Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud: Muchos prejuicios obstaculizan y
limitan la ayuda eficaz a las víctimas de las enfermedades infectivas, entre ellos
la indiferencia, la exclusión y el rechazo de la sociedad del bienestar
Viernes, 24 nov (RV).- Benedicto XVI ha recibido a última hora de esta mañana a los
participantes en la Conferencia internacional organizada por el Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud, que durante tres días ha reflexionado sobre: “Los aspectos
pastorales de la curación de las enfermedades infectivas”, un tema sobre el que el
Santo Padre ha querido dar algunas observaciones en el discurso que les ha dirigido.
El
Papa ha subrayado que es “impresionante el número y la variedad de enfermedades que
amenazan, a menudo mortalmente, la vida humana en la actualidad. La lepra, la peste,
la tuberculosis, el SIDA, y el ébola “evocan dramáticos escenarios de dolor y de miedo”.
“Dolor” ha dicho el Papa, por las víctimas y por sus familiares a menudo abrumados
por un sentido de impotencia frente a la gravedad inexorable del mal, y “miedo” por
la población en general y por cuantos a causa de su profesión, conviven con estos
enfermos.
Benedicto XVI ha señalado que la persistencia de las enfermedades
infectivas, a pesar de la prevención, de la tecnología médica, y de las políticas
sociales, continúan provocando numerosas víctimas que evidencian los límites inevitables
de la condición humana. “Sin embargo, el compromiso humano no debe rendirse -ha dicho
el Papa- en buscar los medios y los modos para combatir estos males”. “Muchos hombres
y mujeres desde el pasado han puesto a disposición sus competencias y generosidad
al cuidado de estos enfermos con patologías repugnantes”, ha enfatizado el Santo Padre,
remarcando que “en el ámbito de al comunidad cristiana numerosas han sido las personas
consagradas que han sacrificado sus vidas sirviendo a las víctimas de enfermedades
contagiosas, mostrando que la dedicación, hasta el heroísmo, pertenece a la índole
profética de la vida consagrada”.
“Encomiables iniciativas, generosos gestos
de amor que, sin embargo se contraponen a algunas injusticias”, ha lamentado el Papa,
como son la segregación que viven algunos enfermos infectivos, o la situación de contraste
entre las condiciones sociales y económicas existentes entre el norte y el sur del
mundo. “Ante esto hay que responder, -ha afirmado el Papa- con intervenciones que
favorezcan la proximidad con el enfermo siguiendo el ejemplo de Cristo, que dejaba
que los leprosos se le acercaran” y que han imitado después san Francisco de Asís,
el beato Damián De Veuster o la Madre Teresa de Calcuta.
Esta rica tradición
de la Iglesia católica se mantiene viva porque a través del ejercicio de la caridad
hacia el que sufre, se hacen visibles los valores inspirados en la auténtica humanidad
y en el Evangelio: la dignidad de la persona, la misericordia, la identificación de
Cristo con el enfermo. El Santo Padre ha señalado que entre los prejuicios que obstaculizan
o limitan una ayuda eficaz a las víctimas de enfermedades infectivas, está la postura
de la indiferencia e incluso la de la exclusión y rechazo ante estas enfermedades,
que aparecen a veces en la sociedad del bienestar. “Esta postura –ha remarcado el
Papa- viene favorecida también, por la imagen que se muestra en los medios de comunicación,
del hombre y de la mujer preocupados sobre todo por la belleza física, la salud y
la vitalidad biológica. Es una peligrosa tendencia cultural que les lleva a ponerse
en el centro, y a encerrarse y refugiarse en su propio y pequeño mundo, en lugar de
empeñarse en el servicio del que tiene necesidad”.
Siguiendo la carta apostólica
Salvifici doloris de Juan Pablo II, el Santo Padre ha señalado por último que
es necesaria una pastoral capaz de sostener a los enfermos cuando afrontan el sufrimiento,
ayudándoles a transformar la propia condición en un momento de gracia para ellos mismos
y para los demás, a través de una viva participación en el misterio de Cristo.