Conmemoración de la fecha del martirio de san Lorenzo hace casi 1800 años
Jueves, 10 ago (RV).-. Lorenzo era uno de los siete diáconos de Roma, es decir uno
de los siete hombres de confianza del Sumo Pontífice. De origen español, en los años
que vivió san Lorenzo, la Iglesia era objeto de terribles persecuciones, tanto es
así, que en el año 257, el emperador Valeriano publicó un decreto en el que ordenaba
que todo el que se declarara cristiano, sería condenado a muerte. El 6 de agosto de
ese mismo año, el Papa san Sixto estaba celebrando una Santa Misa en un cementerio,
cuando fue asesinado junto con cuatro de sus diáconos por la policía del emperador.
La
antigua tradición dice que cuando Lorenzo vio que al sumo Pontífice le iban a matar
dijo: “Padre mío, ¿te vas sin llevarte a tu diacono?. Y san Sixto le respondió: “Hijo
mío, dentro de cuatro días me seguirás”. Fue entonces cuando viendo que el peligro
se acercaba, Lorenzo recogió todos los dineros y demás bienes que la Iglesia tenía
en Roma y los repartió entre los pobres. El alcalde de Roma, llamó a Lorenzo y le
dijo: “me han dicho que los cristianos emplean cálices y patenas de oro en sus sacrificios.
Vaya, recoja todos los tesoros de la Iglesia y me los traiga, porque el emperador
necesita dinero para costear una guerra que va a empezar”.
Lorenzo le pidió
tres días para reunir todos los tesoros de la Iglesia y en esos días fue invitando
a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, mutilados y leprosos a que le ayudaran
con sus limosnas. Y al tercer día los hizo ponerse en fila y se presentó ante el alcalde
diciendo: “ya tengo reunidos todos los tesoros de la Iglesia. Le aseguro que son más
valiosos que los que posee el emperador”. El alcalde entonces, lleno de rabia le mandó
matar de una forma lenta al santo: “que padezca todo lo que nunca se ha imaginado.
Ya que tiene tantos deseos de ser mártir, lo martirizaré horriblemente”.
Rodearon
a Lorenzo de escorpiones y más tarde encendieron una parrilla de hierro y allí le
acostaron. Los cristianos que le miraban desde lejos aseguraron ver el rostro del
santo rodeado de un esplendor hermosísimo y sintieron un aroma muy agradable mientras
lo quemaban. Después de un rato de estar sobre las llamas en la parrilla el mártir
dijo al juez: “ya estoy asado por un lado. Ahora que vuelvan hacia el otro lado para
quedar asado por completo”. San Agustín dice en sus escritos, que el gran deseo que
tenía el mártir de llegar junto a Cristo le hacía restarle importancia a los dolores
de la tortura. De hecho después de un rato, cuando sintió que ya estaba completamente
quemado el santo exclamó de nuevo: “la carne ya está lista, pueden comer”. Y con una
tranquilidad que nadie habría imaginado rezó por la conversión de Roma y la difusión
de la religión en todo el mundo y exhaló su último suspiro. Era el 10 de agosto del
año 258.
La ciudad de Roma, en señal de agradecimiento le ha dedicado 34 iglesias,
la primera de las cuales fue levantada en el lugar de su martirio. El Papa Dámaso,
un gran admirador de las virtudes del mártir, erigió una hermosa basílica en la ciudad,
siendo la quinta en importancia de la ciudad eterna.