Escuchar el programa 00:05:33:14 Viernes, 22 sep (RV).- Hoy hablaremos de la
madurez de las parejas, de aquellos padres que durante muchos años dedicaron sus días
a la crianza y cuidado de sus hijos, y un buen día estos hijos empiezan a hacer su
vida, cada uno toma su camino, y nuevamente y casi de repente, los padres se ven solos,
el uno con el otro, retomando el tema de la pareja, del amor de pareja que en muchas
ocasiones estuvo en un segundo plano, después de las necesidades y el día a día que
demandaban los hijos.
Para muchos padres, cuando los hijos abandonan el hogar
para hacer sus vidas, se inician los tiempos muertos, es decir los tiempos no ocupados
y atareados con miles de cosas por hacer, sino aquellas tardes libres frente al televisor
porque ya no hay que correr a la escuela a recoger a los niños, o llevarlos al parque,
a la reunión con los amigos.
Cuando las rutinas ya no giran entorno a ellos,
entonces las horas para los padres son eternas, las tardes parecen pasan en cámara
lenta, vacías y hasta sin sentido. Y esto sucede justamente cuando los padres han
volcado su vida en función exclusivamente de sus hijos.
Cuando ellos ya no
están en el día a día de la familia, se encuentran a sí mismos como perfectos desconocidos,
el tiempo está todo por delante, y una suerte de libertad desconocida, de alivio,
de tarea cumplida, invade a los padres como si fuera justo el momento de la graduación
de ese extraño doctorado de madre o padre.
Y que decir de la sensación que
la soledad de los padres produce entre ellos como pareja. Es casi volver a descubrirse,
a enamorarse y eso solo se logra si se toma conciencia de que ese tiempo libre que
ahora les queda es para compartirlo, para vivirlo de nuevas experiencias que enriquecen
sin lugar a dudas la relación de pareja con la que iniciaron este hogar.
Los
expertos señalan que este tiempo es fundamental en la madurez de la relación entre
los padres, y obviamente en la consolidación de una vida diferente, de nuevas actividades
y cambios, tal vez es la consolidación de una vida adulta y madura que está dispuesta
a recoger los frutos que fueron sembrados desde hace años.
Para muchas personas
es como un despertar a una segunda juventud, con nuevos saberes, experiencias y energías
que se deben enfocar a otras actividades que enriquezcan la vida presente y futura.
Y esto se debe enfocar tanto a nivel personal como de pareja.
El adagio popular
dice que cada día trae su afán y por eso cada etapa de la vida hay que vivirla con
alegría, con la entrega necesaria para que los sueños sigan siendo ese motor que nos
da la fuerza de continuar, de disfrutar en todo lo momento lo que hacemos. Cuando
los hijos crecen y se van del seno del hogar a hacer sus vidas, la etapa que inician
los padres debe ser asumida con la misma energía que cuando empezaron, pues ahora
cuentan con mayor madurez y experiencia para hacer de estos años un tiempo maravilloso.
No hay que pensar que se está envejeciendo y que las ilusiones ya culminaron,
por el contrario hay que pensar que es una nueva etapa de la vida, que si es posible
vivirla en pareja es mucho más enriquecedora. La vida no acaba porque los hijos abandonan
el hogar cuando crecen, la vida continúa y es preciso darle un nuevo aire, enfocar
ese tiempo que aparentemente sobra y está libre en actividades placenteras porque
realmente es un tiempo único y precioso que no se puede desperdiciar.