Mensaje Urbi et Orbi: el hombre sigue necesitando al Salvador en una época de avanzado
progreso donde se invoca siempre la solidaridad y la paz, pero se sigue muriendo de
hambre y sed, enfermedad y pobreza, violencia y terrorismo, y perduran conflictos
como en Oriente Medio, y la feroz violencia en Irak
Lunes, 25 dic (RV).- “Desde el fondo de esta humanidad placentera y desesperada, surge
una desgarradora petición de ayuda”. Es la respuesta de Benedicto XVI, en su Mensaje
de Navidad, al valor y significado del 'Salvador' para el hombre de hoy.
El
Santo Padre pasa revista a los males que afligen a la humanidad en tiempo de consumismo
y tecnología, e invoca la paz para toda la región de Oriente Medio. El Pontífice ha
felicitado las Navidades en mas de 60 lenguas y ha impartido la bendición Urbi et
Orbi.
“Nuestro Salvador ha nacido en el mundo”! Este es el anuncio de la Navidad
y de la Salvación, que Benedicto XVI ha dirigido al mundo, a mediodía, desde el balcón
central de la basílica de san Pedro. Un anuncio celestial que, a través de los siglos,
se conserva inalterado y que invita a no tener miedo. Es un anuncio de esperanza porque
da a conocer que, en aquella noche de hace más de dos mil años, “en la ciudad de David
ha nacido el Salvador”.
Pero, ¿tiene todavía valor y sentido un “Salvador”
para el hombre del tercer milenio? Se ha preguntado el Papa ¿Es aún necesario un “Salvador”
para el hombre que se dispone a conquistar el universo; que investiga sin límites
los secretos de la naturaleza? ¿Necesita un Salvador el hombre tecnológico, artífice
autosuficiente y seguro de la propia suerte?
“El hombre se presenta como productor
entusiasta de éxitos indiscutibles”, pero para el Santo Padre es una falsa imagen.
Las cosas no son así. “Se muere todavía de hambre y de sed, de enfermedad y de pobreza
en este tiempo de abundancia y de consumismo desenfrenado. Todavía hay quienes están
esclavizados, explotados y ofendidos en su dignidad, quienes son víctimas del odio
racial y religioso”.
La gente muere asimismo por violencia y terrorismo “en
una época en que se invoca y proclama por doquier el progreso, la solidaridad y la
paz para todos”, ha proseguido diciendo el Papa. ¿Qué se puede decir de quienes se
ven obligados a dejar su casa y su patria? ¿Qué se puede hacer por los que se encaminan
por el túnel de la soledad y acaban esclavizados por el alcohol o la droga? ¿Qué se
puede pensar de quien elige la muerte creyendo que ensalza la vida?
¿Cómo
no darse cuenta –explica el Santo Padre- de que, precisamente desde el fondo de esta
humanidad placentera y desesperada, surge una desgarradora petición de ayuda? A pesar
de tantas formas de progreso, el ser humano es el mismo de siempre. Y en la época
actual necesita quizás aún más un Salvador, porque la sociedad en la que vive se ha
vuelto más compleja y se han hecho más insidiosas las amenazas para su integridad
personal y moral.
Al hombre sólo puede defenderlo Aquél que lo ama hasta sacrificar
en la cruz a su Hijo unigénito como Salvador del mundo. Él hará resonar en cada rincón
de la Tierra este mensaje de esperanza y ayudará a comprender que con buena voluntad,
racionabilidad y moderación, no sólo se puede evitar que los conflictos se agraven,
sino llevarlos también hacia soluciones equitativas. “En este día de fiesta, pienso
con gran preocupación en la región del Oriente Medio, probada por numerosos y graves
conflictos, y espero que se abra a una perspectiva de paz justa y duradera, respetando
los derechos inalienables de los pueblos que la habitan”.
El Santo Padre ha
confiado asimismo al divino Niño de Belén la esperanza para que “reviva y progrese
un Líbano democrático, abierto a los demás, en diálogo con las culturas y las religiones”.
Y ha hecho un llamamiento a los que tienen en sus manos el destino de Irak, “para
que cese la feroz violencia que ensangrienta el país”. El Pontífice ha invocado también
la paz para Sri Lanka, Dafur y se ponga término a los conflictos fraticidas en toda
África. Y ha pedido que se extingan los focos de tensión en Europa y Latinoamérica.
“Nuestro Salvador ha nacido para todos. Tenemos que proclamarlo no sólo con las palabras,
sino también con toda nuestra vida, dando al mundo el testimonio de comunidades unidas
y abiertas, en las que reina la hermandad y el perdón, la acogida y el servicio recíproco,
la verdad, la justicia y el amor”.
