Escuchar el programa Viernes, 1 sep (RV).-
Hoy hablaremos de las adicciones, esa tendencia que desarrollamos los seres humanos
hacia el consumo compulsivo de diversas cosas: alcohol, sustancias tóxicas, e incluso
productos comerciales. Las adicciones pueden considerarse una enfermedad familiar
y social en cuyo desarrollo juegan diferentes factores, desde lo biológico hasta lo
existencial y lo espiritual pasando por lo emocional y lo mental, sin olvidar los
valores y las creencias. Pero lo evidente es que el terreno en el que se desarrolla
la vida adictiva es precisamente la cotidianidad. Es en el ámbito familiar en donde
aprendemos que las penas se ahogan en el trago o se evaden con algo, y esta costumbre
que comienza en la niñez se transmite de generación en generación. Lo increíble
es que los padres de familia y la sociedad en general no perciben cuál es su responsabilidad
en el surgimiento del problema y miran la situación como si ella naciera por generación
espontánea de un mundo que a ellos no les concierne y al que solo pertenecen los jóvenes;
o aquellos adictos cuyos niveles de consumo ya los convirtieron en seres marginales. De
acuerdo con nuestro entendimiento, un adicto es solamente aquel ser humano que consume
compulsivamente sustancias tóxicas, tabaco, alcohol, marihuana, pastillas etc., que
ha perdido su autonomía y su voluntad, que organiza su vida exclusivamente alrededor
del consumo y no alguien que sencillamente estaba borracho. ¿Estarán equivocadas las
autoridades norteamericanas? ¿O será que nosotros pretendemos tapar el sol con las
manos? Y es que, aunque estamos alarmados al ver la cantidad de adolescentes, casi
niños, que consideran adecuado, normal y hasta necesario para su crecimiento personal,
pertenecer a grupos o parches en los que se consumen cigarrillos, alcohol, drogas,
ropa de marca, video juegos, le restamos importancia al hecho de que ellos piensan
que para pasarla bien hay que consumir, de lo contrario se es un tonto, un nerdo,
o sencillamente no está en nada. Según nuestras creencias culturales, podríamos
pensar que las autoridades norteamericanas habrían actuado de manera excesiva al sentenciar
al actor Mel Gibson a tres años de libertad provisional, a pagar una multa de 1.300
dólares y a asistir casi un año a las terapias de alcohólicos anónimos, por manejar
en estado de ebriedad. El asunto es que los adultos asumimos actitudes consumistas,
adictas, que justificamos culturalmente, señalando como natural un estilo de vida
donde se aprende con naturalidad que el consumo es una forma de ayuda para sentirnos
mejor, superar una dificultad o incluso una tristeza. El consumo es una forma de evasión
de la realidad. Adicionalmente, muchos padres de familia consumen licor, pero
se amparan en lo socialmente aceptable y no se reconocen a sí mismos como consumidores;
se sienten, por ejemplo, bebedores sociales. En consecuencia no perciben que están
construyendo el permiso para la familiaridad conde sus hijos con el alcohol. Lo
claro es que en muchos hogares se crean las condiciones para que los hijos se encaminen
hacia las adicciones, cada vez que nuestros impulsos como padres nos llevan por caminos
que no deseamos, cada vez que nos encontramos sintiendo que los obstáculos nos quedan
grandes o que, para cumplir con nuestras obligaciones diarias, necesitamos la ayuda
de un cigarrillo, de un trago, e incluso de un par de zapatos que nos estimule y disipe
la depresión. Para que las familias y la sociedad puedan salir de las adicciones,
es necesario que el amor y la dignidad tomen el lugar que hoy día tiene el miedo al
dolor, que la obsesión se reemplace por la tenacidad, la compulsión por la decisión,
la codependencia por el cuidado de las propias responsabilidades, el consumo de las
sustancias por el ejercicio de la autonomía y la pasión por libertad. Sin embargo,
esto sólo se logrará cuando tengamos el valor para acoger amorosamente las debilidades
de nuestros hijos, si los guiamos con la certeza de que trascender el dolor es el
mejor camino hacia la libertad. Texto: Alma García Locución: Alina Tufani