surge la fiesta. Y en las comidas
de estos días de fiesta recordemos la palabra del Señor: « Cuando des una comida o
una cena, no invites a quienes corresponderán invitándote, sino a los que nadie invita
ni pueden invitarte (cf. Lc 14,12-14). Precisamente, esto significa también: Cuando
tú haces regalos en Navidad, no has de regalar algo sólo a quienes, a su vez, te regalan,
sino también a los que nadie hace regalos ni pueden darte nada a cambio. Así ha actuado
Dios mismo: Él nos invita a su banquete de bodas al que no podemos corresponder, sino
que sólo podemos aceptar con alegría. ¡Imitémoslo! Amemos a Dios y, por Él, también
al hombre, para redescubrir después de un modo nuevo a Dios a través de los hombres.
Finalmente,
se manifiesta un tercer significado de la afirmación sobre la Palabra hecha « breve
» y « pequeña». A los pastores se les dijo que encontrarían al niño en un pesebre
para animales, cuyo cobijo normal es el establo. Leyendo a Isaías (1,3), los Padres
han deducido que en el pesebre de Belén había un buey y una mula. E interpretaron
el texto en el sentido de que estos serían un símbolo de los judíos y de los paganos
–por lo tanto, de la humanidad entera–, los cuales precisan de un salvador, cada uno
a su modo: del Dios que se ha hecho niño. Para vivir, el hombre necesita pan, fruto
de la tierra y de su trabajo. Pero no sólo vive de pan. Necesita sustento para su
alma: necesita un sentido que llene su vida. Así, para los Padres, el pesebre de los
animales se ha convertido en el símbolo del altar sobre el que está el Pan que es
el propio Cristo: la verdadera comida para nuestros corazones. Y vemos una vez más
cómo Él se hizo pequeño: en la humilde apariencia de la hostia, de un pedacito de
pan, Él se da a sí mismo.
De todo eso habla la señal que les fue dada a los
pastores y que se nos da a nosotros: el niño que se nos ha dado; el niño en el cual
Dios se ha hecho pequeño por nosotros. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de mirar
esta noche el pesebre con la sencillez de los pastores para recibir así la alegría
con la que ellos tornaron a casa (cf. Lc 2,20). Roguémoslo que nos dé la humildad
y la fe con la que san José miró al niño que María había concebido del Espíritu Santo.
Pidamos que nos conceda mirarlo con el amor con el cual María lo contempló. Y pidamos
que la luz que vieron los pastores también nos ilumine y se cumpla en todo el mundo
lo que los ángeles cantaron en aquella noche: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra
paz a los hombres que ama el Señor». ¡Amén!