El fenómeno de la corrupción no tiene límites geográficos
Jueves, 5 oct (RV).- «La lucha contra la corrupción». Es el título de una nota publicada
por el Pontificio Consejo Justicia y Paz, que resume los puntos principales de la
conferencia sobre este tema, organizada el pasado mes de junio por el mismo dicasterio
y en la que participaron funcionarios internacionales, diplomáticos y expertos de
este fenómeno. La nota está firmada por el cardenal Renato Martino y por mons. Giampaolo
Crepaldi, presidente y secretario, respectivamente, de este Pontificio Consejo.
La
nota de presentación del documento recuerda que el fenómeno de la corrupción, «presente
tanto en los países ricos como en las naciones pobres, no tiene límites políticos
y geográficos» y que, «dilatado por el proceso de globalización, no sólo provoca graves
daños materiales a los estados y pueblos, sino que, además, produce efectos aún más
deletéreos en la dimensión cualitativa y humana de la vida social».
Tras hacer
hincapié en que «para conocer mejor la naturaleza del fenómeno de la corrupción, para
establecer los métodos más eficaces que puedan contrastarlo y para aclarar la contribución
que la Iglesia puede brindar al respecto», el Pontificio Consejo Justicia y Paz promovió
la conferencia internacional del pasado mes de junio, el mismo documento reitera que
la corrupción, que «atraviesa todos los sectores sociales y no puede atribuirse solo
a los operadores económicos o a los funcionarios públicos», está favorecida, entre
otras cosas, «por la disparidad de nivel en las formas de combatirla, a menudo limitada
al interior del Estado, mientras su radio de acción es (...) internacional».
La
Nota recuerda además que según el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, la
corrupción «trastoca en su raíz el papel de las instituciones representativas», que
se utilizan como «terreno de trueque político entre las peticiones de los interesados
y las concesiones de los gobernantes. De este modo, las decisiones políticas favorecen
los objetivos limitados de cuantos poseen los medios para influenciarlas e impiden
el bien común de todos los ciudadanos. La corrupción es una de las causas que contribuyen
al subdesarrollo y a la pobreza, privando a los pueblos del bien común fundamental
que es la legalidad».
La nota del Pontificio Consejo Justicia y Paz afirma
que, para superar la corrupción, «es positivo el paso de sociedades autoritarias a
sociedades democráticas, (...) de sociedades centralizadas a participativas", y señala
que, sin embargo, este proceso de apertura social no está exento de peligros. Puesto
que puede socavar «la solidez de las convicciones morales» y «facilitar la exportación
de la corrupción».
Para evitar estos peligros, la doctrina social de la Iglesia
se afianza en el concepto de ‘ecología humana’, (Centesimus annus, 38) impulsado con
tanto ahínco por el Siervo de Dios Juan Pablo II, que consiste en el respeto de las
estructuras naturales y morales fundamentales, con las que el Creador ha dotado al
hombre. «Si la familia no es capaz de cumplir con su tarea educativa, si leyes contrarias
al auténtico bien del hombre – como aquellas contra la vida – deseducan a los ciudadanos
sobre el bien. Si la justicia procede con lentitud excesiva; si la moralidad de base
se debilita por la trasgresión tolerada; si se degradan las condiciones de vida; si
la escuela no acoge y emancipa, no es posible garantizar la ‘ecología humana’, cuya
ausencia abona el terreno para que el fenómeno de la corrupción eche sus raíces».
Asimismo,
la nota manifiesta que la Iglesia puede jugar un papel «cada vez más relevante en
la prevención de la corrupción, contribuyendo eficazmente a la educación y formación
moral de los ciudadanos, especialmente con los principios orientadores fundamentales
de su doctrina social: dignidad humana de la persona, bien común, solidaridad, subsidiariedad,
opción preferencial por los pobres, destino universal de los bienes».
Como
se afirmó en la mencionada conferencia internacional del pasado mes de junio, la nota
del dicasterio pontificio subraya que «la lucha contra la corrupción es un valor,
pero también una necesidad; la corrupción es un mal, pero también supone un coste;
el rechazo de la corrupción es un bien, pero también una ventaja; el abandono de las
prácticas corruptas puede generar desarrollo y bienestar; los comportamientos honestos
deben ser incentivados y los deshonestos penalizados».
Desde el punto de vista
internacional, concluye el mismo documento, «dado que el crimen organizado no tiene
fronteras, hay que aumentar la colaboración entre los gobiernos, también con acuerdos
sobre procedimientos para confiscar y recuperar lo que se ha percibido ilegalmente».