2006-12-02 17:38:03

El Papa evidencia el Adviento como un tiempo de comunión con todos los que esperan un mundo más justo y fraterno, un compromiso con la justicia de hombres de cualquier nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes


Sábado, 2 dic (RV).- “El Adviento es un tiempo de comunión con todos los que esperan un mundo más justo y fraterno, que gracias a Dios son muchos. En este compromiso con la justicia pueden encontrarse hombres de cualquier nacionalidad y cultura, juntos, creyentes y no creyentes. Todos animados por un anhelo común hacia un futuro de justicia y de paz”.

En la primera celebración tras su viaje apostólico a Turquía, Benedicto XVI ha presidido esta tarde, a las cinco, en la Basílica de San Pedro, la celebración de las vísperas del primer Domingo de Adviento. En su homilía el Papa ha manifestado que la paz es la meta a la que aspira toda la humanidad. De hecho, para los creyentes PAZ es uno de los nombres más bellos de Dios, que desea el entendimiento de todos sus hijos, como ha recordado el Santo Padre en su peregrinación de estos días a Turquía.

El Santo Padre ha centrado su homilía en la prima antífona de esta celebración vespertina que constituye la apertura del tiempo de Adviento y resuena como antífona de todo el año litúrgico: Anunciad a todos los pueblos: Dios viene, nuestro Salvador. El Adviento llama a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar en consecuencia. El Papa ha puesto énfasis en el tiempo verbal de la antífona, subrayando que Dios viene, no ayer, ni mañana, sino hoy, ahora. “No es un Dios –ha dicho Benedicto XVI- que está en el cielo, sin interés por nosotros ni nuestra historia, sino que es el Dios que viene. Es un padre que nunca deja de pensar en nosotros y respetando hasta el extremo nuestra libertad.

Desarrollando este mismo discurso el Papa ha recordado que los Padres de la Iglesia observan que la venida de Dios – continua y connatural a su mismo ser- se concentra en las dos principales venidas de Cristo: la de su encarnación y la de su glorioso regreso al final de los tiempos. Entre estas dos venidas manifiestas podemos encontrar una tercera, que san Bernardo llama intermedia y oculta y que se produce en el alma de los creyentes y une como un puente la primera y la última. “En la primera – escribe san Bernardo- Cristo fue nuestra redención, en la última se manifestará como nuestra vida, en esta es nuestro reposo y nuestra consolación”.

Benedicto XVI ha enfatizado que la liturgia del Adviento evidencia como la Iglesia da voz a la espera de Dios profundamente inscrita en la historia de la humanidad; una espera a menudo sofocada o desviada hacia falsas direcciones. Por esta razón la comunidad cristiana puede afrontar el evento final ayudando a la humanidad a ir hacia el Señor que viene por medio de la oración y las buenas obras, esenciales e inseparables de la oración.


Homilía completa

La primera antífona de esta celebración vespertina se pone como apertura del tiempo de Adviento y resuena como antífona de todo el Año Litúrgico, volvamos a escucharla: “Dad el anuncio a los pueblos: Dios viene, nuestro Salvador”. Al inicio de un nuevo ciclo anual, la liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras: “Dios viene”. Esta expresión tan sintética contiene una fuerza de sugestión siempre nueva.

 
Detengámonos un momento a reflexionar: no se usa el pasado- Dios ha venido- ni el futuro, -Dios vendrá-, sino que el presente: “Dios viene”, se trata, viéndolo bien, de un presente continuo, o sea de una acción siempre en acto: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá una vez más. En cualquier momento, “Dios viene”.

 
El verbo “venir” aparece aquí como el verbo “teológico”, incluso “teologal”, porqué dice algo que tiene que ver con la naturaleza misma de Dios. Anunciar que “Dios viene” significa por lo tanto, anunciar simplemente Dios mismo, a través de su forma esencial y significativo: su forma de ser el Dios que viene.

