Santa Misa en Ratisbona: “Sólo Dios nos salva del miedo del mundo y del ansia, frente
al vacío de la propia existencia”
Martes, 12 sep (RV).-Benedicto XVI se encuentra en estos momentos en el seminario
mayor de Ratisbona y a las cinco de la tarde mantendrá un encuentro con los representantes
de la ciencia en la Universidad de ésta que fue «su universidad», y luego, en la catedral
tendrá lugar la celebración ecuménica de las vísperas.
«El que cree nunca está
solo»... El lema del viaje apostólico de Benedicto XVI a su Baviera natal sigue manifestando
su profundo y amplio significado a lo largo de estos días, como ha sido también esta
mañana en la explanada del campo de Isling, en las afueras de Ratisbona. Se calcula
que más de 260 mil personas han participado en la misa multitudinaria que ha presidido
el Papa, que ha sido acogido con mucha alegría y cariño.
Este es el segundo
baño de multitudes que el Papa ha recibido, después del domingo en la explanada ferial
de Munich. Son más de 260 mil personas según datos de la policía, presentes en la
explanada en el Islinger Feld en Ratisbona. Un grupo de jóvenes fueron a la iglesia
de San Antonio en las cercanías de la explanada, para orar y lo hicieron siguiendo
el esquema del hermano Roger, el fundador de la comunidad de Taize. Luego se vinieron
caminando a la explanada. Desde que llegó anoche a Ratisbona la ciudad se transformó
en incontenibles manifestaciones de entusiasmo, desde que las campanas de todas las
iglesias sonaron anunciando su llegada, el Papa recorrió las calles de la ciudad en
el papamóvil, en medio de dos caminos ininterrumpidos de gente que lo aclamaba.
Fueron
largos aplausos, coros que ritmaban su nombre, millones de banderitas blancas y amarillas,
lo saludaron. El Papa se mostraba feliz saludando con las manos y regalando grandes
sonrisas a los fieles venidos de todas las ciudades y de pueblos aledaños. Este camino
duró media hora hasta el seminario donde pudo cenar y descansar.
En esta ciudad
donde era profesor de dogmática en la universidad y donde aún vive su hermano Georg,
durante años maestro de Capilla en la catedral. La muchedumbre lo recibió con gran
calor y afecto agitando al viento las banderitas amarillo-blanco, colores de la bandera
del Vaticano, aplaudiendo y gritando el famoso grito de las papaboys en italiano Benedetto.
La misa comenzó a las diez de la mañana. También hoy acompañan al Papa muchos
concelebrantes, y por supuesto los cardenales Sodano, y el obispo de la ciudad Mons.
Gerhard Ludwig Muller. El área donde se celebra la Misa, tiene las dimensiones de
unos 300 mil metros cuadrados y ofrece también áreas de reserva. El altar es el área
central donde se desarrolla la misa y donde tendrán lugar el desarrollo de la liturgia:
la dirección de la oración, la anunciación de la palabra de Dios y el servicio en
el altar.
Hablando del crucifijo, que más allá del significado ideal para
los creyentes de la ciudad de Ratisbona, establece también una referencia sobre la
communio sanctorum la comunidad de los santos con la cual la comunidad en oración
esta unidad al celebración de la eucaristía. El crucifijo en madera fue construido
entre el año 1370-1380 y viene de la iglesia de los escoceses de San Jacob y es de
cualidad artística modesta. Sin embargo conmueve sobre manera la expresión de dolor
en el rostro del Jesús crucificado.
Es de máxima importancia el descubrimiento
sensacional hecho en este crucifijo, en 1991 con ocasión de una restauración. En la
parte posterior de la cabeza de Cristo se encontró una pequeña cavidad vacía cerrada
dentro la cual se sacaron dos saquitos de reliquias y un estuche de cuero de trabajo
artístico en el cual reposaba desde hace más de 600 años una valiosa obra de arte,
es una mariposa de plata dimensiones naturales con perlas en los extremos de las
antenas, las alas están pintadas y con un cuadrito incrustado cuyo diseño, recuerda
la crucifixión.
El Papa ha centrado el mensaje de su homilía en el compromiso
de la fe. La fe que “no nos ha de dar miedo”, sino que “nos llama a la responsabilidad”.
“No debemos desperdiciar nuestra vida, ni abusar de ella”; pero “tampoco debemos quedar
indiferentes ante la injusticia” del mundo.
