2006-06-12 17:57:19

Día Internacional de la Donación de Sangre


Lunes 12 jun (RV).- La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido que para que un país pueda satisfacer sus necesidades transfusionales el número de unidades de sangre que colecta debe corresponder al 2% de su población y de ellos el 50% deben provenir de donantes voluntarios no remunerados. Para recordar en todo el mundo la necesidad de las donaciones de sangre voluntarias, este organismo de Naciones Unidas estableció que el 14 de junio se celebrara en todo el mundo el Día Internacional de la Donación de Sangre.

La invitación a donar sangre se ha realizado también desde la Iglesia, el pasado año, durante la celebración de la Jornada Mundial de los Donantes de Sangre, el cardenal Javier Lozano Barragán apremiaba en una Homilía a todos los fieles a donar, porque “la sangre nunca basta”. El propio purpurado reconoció la dificultad que muchas veces conlleva el tomar la decisión de donar la propia sangre, de ahí que pidiera al Espíritu Santo “su luz para entender mejor esta Jornada”.

El propio Cristo dio a sus discípulos un mandato explícito: "Curad a los enfermos". Éste es el llamamiento a cumplir, y cómo cada uno como persona individual puede llevar a cabo esta cura sino está preparado para ejercer de médico, os preguntaréis. La respuesta la tenéis en esta jornada que hoy estamos recordando, gracias a la donación de la propia sangre, gracias al cariño, la ayuda y la paciencia, son estas las claves a cumplir.

El cardenal Lozano Barragán enumeró en la cita del pasado año algunos de los motivos por lo que donar la propia sangre; en primer lugar, puede haber motivos filantrópicos: compasión hacia los enfermos, una solidaridad natural, enfermedades urgentes, etc. Son motivos válidos, pero, con frecuencia, especialmente para los creyentes en Cristo, se encuentran en la periferia de la existencia y ellos mismos son también un interrogante más, que requiere una respuesta profunda. Esta respuesta, de algún modo, ya se percibe en lo que se experimenta al donar la propia sangre, pero no siempre se puede expresar como se quisiera.

“Vivimos en un mundo de símbolos”, decía el purpurado, acciones prácticas que, mientras se explican, esconden al mismo tiempo su riqueza. La donación de sangre que hacemos se inserta dentro de este mundo simbólico:  es un signo de nuestra solidaridad, nuestra compasión, nuestra responsabilidad, nuestra entrega a los demás, y oculta el misterio profundo de la existencia, sobre el que balbucimos algo gracias a la Eucaristía; nos sumergimos en el océano inmenso de Cristo redentor. Y nuestra donación de sangre hace que la salud física se pueda comunicar a tantos hermanos nuestros; pero nuestra acción trasciende también la salud temporal y se extiende más allá de sus confines, hasta penetrar en el fondo mismo del misterio.



Así, nuestra donación de sangre se convierte en un himno a la vida, en un himno de victoria y resurrección, en una participación que prolonga la entrega de la sangre de Cristo y desmiente la más seductora mentira de la cultura de la muerte, que presenta como únicos vencedores en la vida a los que proclaman como valores supremos el egoísmo y el encerrarse en sí mismos, arrastrados por los impulsos de poder, placer y tener, por el afán de dominio. La donación de sangre se encuentra exactamente en el punto opuesto de esta cultura de muerte. Más aún, para los cristianos significa donarse a sí mismos a Dios y a los demás, incluso hasta la muerte: estos son los verdaderos vencedores; en este camino de auténtica solidaridad, y sólo así, se realiza la única victoria posible, la victoria deslumbrante de la resurrección.



Con las palabras de la homilía del cardenal Lozano Barragán les dejamos que reflexionen sobre el profundo significado de la jornada dedicada a la donación de sangre que hoy hemos querido celebrar con ustedes.








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