 
El Adviento vuelve a llamar a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar de consecuencia. Resuena como un llamamiento saludable en el repetirse de los días, de las semanas, de los meses: ¡Despierta! ¡Recuerda que Dios viene! No ayer, no mañana, sino Hoy, ahora! El único verdadero Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob” no es un Dios que está en el cielo, desinteresado de nosotros y de nuestra historia, sino que es Dios que viene. Es un Padre que no deja de pensar en nosotros, en el respeto extremo de nuestra libertad, desea encontrarnos, visitarnos, quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Su venida esta empujada por la voluntad de liberarnos del mal y de la muerte, de todo aquello que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.

 
Los Padres de la Iglesia observan que el “venir de Dios -continuo y por así decir, connatural con su mismo ser- se concentra en las dos principales venidas de Cristo, la de su Encarnación y la de su retorno glorioso al fin de la historia. El tiempo de Adviento vive de esta polaridad. En los primeros días el acento se puso sobre la espera de la última venida del Señor, como demuestran también los textos de la celebración vespertina de hoy.

 
Acercándose la Navidad, prevalecerá la memoria de la llegada en Belén, para reconocer en ella la “plenitud del tiempo” entre estas dos venidas, “manifiestas”, se puede individuar una tercera, que San Bernardo llama intermedia y oculta, la cual sucede en el alma de los creyentes y lanza como un puente entre la primera y la última. “En la primera, escribe San Bernardo, Cristo fue nuestra redención en la última se manifestará como nuestra vida, en ésta será nuestro descanso y nuestra consolación.

 
Para la venida de Cristo que podríamos llamar “Encarnación espiritual”, el arquetipo es siempre María. Como la Virgen guardó en su corazón el Verbo hecho carne, así cada una de las almas y toda la Iglesia son llamadas en su peregrinar terreno a esperar a Cristo que viene, y a acogerlo con fe y amor siempre renovados.

 
La Liturgia del Adviento pone en evidencia cómo la Iglesia lanza la voz de la espera de Dios profundamente inscrita en la historia de la humanidad, una espera a menudo sofocada y desviada en direcciones equivocadas. Cuerpo místicamente unido a Cristo-Jefe, la Iglesia es sacramento es decir signo e instrumento eficaz también de esta espera de Dios. De una forma conocida sólo por Él, la comunidad cristiana puede acelerar la venida final, ayudando a la humanidad a ir al encuentro del Señor que viene. Y esto lo hace antes que nada, pero no solo, con la oración, esenciales e inseparables a la oración son las buenas obras, como recuerda la oración de este primer domingo de Adviento, con el que pedimos al Padre Celestial que suscite en nosotros la voluntad de ir al encuentro del Cristo, con las buenas obras.
En esta perspectiva el Adviento es más que nunca adecuado para ser un tiempo vivido en comunión con todos aquellos que, y gracias a Dios son muchos, esperan en un mundo más justo y más fraterno. En este compromiso por la justicia, pueden encontrarse en alguna medida juntos los hombres de cualquier nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes. Todos de hecho están animados por un anhelo común, aún cuando sea distinto en las motivaciones, hacia un futuro de justicia y de paz.
La paz es la meta a la cual aspira toda la humanidad. Para los creyentes “paz es uno de los más bellos nombres de Dios, que quiere el entendimiento entre todos sus hijos, como he tenido ocasión de recordar en mi peregrinación de estos días pasados en Turquía. Un canto de paz ha resonado en los cielos cuando Dios se hizo Hombre nacido de mujer, en la plenitud de los tiempos. Iniciamos pues este nuevo Adviento, “tiempo que nos regala el Señor del tiempo”, despertando en nuestros corazones la espera del Dios que viene en la esperanza de que su nombre sea santificado de que venga su reino de justicia y de paz, y que se haga su voluntad así en el cielo como en la tierra.
Dejémonos guiar en esta espera por la Virgen María, madre del Dios que viene, Madre de la Esperanza, dentro de pocos días celebraremos la Inmaculada, que Ella nos done el ser encontrados santos e inmaculados en el amor cuando llegue nuestro Señor Jesucristo, el cual con el Padre y el Espíritu Santo, sea alabado y glorificado en los siglos de los siglos.







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