2006-09-22 16:49:43

El Papa, titular en la prensa mundial


Viernes, 22 sep (RV).- Podríamos decirlo de otra forma: un tema de profundo calado filosófico, político, social y religioso, titular en los periódicos. Pocas veces la información general de los medios de comunicación han prestando tanta atención a un problema tan profundo. Noticias importantes, mucho más importantes que ésta, hacen de primera página. Pero lo curioso en este caso es que el tema de primera página sea la conferencia de un profesor en una universidad. Lógicamente nos estamos refiriendo al Discurso que Benedicto XVI pronunció el pasado 12 de Septiembre en la universidad Ratisbona.

Hemos de reconocer que el Papa, los Papas, han ocupado en muchas circunstancias, las primeras páginas de los diarios, pero nunca, ni por extensión geográfica ni por razón de interés universal, una noticia ha sin tan difundida como ésta. A esta noticia vamos a dedicar nuestro espacio “En Camino” de este viernes, 22 de Septiembre, en Radio Vaticano.

En una primera aproximación a la noticia, podríamos decir que no sabemos si esto ha sucedido así desgraciada o providencialmente. Digo lo de “desgraciadamente” porque, como el mismo Papa ha dicho, está “profundamente afligido porque sus palabras han podido herir a la sensibilidad de los creyentes musulmanes, no siendo esa su intención”. Pero digo también lo de providencialmente, porque se trata de unas palabras, de una reflexión, que el mundo contemporáneo está necesitando como la lluvia para los campos. Es un discurso no sólo necesario, sino urgente, apremiante. Hemos de despertar de un letargo de sociedad de bienestar que no quiere tomarse en serio a sí misma y reniega de su propia identidad.

Decía el Papa en el Ángelus del domingo 17 de Setiembre:
“En este momento deseo solo añadir que me siento muy afligido ante las reacciones suscitadas por un breve pasaje de mi discurso en la Universidad de Ratisbona, considerado ofensivo para la sensibilidad de los creyentes musulmanes, mientras se trataba de una cita de un texto medieval, que no expresa de ninguna manera mi pensamiento personal. Ayer el cardenal secretario de estado ha hecho pública, con este propósito, una declaración en la que explicaba el auténtico significado de mis palabras. Espero que esto sirva para aplacar los ánimos y aclarar el verdadero significado de mi discurso, el cual en su totalidad era una invitación al diálogo franco y sincero, con gran respeto recíproco”.

Las palabras del Papa en Ratisbona no fueron entendidas; en algún caso porque un periodista no entiende los términos de una lección magistral de universidad, y en otros porque no han querido ser entendidas, o no se acepta esa verdad fundamental que hay que decir: que Dios y lo inhumano no son compatibles. La reflexión que ha hecho Benedicto XVI ha sido sobre la profunda relación que hay entre fe y razón. El Papa ha afirmado que la violencia es contraria a Dios y al amor, y nunca puede ser justificada por motivos religiosos o ideológicos.

Después de la tempestad provocada por quien no han entendido, o no han aceptado, este mensaje, el Santo Padre se volvió a manifestar en la Audiencia del miércoles día 20, invitando al diálogo de la fe cristiana con el mundo moderno y al diálogo de todas las culturas y religiones, y confía que, superadas las reacciones del primer momento, sus palabras puedan constituir un estímulo para un diálogo positivo y de autocrítica entre las distintas confesiones de fe y el cristianismo.

Sigue diciendo el Santo Padre:
“Para introducir al auditorio en el dramatismo y en la actualidad del tema, he citado algunas palabras de un diálogo cristiano-islámico del siglo XIV, con las que el interlocutor cristiano, el emperador bizantino Manuel II Paleólogo, de forma incomprensiblemente brusca para nosotros, presentó al interlocutor islámico el problema de la relación entre religión y violencia. Esta frase ha podido prestarse a malentendidos. Sin embargo, para un lector atento de mi texto resulta claro que no pretendía hacer mías las palabras negativas pronunciadas por el interlocutor medieval en este diálogo y que su contenido polémico no expresa mi convicción personal.

