2006-05-26 16:03:28

Reflexiones en Familia


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Viernes, 26 may (RV).- Hoy hablaremos del bienestar común, esa frase que se supone rige nuestras vidas en grupo e incluso individuales, sin embargo esta máxima es considerada desde otros intereses, quizá mucho más comerciales, económicos etc, que del bienestar social como tal. Y es que de verdad que la globalización y la lógica de los mercados están determinando muchas esferas de nuestra vida, principalmente la convivencia y las redes sociales de interacción, además de otros factores culturales como las identidades y la diversidad.

Bajo la óptica del mercado y el libre comercio, se señala de manera muy general que hoy en día todo puede ser tratado como una mercancía, o que todo es negociable. Así, lo esencial e incluso lo íntimo se desvanecen de tal manera que se pueden comprar o comercializar, como lo vemos diariamente en los reality Show de la televisión.

La cultura del mercado es importante sin lugar a dudas, en la medida en que por ella se enriquece y circula la producción de los pueblos, es una forma de diálogo intercultural que nos abre una visión de mundo dinámica y global. Sin embargo, también tiene sus riesgos y consecuencias negativas, en la medida en que puede generar desvalorizaciones frente a lo que somos como individuos y grupos, en la medida en que se sobre valora el poder adquisitivo y le da una consideración exaltada de las cosas y de los objetos, por encima incluso de los valores y cualidades humanas.

Indiscutiblemente el hecho de sobre valorar lo económico, el poder del mercado, de los objetos, del dinero y de todo el prestigio que las cosas materiales pueden darnos puede llegar a destruir nuestras vidas, perdiendo la esencia de lo realmente importante.

Ya lo hemos dicho y no sobra volverlo a decir: a todos nos duele que el dinero sea utilizado como argumento de poder. No son pocas las personas que al obtener éxito económico se van transformando en tiranos y comienzan a mirar a sus antiguos amigos como si fueran inferiores y sus antiguos amigos completan el juego, al mirarlos a ellos como si ahora se hubieran vuelto mejores seres humanos.

O también ocurre lo contrario, personas que han hecho un capital importante con su profesión, y que posteriormente sufren un revés económico, y por ello dejan de luchar, se deprimen, pierden toda su seguridad personal y empiezan a avergonzarse de lo que esta nueva situación les proporciona, incluso sienten también el abandono de sus amigos, de sus seres queridos porque “ya no tienen nada para ofrecer”.

Bajo el precepto de que plata manda, se logra que un cónyuge se someta a la voluntad del otro, que los desposeídos transijan sus verdaderos valores y acepten propuestas indecentes, que los ambiciosos actúen por debajo de la moral para tener ganancias inimaginables.

En general, sentimos desaprobación hacia estas costumbres que abandonan el sentido de ser humano desde las fortalezas y cualidades de cada persona, hasta la sencillez de vivir y sentir las cosas simples. Por ello hay que estar siempre atentos, particularmente con los jóvenes y niños que son las personas más vulnerables a dejarse contaminar por la sobre valoración del dinero y las mercancías, dejando en ocasiones en un segundo plano sus propias expresiones y gustos, por adoptar aquellos de moda.

De ahí que muchas personas persistan en la idea de que se han perdido los valores, y en ello y tal vez más guiados por el optimismo, lo que debemos hacer es dejar que esos valores humanos que nuestras familias y grupos sociales han construido y enriquecido por años no se diluyan ante nuevas tendencias mercantilistas, y para ello será necesario tener el coraje de construir una sociedad en la que se piense mucho más en las formas de lograr que la prosperidad colectiva sea una meta personal, sin que nuestro único referente sea el dinero o los objetos como formas de ascenso social o de prestigio.

Tal vez se nos olvido de nuestros antepasados la esencia de la vida sencilla, con sacrificios y pocas comodidades, pero llena de cualidades y riqueza humana.

Texto: Alma García
Locución: Alina Tufani Díaz








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