El tema principal de la jornada
es el mismo que caracteriza todo el viaje: Quien cree no esta nunca sólo. Durante
la procesión del ingreso se puede escuchar el himno del viaje. Estas palabras se han
escuchado en los discursos del Papa o en sus recuerdos de juventud, en los agradecimientos
por todo lo que se ha hecho para preparar el viaje, para como dijo el Santo Padre
“embellecer mi casa o mi jardín.
Su homilía inició así quien cree no esta nunca
solo, la fe nos reúne y nos da una fiesta, nos dona el gozo en Dios, la alegría por
la creación y por el estar juntos. El Papa contrapone esta realidad del cristianismo
a la cultura actual que ha caracterizado en sus intervenciones durante su pontificado,
los individuos aislados, el mundo occidental cansado de la propia cultura, el ritmo
de la vida acelerado y sin fundamento, con la falta de motivos de vida y esperanza.
Seguidamente el Papa agradeció todo lo que se había hecho para preparar la visita.
“Gracias, dijo por todo este compromiso, no hicieron todo esto solo por un hombre
nada más, para mi pobre persona, lo han hecho en la solidaridad de la fe, dejándoos
guiar por el amor al Señor y a la Iglesia”.
Cabe destacar el tono característico
de los discursos de Benedicto XVI. El cristianismo conduce a la vida bella, a la hermandad,
al gozo profundo y a la satisfacción. Busca profundizar esta fe madura. Este trozo
de la homilía en que el Papa dice que nos hemos reunidos para una fiesta de la fe….
Y se pregunta ¿qué es lo que creemos en realidad?, ¿qué significa creer?, ¿puede existir
este significado aún hoy día en el mundo moderno? Pensemos a la cantidad de libros
escritos cada día en favor o en contra de la fe, se ha tratado de desalentarnos y
de pensar que todo esto era demasiado complicado.
Al final, continuó el Papa,
viendo a los árboles en forma individual, no se ve más el bosque… y sin embargo en
su núcleo es muy sencillo. «En esta visión se demuestran dos cosas: la fe es sencilla.
Creemos en Dios – en Dios, principio y fin de la vida humana. En aquel Dios que entra
en relación con nosotros los hombres, que es para nosotros origen y futuro. Así la
fe, contemporáneamente, es siempre esperanza, es la certeza que tenemos en un futuro
y así no caemos en el vacío. Y la fe es amor, porque el amor de Dios quiere “contagiarnos”.
«No
debemos desperdiciar nuestra vida, ni abusar de ella; tampoco debemos tenerla para
nosotros mismos; de cara a la injusticia no debemos permanecer indiferentes, convirtiéndonos
en conniventes o más aún cómplices. Debemos percibir nuestra misión en la historia
e intentar cumplir con ella».
Luego el Papa dijo que como segunda cosa podemos
constatar, que el Credo no es un conjunto de sentencias, no es una teoría. Es un
evento de encuentro entre Dios y el hombre. Dios en el misterio del Bautismo, nos
adopta como sus hermanos y hermanas. De este modo hace de todos nosotros una gran
familia en la comunidad universal de la Iglesia. “Sí, afirmó con fuerza el Papa, quien
cree no esta nunca solo. Dios nos busca. Encaminémonos también nosotros hacia Dios
y vamos así los unos al encuentro de los otros. No dejemos solo, mientras tengamos
fuerzas, a ninguno de los hijos de Dios.
Seguidamente se puede ver una confrontación
con la cultura, las mentalidades, con la presión mediática actual, de ver sólo así
mismo, los propios deseos, aunque si son opuestos al bienestar de los otros, a la
vida de los otros, al bienestar de la comunidad, del desarrollo de la sociedad como
tal. Luego el Papa provoca a la reflexión más profunda, más conciente del significado
de la fe cristiana en el mundo de hoy. Nosotros creemos en Dios. Esta es nuestra decisión
de fondo. Pero se pregunta el Santo Padre es posible hoy día, es algo razonable?,
desde el iluminismo, al menos una parte de la ciencia se compromete con dinamismo
sobre una explicación del mundo, en el que Dios se convierte en algo superfluo. Convirtiéndose
también Él inútil para nuestra vida. Pero cada vez podía parecer que casi lo había
logrado, siempre de nuevo aparecía evidente, las cuentas no vuelven, las cuentas sobre
el hombre, sin Dios no vuelven, y las cuentas sobre el mundo, sobre todo el gran
universo, sin él no vuelven.