Mi intención era bien diversa: partiendo de lo que Manuel II dice seguidamente de forma positiva, con una palabra muy bella, acerca de la razonabilidad que debe guiar en la transmisión de la fe, quería explicar que religión y violencia no van juntas, sino más bien lo que va unido es religión y razón. El tema de mi conferencia –respondiendo a la misión de la Universidad- fue por tanto la relación entre fe y razón: quería invitar al dialogo de la fe cristiana con el mundo moderno y al dialogo de todas las culturas y religiones”.

El verdadero pensamiento del Papa respecto a este tema no se limita a al discurso de Ratisbona. El Papa, los Papas, mantienen posiciones coherentes a lo largo de sus mensajes. El mensaje de los Papas tiene continuidad a lo largo de la enseñanza de la Iglesia. Por ejemplo, aunque la doctrina social de León XIII, se promulgara en el siglo XIX , Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI continúan con la misma base y línea doctrinal. Los tiempos cambian, pero la dignidad del trabajo y la defensa del trabajador seguirá siendo un valor permanente.

En esta misma línea de continuidad se ha manifestado el Papa en Ratisbona. Lo que dijo en su discurso sobre el diálogo entre religiones y culturas lo había dicho ante los representantes de algunas comunidades musulmanas en Colonia, el 20 de agosto de 2005. Lo mismo que había proclamado del Concilio Vaticano II en su Declaración (Nostra Aetate, n. 3) sobre las “Relaciones de la Iglesia con las Religiones no cristianas”, en el año 1965.

Y la misma intención declarativa se desprende también de cuando en Munich, con gran respeto por las grandes religiones del mundo, también por los musulmanes - que “adoran a un único Dios”-, subrayaba la importancia de respetar lo sagrado y la importancia del diálogo interreligioso y la colaboración común en favor del bien común, la justicia social y los valores morales. Son las mismas palabras del Papa en la Audiencia General del pasado miércoles:
“Espero que en las diversas ocasiones de mi visita –por ejemplo cuando en Munich he subrayado la importancia de respetar todo aquello que para los otros sea sagrado- haya aparecido con claridad mi respeto profundo por las grandes religiones y, en particular, por los musulmanes, que “adoran al único Dios” y con los que estamos empeñados en “defender y promover juntos, para todos los hombres, la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad. Confío, por tanto, que después de las reacciones del primer momento, mis palabras en la Universidad de Ratisbona puedan constituir un estímulo y un impulso para un diálogo positivo y de autocrítica entre las distintas confesiones de fe y el cristianismo y entre la razón moderna y la fe de los cristianos”.
Si estas fueron las palabras clarificadoras del mismo Papa, autor del extraordinario discurso de Ratisbona, no fue menos explícita la declaración del nuevo Secretario de Estado Cardenal Tarsicio Bertone el sábado 16 de Septiembre:

“La posición del Papa sobre el Islam está sin lugar a dudas expresada en el documento del Concilio Vaticano II Nostra Aetate: «La Iglesia mira con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno» (n. 3). …/… Por lo que se refiere al juicio del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, citado por él en el discurso de Ratisbona, el Santo Padre no pretendía ni pretende de ningún modo asumirlo, sólo lo ha utilizado como una oportunidad para desarrollar en un contexto académico y según resulta de una atenta lectura del texto, algunas reflexiones sobre el tema de la relación entre religión y violencia en general y concluir con un claro y radical rechazo de la motivación religiosa de la violencia, independientemente de donde proceda. Vale la pena recordar lo que el mismo Benedicto XVI afirmó recientemente en el mensaje conmemorativo del vigésimo aniversario del encuentro interreligioso de oración por la paz convocado por su predecesor Juan Pablo II en Asís, en octubre de 1986: «Las manifestaciones de violencia no pueden atribuirse a la religión en cuanto tal, sino a los límites culturales con las que se vive y desarrolla en el tiempo… De hecho, testimonios del íntimo lazo que se da entre la relación con Dios y la ética del amor se registran en todas las grandes tradiciones religiosas».