“Comunidad salvada por Cristo”. Ésta es
la verdadera naturaleza de la Iglesia, que se alimenta de su Palabra y de su Cuerpo
eucarístico. Sólo redescubriendo el don recibido, la Iglesia puede testimoniar a todos
a Cristo Salvador. “Hay que hacerlo -ha insistido el Papa- con entusiasmo y pasión,
en el pleno respeto de cada tradición cultural y religiosa; y hacerlo con alegría,
sabiendo que Dios “nada quita de lo que es auténticamente humano, sino que lo lleva
a su cumplimiento”.
Benedicto XVI ha enviado su mensaje de alegría y de esperanza
a todo el mundo y a todo el mundo ha felicitado la Navidad en más de 60 lenguas. Este
ha sido su saludo en español.
¡Feliz
Navidad! Que la Paz de Cristo reine en vuestros corazones, en las familias y en todos
los pueblos.
Después del tradicional mensaje de Navidad y las felicitaciones,
el Pontífice ha impartido la bendición Urbi et Orbi, es decir, a la ciudad de Roma
y al mundo. En esta solemne ceremonia el Santo Padre ha estado acompañado por los
cardenales diáconos Darío Castrillón Hoyos y Franc Rodé.
Mensaje
Urbi et Orbi del Santo Padre Benedicto XVI (Navidad, 25 de diciembre
de 2006)
“Salvator noster natus est in mundo” (Misal Romano).
¡“Nuestro
Salvador ha nacido en el mundo”! Esta noche, una vez más, hemos escuchado en nuestras
Iglesias este anuncio que, a través de los siglos, conserva inalterado su frescor.
Es un anuncio celestial que invita a no tener miedo porque ha brotado una “gran alegría
para todo el pueblo” (Lc 2,10). Es un anuncio de esperanza porque da a conocer que,
en aquella noche de hace más de dos mil años, “en la ciudad de David, os ha nacido
un Salvador: el Mesías, el Señor” (Lc 2,11). Entonces, a los pastores acampados en
la colina de Belén; hoy, a nosotros, habitantes de este mundo nuestro, el Ángel de
la Navidad repite: “Ha nacido el Salvador; ha nacido para vosotros. ¡Venid, venid
a adorarlo!”.
Pero, ¿tiene todavía valor y sentido un “Salvador” para el hombre
del tercer milenio? ¿Es aún necesario un “Salvador” para el hombre que ha alcanzado
la Luna y Marte, y se dispone a conquistar el universo; para el hombre que investiga
sin límites los secretos de la naturaleza y logra descifrar hasta los fascinantes
códigos del genoma humano? ¿Necesita un Salvador el hombre que ha inventado la comunicación
interactiva, que navega en el océano virtual de internet y que, gracias a las más
modernas y avanzadas tecnologías mediáticas, ha convertido la Tierra, esta gran casa
común, en una pequeña aldea global? Este hombre del siglo veintiuno, artífice autosuficiente
y seguro de la propia suerte, se presenta como productor entusiasta de éxitos indiscutibles.
Lo parece, pero no es así. Se muere todavía de hambre y de sed, de enfermedad
y de pobreza en este tiempo de abundancia y de consumismo desenfrenado. Todavía hay
quienes están esclavizados, explotados y ofendidos en su dignidad, quienes son víctimas
del odio racial y religioso, y se ven impedidos de profesar libremente su fe por intolerancias
y discriminaciones, por ingerencias políticas y coacciones físicas o morales. Hay
quienes ven su cuerpo y el de los propios seres queridos, especialmente niños, destrozado
por el uso de las armas, por el terrorismo y por cualquier tipo de violencia en una
época en que se invoca y proclama por doquier el progreso, la solidaridad y la paz
para todos. ¿Qué se puede decir de quienes, sin esperanza, se ven obligados a dejar
su casa y su patria para buscar en otros lugares condiciones de vida dignas del hombre?
¿Qué se puede hacer para ayudar a los que, engañados por fáciles profetas de felicidad,
a los que son frágiles en sus relaciones e incapaces de asumir responsabilidades estables
ante su presente y ante su futuro, se encaminan por el túnel de la soledad y acaban
frecuentemente esclavizados por el alcohol o la droga? ¿Qué se puede pensar de quien
elige la muerte creyendo que ensalza la vida?
¿Cómo no darse cuenta de que,
precisamente desde el fondo de esta humanidad placentera y desesperada, surge una
desgarradora petición de ayuda? Es Navidad: hoy entra en el mundo “la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre” (Jn 1, 9). “La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros”
(ibíd. 1,14), proclama el evangelista Juan. Hoy, justo hoy, Cristo viene de nuevo
“entre los suyos” y a quienes lo acogen les da “poder para ser hijos de Dios”; es
decir, les ofrece la oportunidad de ver la gloria divina y de compartir la alegría
del Amor, que en Belén se ha hecho carne por nosotros. Hoy, también hoy, “nuestro
Salvador ha nacido en el mundo”, porque sabe que lo necesitamos. A pesar de tantas
formas de progreso, el ser humano es el mismo de siempre: una libertad tensa entre
bien y mal, entre vida y muerte. Es precisamente en su intimidad, en lo que la Biblia
llama el “corazón”, donde siempre necesita ser salvado. Y en la época actual postmoderna
necesita quizás aún más un Salvador, porque la sociedad en la que vive se ha vuelto
más compleja y se han hecho más insidiosas las amenazas para su integridad personal
y moral. ¿Quién puede defenderlo sino Aquél que lo ama hasta sacrificar en la cruz
a su Hijo unigénito como Salvador del mundo?
