El Papa evidencia el Adviento como un tiempo de comunión con todos los que esperan
un mundo más justo y fraterno, un compromiso con la justicia de hombres de cualquier
nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes
Sábado, 2 dic (RV).- “El Adviento es un tiempo de comunión con todos los que esperan
un mundo más justo y fraterno, que gracias a Dios son muchos. En este compromiso con
la justicia pueden encontrarse hombres de cualquier nacionalidad y cultura, juntos,
creyentes y no creyentes. Todos animados por un anhelo común hacia un futuro de justicia
y de paz”.
En la primera celebración tras su viaje apostólico a Turquía, Benedicto
XVI ha presidido esta tarde, a las cinco, en la Basílica de San Pedro, la celebración
de las vísperas del primer Domingo de Adviento. En su homilía el Papa ha manifestado
que la paz es la meta a la que aspira toda la humanidad. De hecho, para los creyentes
PAZ es uno de los nombres más bellos de Dios, que desea el entendimiento de todos
sus hijos, como ha recordado el Santo Padre en su peregrinación de estos días a Turquía.
El Santo Padre ha centrado su homilía en la prima antífona de esta celebración
vespertina que constituye la apertura del tiempo de Adviento y resuena como antífona
de todo el año litúrgico: Anunciad a todos los pueblos: Dios viene, nuestro Salvador.
El Adviento llama a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar en
consecuencia. El Papa ha puesto énfasis en el tiempo verbal de la antífona, subrayando
que Dios viene, no ayer, ni mañana, sino hoy, ahora. “No es un Dios –ha dicho Benedicto
XVI- que está en el cielo, sin interés por nosotros ni nuestra historia, sino que
es el Dios que viene. Es un padre que nunca deja de pensar en nosotros y respetando
hasta el extremo nuestra libertad.
Desarrollando este mismo discurso el Papa
ha recordado que los Padres de la Iglesia observan que la venida de Dios – continua
y connatural a su mismo ser- se concentra en las dos principales venidas de Cristo:
la de su encarnación y la de su glorioso regreso al final de los tiempos. Entre estas
dos venidas manifiestas podemos encontrar una tercera, que san Bernardo llama intermedia
y oculta y que se produce en el alma de los creyentes y une como un puente la primera
y la última. “En la primera – escribe san Bernardo- Cristo fue nuestra redención,
en la última se manifestará como nuestra vida, en esta es nuestro reposo y nuestra
consolación”.
Benedicto XVI ha enfatizado que la liturgia del Adviento evidencia
como la Iglesia da voz a la espera de Dios profundamente inscrita en la historia de
la humanidad; una espera a menudo sofocada o desviada hacia falsas direcciones. Por
esta razón la comunidad cristiana puede afrontar el evento final ayudando a la humanidad
a ir hacia el Señor que viene por medio de la oración y las buenas obras, esenciales
e inseparables de la oración.
Homilía completa
La
primera antífona de esta celebración vespertina se pone como apertura del tiempo de
Adviento y resuena como antífona de todo el Año Litúrgico, volvamos a escucharla:
“Dad el anuncio a los pueblos: Dios viene, nuestro Salvador”. Al inicio de un nuevo
ciclo anual, la liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos
y lo resume en dos palabras: “Dios viene”. Esta expresión tan sintética contiene una
fuerza de sugestión siempre nueva.
Detengámonos
un momento a reflexionar: no se usa el pasado- Dios ha venido- ni el futuro, -Dios
vendrá-, sino que el presente: “Dios viene”, se trata, viéndolo bien, de un presente
continuo, o sea de una acción siempre en acto: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá
una vez más. En cualquier momento, “Dios viene”.
El
verbo “venir” aparece aquí como el verbo “teológico”, incluso “teologal”, porqué dice
algo que tiene que ver con la naturaleza misma de Dios. Anunciar que “Dios viene”
significa por lo tanto, anunciar simplemente Dios mismo, a través de su forma esencial
y significativo: su forma de ser el Dios que viene.