Al fin de cuentas, permanece la alternativa, ¿qué
es lo que existe en el inicio? La razón creativa, el Espíritu que obra completamente
y suscita el desarrollo, o la irracionalidad que, priva de toda razón, extrañamente
produce un cosmos ordenado, en modo matemática y también el hombre, su razón… nosotros
cristianos decimos: “Creo en Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra”- Creo en
el Espíritu Creador. Nosotros creemos que al principio está el Verbo eterno, la Razón
y la no irracionalidad.
Benedicto XVI quiere dar un nuevo impulso a nuestra
conciencia y más, e inmediatamente le viene detrás la segunda pregunta, ¿en cual Dios?,
es el Espíritu Creador, Razón creativa, de la que proviene todo y de la cual venimos
también nosotros. Dios no nos deja ir a tientas en la oscuridad, se mostró como hombre,
Dios asumió un rostro humano. Nos ama hasta el punto de de dejarse por nosotros crucificar
en la Cruz, para llevarse los sufrimiento de la humanidad al corazón de Dios.
Hoy
que conocemos las patologías y las enfermedades mortales de la religión y de la razón,
las destrucciones de la imagen de Dios a causa del odio y del fanatismo, es importante
decir con claridad en cual Dios creemos y profesar convencidos este rostro humano
de Dios. Sólo esto nos libra del miedo de Dios- un sentimiento del cual en definitiva,
nace el ateismo moderno. Sólo este Dios nos salva del miedo del mundo y del ansia
frente al vacío de la propia existencia, solo mirando a Jesús, nuestro gozo en Dios
alcanza su plenitud, se convierte en alegría redentora.
La segunda parte del
Credo se concluye con la perspectiva del Juicio final y la tercera con la de la
Resurrección de los muertos. Juicio que con esto ¿no se trata de inculcar de nuevo
el miedo? Se pregunta el Papa sino que no queremos tal vez que el exceso de injusticia
y de sufrimiento, que vemos en la historia, al final se disuelva, que todos podamos
ser felices, que todo obtenga un sentido? Esta afirmación del derecho, esta conexión
de tantos fragmentos de historia que parecen privados de sentido, de tal manera que
se puedan integrar en un todo en el que dominen la verdad y el amor. Y esto se entiende
con el Juicio del mundo. La fe no quiere darnos miedo, quiere más bien, y esto es
seguramente llamarnos a la responsabilidad, debemos percibir nuestra misión en la
historia y buscar de correspondernos, sin miedo pero con responsabilidad, responsabilidad
y preocupación para nuestra salvación y por la salvación de todo el mundo son necesarias.
Documento
completo: HOMILÍA
Catedral de Ratisbona. Misa 12 de
Setiembre
Queridos hermanos y hermanas! “Quien cree no esta nunca solo”,
es el lema de estos días. Aquí lo vemos realizado: la fe nos reúne y nos invita a
este encuentro. Nos entrega la alegría de Dios, la alegría por la creación y por estar
juntos. Yo se que los días precedentes a este encuentro han supuesto mucha fatiga
y mucho trabajo. A través de las noticias de los periodistas he podido saber un poco
sobre cuantas personas han empleado mucho tiempo y muchos esfuerzos por preparar esta
explanada así de digna; gracias a ellos esta la Cruz sobre la colina como signo de
Dios para la paz del mundo, los caminos de acceso y de partida están abiertos; la
seguridad y el orden han sido garantizados, han sido preparados alojamientos, etc...
No
puedo imaginar -incluso ahora lo sé muy superficialmente- cuántos trabajos de pequeños
particulares han sido necesarios para que pudiéramos encontrarnos todos juntos de
esta manera. Por todo ello no puedo más que decir, simplemente: “Gracias de corazón!”
El Señor les recompense por todo, y la alegría que ahora podemos experimentar gracias
a su preparación se multiplique para cada uno de vosotros. Me he conmovido cuando
he escuchado cuántas personas, en particular de las escuelas profesionales de Weiden
ed Amberg, como también empresas y personas individuales, hombres y mujeres, han colaborado
para embellecer mi casa y mi jardín. Un poco confundido ante tanta bondad, solo puedo
decir también en este caso un humilde “gracias!” por este esfuerzo. No han hecho todo
esto solamente para un solo hombre, por mi pobre persona; lo han hecho en la solidaridad
de la fe, dejándose guiar por el amor por el Señor y por la Iglesia. Todo esto es
una señal de verdadera humanidad, que nace de ser tocados por Jesucristo.