Por tanto, el Santo Padre está profundamente disgustado por el hecho de que algunos pasajes de su discurso hayan podido parecer ofensivos para la sensibilidad de creyentes musulmanes y hayan sido interpretados de una manera que no corresponde de ninguna manera a sus intenciones. Por otra parte, ante la ferviente religiosidad de los creyentes musulmanes ha advertido a la cultura occidental secularizada para que evite «el desprecio de Dios y el cinismo que considera la ridiculización de lo sagrado como un derecho de la libertad».
Al confirmar su respeto y estima por quienes profesan el Islam, el Papa desea que se les ayude a comprender en su justo sentido sus palabras para que, una vez superado este momento difícil, se refuerce el testimonio en el «único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres» y la colaboración para promover y defender «unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (Nostra Aetate, n. 3)”.

El Director de la Oficina de Prensa y Portavoz de la Santa Sede, P. Federico Lombardi, el viernes 15, un día después de la vuelta a Roma del Santo Padre de su viaje a Alemania, hubo de salir al paso de las primeras reacciones, y las primeras críticas, sobre todo cuando a penas había habido tiempo siquiera para leer el discurso:
«A propósito de las reacciones de exponentes musulmanes acerca de algunos pasajes del Discurso del Santo Padre en la Universidad de Ratisbona, es oportuno destacar que –por cuanto resulta de una atenta lectura del texto- lo que lleva en el corazón el Papa es un claro y radical rechazo de la motivación religiosa de la violencia. No estaba en las intenciones del Santo Padre desarrollar un estudio profundizado sobre la yihad y sobre el pensamiento musulmán, y mucho menos la de ofender la sensibilidad de los creyentes musulmanes. Es clara por tanto, la voluntad del Santo Padre de cultivar una actitud de respeto y de diálogo con las otras religiones y culturas, y evidentemente también con el Islam».

Hemos analizado, hasta ahora, únicamente el aspecto conflictivo del discurso del Papa en Ratisbona, por lo que se refiere a si el Papa ha podido herir la sensibilidad de los creyentes musulmanes. Ha quedado claro que nada más lejos de la voluntad del Obispo de Roma. Pero, hemos de preguntarnos: ¿si este fue un tema marginal del discurso, cuál era el centro, lo nuclear de la tesis de Benedicto XVI?

Prácticamente todos los que han leído el discurso, incluidos jefes de gobierno o editorialistas de grandes periódicos confesionalmente laicos, coinciden en una idea, y es la siguiente: Benedicto XVI se centró en la urgente necesidad de un verdadero diálogo entre culturas y religiones. Y en este sentido señaló la contraposición existente ente el mundo occidental, donde predomina ampliamente la opinión de que “sólo la razón positivista y las formas de filosofía derivadas de ella son universales”, y las culturas profundamente religiosas que ven “en esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón, como un ataque a sus convicciones más profundas”.

Lo dice con toda claridad en las conclusiones del discurso: “Las culturas profundamente religiosas del mundo ven en la exclusión de lo divino de la universalidad de la razón un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que está sorda ante lo divino y que rechaza la religión en el ámbito de las subculturas es incapaz de insertarse en el diálogo de las culturas”.

En un tono muy profundo, el Santo Padre había justificado antes por qué el verdadero enemigo de las grandes religiones de la humanidad, incluida la religión islámica, es la razón positivista, el racionalismo científico, incapaz de comprender al hombre y proteger su dignidad. Había dicho Benedicto XVI: “la moderna razón, propia de las ciencias naturales, debe aceptar la estructura racional de la materia, y la correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras racionales que actúan en la naturaleza como un dato de hecho”. Es decir, junto a la razón humana, que es un bien de riquísimas posibilidades para el desarrollo y el bienestar de la humanidad, hay una razón, un “logos” que da sentido y plenitud a nuestro trabajo como hombres, y que no es abarcable por el pensamiento humano. Y el Papa nos ha dicho que: “Es a este gran logos, a esta vastedad de la razón, a la que invitamos en el dialogo de las culturas a nuestros interlocutores. Reencontrarla nosotros mismos siempre de nuevo, es la gran tarea de la universidad”.

Decíamos que prácticamente todos los que han leído el discurso, incluidos editorialistas de grandes periódicos confesionalmente laicos, coinciden en que el discurso del Papa se centra en la denuncia de una idea, la idea que parece regir el comportamiento del mundo desarrollado, y es que, para este mundo que llamamos occidental:“sólo la razón positivista y las formas de filosofía derivadas de ella son universales”. Este es el verdadero error del que avisa el Papa.

