El Papa subraya la necesidad de “fomentar la familia y sobre todo, respetar sus propios
derechos, que no pueden ser disipados ante otras formas de unión que pretendan usurparlos”
Viernes, 30 jul (RV).- Benedicto XVI ha recibido esta mañana las cartas credenciales
del nuevo embajador de Uruguay ante la Santa Sede, Mario Juan Bosco Cayota Zappettino.
En su discurso el Papa ha recordado la muestra de afecto que tantos uruguayos guardan
a Juan Pablo II, tras las dos visitas a su País, que ha quedado plasmada en un monumento
en el lugar donde celebró su primera Misa en Montevideo. “Es de esperar que la
visión cristiana del hombre, llamado a un destino sobrenatural -ha afirmado el Santo
Padre-, se pueda manifestar abiertamente en la educación de las nuevas generaciones.
En efecto, la tarea educativa no ha de limitarse a lo meramente técnico y profesional,
sino que ha de comprender todos los aspectos de la persona, de su faceta social y
de su anhelo de trascendencia.
Los valores más altos, arraigados en el
corazón de las personas y en el tejido social, son como el alma de los pueblos, que
los hace fuertes en la adversidad, generosos en la colaboración leal e ilusionados
en la construcción de un futuro mejor y lleno de vida, en la que todos sin excepción
tengan la oportunidad de desarrollar la plena dignidad del ser humano, ha señalado
el Papa.
Por eso Benedicto XVI ve con preocupación algunas tendencias que
tratan de limitar el valor inviolable de la vida humana y la familia. “La Iglesia
promueve ciertamente una “cultura de la vida”, generosa y creadora de esperanza. Pero
no faltan quienes desde algunos medios de comunicación social denigran o ridiculizan
el alto valor del matrimonio y la familia. “Fomentar la familia, ayudarla a cumplir
sus cometidos indispensables, es ganar también cohesión social y, sobre todo, respetar
sus propios derechos, que no pueden ser disipados ante otras formas de unión que pretendieran
usurparlos. Finalmente, el Pontífice, hablando del vasto problema de la pobreza
y la marginación, ha dicho que es un desafío apremiante para los gobernantes y responsables
de las instituciones públicas. “El llamado proceso de globalización ha creado nuevas
posibilidades y también nuevos riesgos, que es necesario afrontar en el concierto
más amplio de las Naciones. “Es una oportunidad para ir tejiendo como una red de comprensión
y solidaridad entre los pueblos, sin reducir todo a intercambios meramente mercantiles
o pragmáticos, y en la que tengan cabida también los problemas humanos de cada lugar
y, en particular, de los emigrantes forzados a dejar su tierra”.
La Iglesia,
al considerar el ejercicio de la caridad como una dimensión esencial de su ser y su
misión, desarrolla de manera abnegada una valiosa atención a los necesitados de cualquier
condición o proveniencia, y colabora en esta tarea con las diversas entidades e instituciones
públicas. Para ello ofrece sus recursos personales y materiales, pero sobre todo la
cercanía humana que trata de socorrer la pobreza más triste, la soledad y el abandono,
sabiendo que «el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio de Dios.