Nos
hemos reunidos para una fiesta de la fe. Ahora, sin embargo, surge una pregunta: ¿Qué
creemos en realidad? ¿Qué significa creer? ¿Se puede todavía creer en el mundo moderno?
Viendo las grandes “Summas” de teología escritas en el Medioevo o pensando
en la cantidad de libros escritos todos los días a favor o contra la fe, estamos tentados
a desalentarnos y pensar que esto es demasiado complicado. Al final, viendo cada árbol
no se ve el bosque. Es verdad: la visión de la fe comprende cielo y tierra; el pasado,
el presente, el futuro, la eternidad- no es nunca agotable. Y todavía, en su núcleo
es muy sencillo. En efecto, el Señor, habla con el Padre diciendo: “Has ocultado
estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”
(Mt 11,25) –a aquellos que son capaces de ver con el corazón.
La Iglesia,
por su parte, nos ofrece una pequeña “Summa”, en la cual todo lo esencial esta
expresado: es el “Credo de los Apóstoles”. Este, normalmente, por lo general, es subdividido
en doce artículos –de acuerdo al numero de los apóstoles- habla de Dios, creador y
principio de todas las cosas, de Cristo y de la obra de salvación, hasta la resurrección
de los muertos y de la vida eterna. Pero en su concepción de fondo, el Credo esta
compuesto sólo de tres partes principales, y según su historia no es más que una ampliación
de la formula bautismal, que el Señor resucitado entregó a los discípulos para todos
los tiempos, cuando les dijo: “Id, pues y haced discípulos a todas las gentes bautizándoles
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19)
En
esta palabra se demuestran dos cosas: la fe es sencilla. Creemos en Dios –en Dios,
principio y fin de la vida humana. En aquel Dios que entra en relación con nosotros
los hombres, que es para nosotros origen y futuro. Así la fe, contemporáneamente,
es siempre esperanza, es la certeza que tenemos en un futuro y así no caemos en el
vacío. Y la fe es amor, porque el amor de Dios quiere “contagiarnos”.
Como
segunda cosa podemos constatar: el Credo no es un conjunto de sentencias, no es una
teoría. Esta anclado al evento del Bautismo –a un acontecimiento de encuentro entre
Dios y el hombre. Dios, en el misterio del Bautismo, se inclina sobre el hombre; sale
a nuestro encuentro y de este modo nos acerca también entre nosotros. Porque el Bautismo
significa que Jesucristo, por así decir, nos adopta como sus hermanos y hermanas,
acogiéndonos con ello como hijos en la familia de Dios mismo. De este modo hace de
todos nosotros una gran familia en la comunidad universal de la Iglesia. Sí, quien
cree no esta nunca solo. Dios sale a nuestro encuentro. Encaminémonos también nosotros
hacia Dios y vamos así los unos al encuentro de los otros. No dejemos solo, por cuanto
esta en nuestras manos a ninguno de los hijos de Dios!
Nosotros creemos
en Dios. Esta es nuestra decisión de fondo. ¿Pero es posible todavía hoy? ¿Es una
cosa razonable? Desde el iluminismo, al menos una parte de la ciencia se compromete
con solicitud en buscar una explicación del mundo, en el cual Dios se haga superfluo.
Y así Él debería convertirse en inútil también para nuestra vida. Y cada vez que pareciera
que esto ha sido logrado, siempre de nuevo, se hace evidente que las cuentas no resultan.
Las cuentas sobre el hombre, sin Dios, no resultan, y las cuentas sobre el mundo,
sobre todo el vasto universo, sin Él no resultan. En fin de cuentas, queda la alternativa:
¿Qué es lo que existe al origen? La Razón creadora, el Espíritu que obra todo y suscita
el desarrollo, o la Irracionalidad que, privada de toda razón, extrañamente produce
un cosmos ordenado en modo matemático así como el hombre y su razón. Sin embargo,
ésto sería entonces solamente un resultado casual de la evolución y por tanto, en
fondo, también una cosa irrazonable. Los cristianos decimos “Creo en Dios Padre, Creador
del cielo y de la tierra” –creo en el Espíritu Creador. Nosotros creemos que en el
origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad. Con esta fe no tenemos
necesidad de escondernos, no debemos temer encontrarnos con ella en un callejón sin
salida. ¡Estamos alegres de poder conocer a Dios! Y buscamos demostrar también a los
demás la racionabilidad de la fe, como san Pedro nos exhorta a hacer en su Primera
Carta.