Y así lo dice, por ejemplo, el editorialista del Wall Street Journal, en su edición europea de antes de ayer, 19 de septiembre, que titula: “Un 'Papa Provocador'”, y desarrolla la idea de que el Papa pretendía provocar la pregunta a por qué los cristianos han abandonado los confines de su fe. Benedicto XVI conserva ‘sus flechas más punzantes contra un enemigo que es la teología liberal, el racionalismo científico y un así llamado pluralismo católico. Para argumentar esto utiliza la anécdota del emperador bizantino que dialoga con el persa de religión islámica, para decir que “Un Occidente que abandona el diálogo crítico, dentro de su propia identidad, deja de ser Occidente y se convierte de una manera peculiar en culpable de sus propios errores”, señala Bret Stephens, en el editorial, firmado para la edición europea del 'Wall Street Journal'.

Esta es la enseñanza del Papa y de esto el Papa no se puede arrepentir y por tanto no puede pedir disculpa alguna. Este es el tema central de su discurso, el de la búsqueda de la convergencia entre la fe y la razón, decisiva para caracterizar eso que puede ser llamado Europa. Una sociedad que no comprende la religión si no como una forma de irracionalismo subjetivo, no puede confrontarse con otra. Una cristiandad que voluntariamente se escamotea de la razón no puede tener fe en la bondad de sus convicciones, por no hablar de su propia verdad –esto, según el editorial del Wall Street Journal, es la enseñaza del Papa.

Igualmente hemos leído un editorial del diario español ABC, del sábado 16 de Septiembre, en el que alude a las lúcidas reflexiones sobre la religión y la libertad del hombre, para proclamar la incompatibilidad de la violencia y la amenaza, y destaca el profundo humanismo del Santo Padre y de su compromiso con la libertad individual, condenando el ejercicio de la violencia en nombre de la fe. Subraya además que el Santo Padre no cometió la injusticia de reducir el Islam a estereotipos fáciles y partidistas, sino que su discurso es una propuesta con finalidad decididamente ecuménica.

Concluye el Editorial del ABC diciendo que los representantes del mundo musulmán, sean religiosos o políticos, vivan o no en países europeos, tienen que aceptar la libertad de expresión y pensamiento que rige en las sociedades occidentales y que, en este caso, también ampara al Santo Padre, representante de una Iglesia sin poder político, carente de cualquier derecho en muchos países musulmanes y difusor de una doctrina ecuménica que los musulmanes deberían apreciar como una oportunidad de mutuo aprecio y no como un nuevo pretexto para reavivar sentimientos hostiles.

Las reacciones positivas al discurso del Santo Padre se han multiplicado entre partidos políticos, pensadores, editorialistas y grupos o asociaciones por la libertad de expresión y pensamiento. Es curioso por ejemplo el manifiesto de un grupo italiano, Centouno, adherido a partidos y círculos laicos, liberales y socialistas y que hace profesión de ser laico y liberal, cuyo empeño es relanzar los valores e la laicidad, la separación del Estado de la Iglesia, la libertad de pensamiento frente a cualquier forma de integrismo, dictaduras teocráticas, y fanatismo, ha expresado su solidaridad con el Papa Benedicto XVI “para defender su derecho a manifestar el propio pensamiento y con más razón en un foro de investigación universitaria”.

Y junto a editoriales y columnas en periódicos de prestigio, o grupos independientes por los derechos de los ciudadanos, también hay que destacar las comunicaciones de estos ciudadanos particulares, como los que han escrito a nuestra redacción de Radio Vaticano. Esta vez se trata de un mensaje dirigido al Santo Padre:
“Santidad: es fácil imaginar los angustiosos momentos por los que Su Santidad está pasando, y ver cómo  una acción totalmente amistosa y con clarísima voluntad de paz y conciliación, no se ha aceptado como tal. Deseo, con toda humildad, hacerle llegar mi solidaridad, y decirle que encuentro en sus palabras una auténtica revolución humanística, y que, gracias a la Providencia, conseguirá un afianzamiento del mundo de los valores religiosos y humanos. Que esta incipiente revolución, con la ayuda de la Providencia, conduzca a la humanidad a conocerse mejor y corregir las grandes diferencias entre los hombres, las culturas y las religiones”.








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