El
Adviento vuelve a llamar a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar
de consecuencia. Resuena como un llamamiento saludable en el repetirse de los días,
de las semanas, de los meses: ¡Despierta! ¡Recuerda que Dios viene! No ayer, no mañana,
sino Hoy, ahora! El único verdadero Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob” no
es un Dios que está en el cielo, desinteresado de nosotros y de nuestra historia,
sino que es Dios que viene. Es un Padre que no deja de pensar en nosotros, en el respeto
extremo de nuestra libertad, desea encontrarnos, visitarnos, quiere venir, vivir en
medio de nosotros, permanecer en nosotros. Su venida esta empujada por la voluntad
de liberarnos del mal y de la muerte, de todo aquello que impide nuestra verdadera
felicidad, Dios viene a salvarnos.
Los Padres de
la Iglesia observan que el “venir de Dios -continuo y por así decir, connatural con
su mismo ser- se concentra en las dos principales venidas de Cristo, la de su Encarnación
y la de su retorno glorioso al fin de la historia. El tiempo de Adviento vive de esta
polaridad. En los primeros días el acento se puso sobre la espera de la última venida
del Señor, como demuestran también los textos de la celebración vespertina de hoy.
Acercándose
la Navidad, prevalecerá la memoria de la llegada en Belén, para reconocer en ella
la “plenitud del tiempo” entre estas dos venidas, “manifiestas”, se puede individuar
una tercera, que San Bernardo llama intermedia y oculta, la cual sucede en el alma
de los creyentes y lanza como un puente entre la primera y la última. “En la primera,
escribe San Bernardo, Cristo fue nuestra redención en la última se manifestará como
nuestra vida, en ésta será nuestro descanso y nuestra consolación.
Para
la venida de Cristo que podríamos llamar “Encarnación espiritual”, el arquetipo es
siempre María. Como la Virgen guardó en su corazón el Verbo hecho carne, así cada
una de las almas y toda la Iglesia son llamadas en su peregrinar terreno a esperar
a Cristo que viene, y a acogerlo con fe y amor siempre renovados.
La
Liturgia del Adviento pone en evidencia cómo la Iglesia lanza la voz de la espera
de Dios profundamente inscrita en la historia de la humanidad, una espera a menudo
sofocada y desviada en direcciones equivocadas. Cuerpo místicamente unido a Cristo-Jefe,
la Iglesia es sacramento es decir signo e instrumento eficaz también de esta espera
de Dios. De una forma conocida sólo por Él, la comunidad cristiana puede acelerar
la venida final, ayudando a la humanidad a ir al encuentro del Señor que viene. Y
esto lo hace antes que nada, pero no solo, con la oración, esenciales e inseparables
a la oración son las buenas obras, como recuerda la oración de este primer domingo
de Adviento, con el que pedimos al Padre Celestial que suscite en nosotros la voluntad
de ir al encuentro del Cristo, con las buenas obras. En esta perspectiva
el Adviento es más que nunca adecuado para ser un tiempo vivido en comunión con todos
aquellos que, y gracias a Dios son muchos, esperan en un mundo más justo y más fraterno.
En este compromiso por la justicia, pueden encontrarse en alguna medida juntos los
hombres de cualquier nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes. Todos de hecho
están animados por un anhelo común, aún cuando sea distinto en las motivaciones, hacia
un futuro de justicia y de paz. La paz es la meta a la cual aspira toda
la humanidad. Para los creyentes “paz es uno de los más bellos nombres de Dios, que
quiere el entendimiento entre todos sus hijos, como he tenido ocasión de recordar
en mi peregrinación de estos días pasados en Turquía. Un canto de paz ha resonado
en los cielos cuando Dios se hizo Hombre nacido de mujer, en la plenitud de los tiempos.
Iniciamos pues este nuevo Adviento, “tiempo que nos regala el Señor del tiempo”, despertando
en nuestros corazones la espera del Dios que viene en la esperanza de que su nombre
sea santificado de que venga su reino de justicia y de paz, y que se haga su voluntad
así en el cielo como en la tierra. Dejémonos guiar en esta espera por
la Virgen María, madre del Dios que viene, Madre de la Esperanza, dentro de pocos
días celebraremos la Inmaculada, que Ella nos done el ser encontrados santos e inmaculados
en el amor cuando llegue nuestro Señor Jesucristo, el cual con el Padre y el Espíritu
Santo, sea alabado y glorificado en los siglos de los siglos.