Nosotros creemos en Dios. Lo afirman las partes principales del
Credo y lo subraya sobre todo su primera parte. Pero ahora sigue la segunda pregunta:
¿En qué Dios? Pues bien, creemos en aquel Dios que es Espíritu Creador, Razón creativa,
del cual proviene todo y del quien provenimos también nosotros. La segunda parte del
Credo nos dice más. Esta razón creativa es Bondad. Es Amor. Ella posee un rostro.
Dios no nos deja a ciegas en la oscuridad. Se ha mostrado como hombre. El es tan grande
que se puede permitir hacerse. “Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre”,
dice Jesús (Jn 14,9). Dios ha asumido un rostro humano. Nos ama hasta el punto de
dejarse por nosotros clavar sobre la Cruz, para llevar los sufrimientos de la humanidad
hasta el corazón de Dios. Hoy, que conocemos las patologías y las enfermedades mortales
de la religión y de la razón, las destrucciones de la imagen de Dios a causa del odio
y del fanatismo, es importante decir con claridad en qué Dios creemos y profesar convencidos
este rostro humano de Dios. Sólo esto nos libera del miedo de Dios –un sentimiento
del que, en definitiva, nace el ateismo moderno. Sólo este Dios nos salva del miedo
del mundo y del ansia, frente al vacío de la propia existencia. Solo mirando a Jesucristo,
nuestro gozo en Dios alcanza su plenitud, se convierte en alegría redentora. Durante
esta celebración solemne de la Eucaristía queremos dirigir nuestra mirada sobre el
Señor para pedirle el gran gozo que Él ha prometido a sus discípulos (Jn16,24).
La
segunda parte del Credo se concluye con la prospectiva del Juicio final y la tercera
con aquella de la resurrección de los muertos. Juicio, ¿acaso esta palabra no nos
inculca de nuevo el miedo? Por otro lado, ¿no estamos deseando todos que algún día
se haga justicia a todos los condenados injustamente, a los que tanto han sufrido
a lo largo de la vida y después de una vida llena de dolores, han sido engullidos
por la muerte? ¿No queremos acaso que el exceso de injusticia y de sufrimiento que
vemos en la historia, al final se disuelva, que todos en definitiva puedan encontrar
la felicidad, y que todo tenga un sentido? Este triunfo de la justicia, esta unión
de tantos fragmentos de historia que parecen carentes de sentido, integrados en un
todo donde dominen la verdad y el amor, esto es lo que se entiende como concepto de
Juicio del mundo. La fe no quiere infundirnos miedo; más bien quiere –y esto con certeza-
llamarnos a la responsabilidad. No debemos desperdiciar nuestra vida, ni abusar de
ella; tampoco debemos tenerla para nosotros mismos; de cara a la injusticia no debemos
permanecer indiferentes, convirtiéndonos en conniventes o, más aún, en cómplices.
Debemos percibir nuestra misión en la historia y tratar de corresponderla. No miedo,
sino responsabilidad -responsabilidad y preocupación por nuestra salvación, y por
la salvación de todo el mundo son necesarias. Pero cuando la responsabilidad y la
preocupación tienden a convertirse en miedo, recordemos entonces las palabras de san
Juan: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos
a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo” (1 Jn. 2,1). “en caso
de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia
y conoce todo” (1 Jn. 3,20).
Hoy celebramos la fiesta del Nombre de
María. A cuantos llevan este nombre –mi madre y mi hermana estaban entre ellas- quisiera
expresar mis más cordiales deseos por su onomástica. María, la Madre del Señor, del
pueblo fiel ha recibido el título de abogada, siendo ella nuestra intercesora ante
Dios. Así la conocemos desde las bodas de Caná: como la benévola mujer, llena de premura
materna y de amor, la mujer que advierte las necesidades de los demás y que, para
ayudar, las coloca ante el Señor. Hoy hemos escuchado en el Evangelio, cómo el Señor
la entrega como madre al discípulo predilecto y, en él, a todos nosotros. En cada
época, los cristianos han acogido con gratitud este testamento de Jesús, y ante la
Madre han encontrado siempre de nuevo aquella seguridad y aquella confiada esperanza
que nos hacen felices en Dios. Acojamos también nosotros a María como la estrella
de nuestra vida, que nos introduce en la gran familia de Dios! Sí, quien cree no está
nunca solo. Amén!