“Salvator noster”, Cristo es
también el Salvador del hombre de hoy. ¿Quién hará resonar en cada rincón de la Tierra
de manera creíble este mensaje de esperanza? ¿Quién se ocupará de que, como condición
para la paz, se reconozca, tutele y promueva el bien integral de la persona humana,
respetando a todo hombre y toda mujer en su dignidad? ¿Quién ayudará a comprender
que con buena voluntad, racionabilidad y moderación, no sólo se puede evitar que los
conflictos se agraven, sino llevarlos también hacia soluciones equitativas? En este
día de fiesta, pienso con gran preocupación en la región del Oriente Medio, probada
por numerosos y graves conflictos, y espero que se abra a una perspectiva de paz justa
y duradera, respetando los derechos inalienables de los pueblos que la habitan. Confío
al divino Niño de Belén los indicios de una reanudación del diálogo entre israelitas
y palestinos que hemos observado estos días, así como la esperanza de ulteriores desarrollos
reconfortantes. Confío en que, después de tantas víctimas, destrucciones e incertidumbres,
reviva y progrese un Líbano democrático, abierto a los demás, en diálogo con las culturas
y las religiones. Hago un llamamiento a los que tienen en sus manos el destino de
Irak, para que cese la feroz violencia que ensangrienta el País y se asegure una existencia
normal a todos sus habitantes. Invoco a Dios para que en Sri Lanka, en las partes
en lucha, se escuche el anhelo de las poblaciones de un porvenir de fraternidad y
solidaridad; para que en Dafur y en toda África se ponga término a los conflictos
fraticidas, cicatricen pronto las heridas abiertas en la carne de ese Continente y
se consoliden los procesos de reconciliación, democracia y desarrollo. Que el Niño
Dios, Príncipe de la paz, haga que se extingan los focos de tensión que hacen incierto
el futuro de otras partes del mundo, tanto en Europa como en Latinoamérica.
“Salvator
noster”: Ésta es nuestra esperanza; este es el anuncio que la Iglesia hace resonar
también en esta Navidad. Con la encarnación, recuerda el Concilio Vaticano II, el
Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre (cf. Gaudium et spes, 22). Por
eso, puesto que la Navidad de la Cabeza es también el nacimiento del cuerpo, como
enseñaba el Pontífice san León Magno, podemos decir que en Belén ha nacido el pueblo
cristiano, cuerpo místico de Cristo en el que cada miembro está unido íntimamente
al otro en una total solidaridad. Nuestro Salvador ha nacido para todos. Tenemos que
proclamarlo no sólo con las palabras, sino también con toda nuestra vida, dando al
mundo el testimonio de comunidades unidas y abiertas, en las que reina la hermandad
y el perdón, la acogida y el servicio recíproco, la verdad, la justicia y el amor.
Comunidad salvada por Cristo. Ésta es la verdadera naturaleza de la Iglesia,
que se alimenta de su Palabra y de su Cuerpo eucarístico. Sólo redescubriendo el don
recibido, la Iglesia puede testimoniar a todos a Cristo Salvador; hay que hacerlo
con entusiasmo y pasión, en el pleno respeto de cada tradición cultural y religiosa;
y hacerlo con alegría, sabiendo que Aquél a quien anuncia nada quita de lo que es
auténticamente humano, sino que lo lleva a su cumplimiento. En verdad, Cristo viene
a destruir solamente el mal, sólo el pecado; lo demás, todo lo demás, lo eleva y perfecciona.
Cristo no nos pone a salvo de nuestra humanidad, sino a través de ella; no nos salva
del mundo, sino que ha venido al mundo para que el mundo se salve por medio de Él
(cf. Jn 3,17).
Queridos hermanos y hermanas, dondequiera que os encontréis,
que llegue hasta vosotros este mensaje de alegría y de esperanza: Dios se ha hecho
hombre en Jesucristo; ha nacido de la Virgen María y renace hoy en la Iglesia. Él
es quien lleva a todos el amor del Padre celestial. ¡Él es el Salvador del mundo!
No temáis, abridle el corazón, acogedlo, para que su Reino de amor y de paz se convierta
en herencia común de todos. ¡Feliz Navidad!