Miércoles, 20 dic (RV).- Se han encendido hoy las luces del árbol de Navidad que corona
el centro de la plaza de san Pedro del Vaticano. En nuestro programa de hoy dedicado
a la cultura y al humanismo nos impregnamos de espíritu navideño y les presentamos
este magnífico acontecimiento.
Se trata de un abeto blanco (Albies alba), proveniente
de la región italiana de Calabria, alto más de 30 metros, quedando establecido con
él, el récord de altura de todos los árboles hasta ahora plantados en el centro de
la plaza para celebrar la Navidad.
Más de veinte mil luces engalanan el abeto
que el propio Benedicto XVI ha querido seguir colocando en el centro de la plaza,
manteniendo así la tradición iniciada por Juan Pablo II, cuando en 1982 bendijo el
primer árbol de Navidad. La proveniencia de los árboles ha sido de diferentes lugares
del mundo, donados al Vaticano.
En 1996 el abeto fue regalado por Eslovenia
a Juan Pablo II, quien agradeció el don, a través de un mensaje, a los casi tres mil
peregrinos que llegaron a la plaza de san Pedro en aquella ocasión. Un año después,
en 1997, Juan Pablo II contó con un altísimo ejemplar proveniente de una zona por
él bien conocida, Zakopane, localidad donde Karol Wojtyla iba a esquiar cuando era
joven y que había visitado el mes de julio de ese año durante su visita a Polonia.
En 1998 fue Alemania la encargada, una vez más ya que desde 1982 había regalado otros
dos ejemplares, de trasportar el abeto hasta la plaza de san Pedro, un traslado que
se prolongó durante cuatro días.
En aquella ocasión Juan Pablo II señaló en
su discurso de agradecimiento cómo, viendo desde la ventana de su despacho el árbol,
éste le había suscitado reflexiones espirituales. “Ya en mi país amaba los árboles
–dijo el Pontífice- Cuando los vemos, comienzan a hablar. Con su florecimiento en
primavera, su madurez en verano, sus frutos en otoño y su muerte en invierno, el árbol
nos habla del misterio de la vida. Por este motivo, ya desde los tiempos antiguos,
los hombres recurrieron a la imagen del árbol para referirse a las cuestiones fundamentales
de su vida”.
En este sentido el predecesor de Benedicto XVI expresó su pesar
por el hecho de que en nuestra época el árbol sea también un espejo elocuente de la
forma en que el hombre a veces trata el medio ambiente, la creación de Dios. “Los
árboles que mueren son una constatación callada de que existen personas que evidentemente
no consideran un don ni la vida ni la creación, sino que sólo buscan su beneficio”,
exhortó el Papa, a lo que recordó que “donde los árboles se secan, al final el hombre
sale perdiendo”. Al igual que los árboles, también los hombres necesitan raíces profundas,
pues sólo quien está profundamente arraigado en una tierra fértil puede permanecer
firme. Puede extenderse por la superficie, para tomar la luz del sol y al mismo tiempo
resistir al viento, que lo sacude. Por el contrario, la existencia de quien cree que
puede renunciar a esta base queda siempre en el aire, por tener raíces poco profundas.
Y
siguiendo nuestro recorrido por los árboles que han adornado la plaza de san Pedro
a lo largo de la historia, llegamos a 1999. En dicha ocasión el abeto fue regalado
por la República Checa. Después le tocó el turno a Austria, Rumania, Croacia e Italia.
En
2005, por primera vez Papa Benedicto XVI recibía el abeto de Navidad. El Pontífice
aprovechó la ocasión para desear a todo el mundo “de corazón” que “viváis con serenidad
la Navidad del Señor”. El Papa prosiguió su discurso de agradecimiento por el magnífico
árbol recordando que en Navidad resuena en todas las partes del mundo la buena nueva
del nacimiento del Redentor: el Mesías esperado se ha hecho hombre y ha venido a habitar
entre nosotros. Con su luminosa presencia, Jesús ha disipado las tinieblas del error
y del pecado, y ha traído a la humanidad la alegría de la deslumbrante luz divina,
de la que el árbol de Navidad es signo y recuerdo.
Este es el mismo deseo
que hoy al recibir el árbol ha expresado Benedicto XVI, invitando, como lo hiciera
su predecesor Juan Pablo II a acoger en los corazones el don de la alegría, de la
paz y del amor que da la Navidad.