El Papa elogia el indudable impulso generoso, el testimonio y entrega de la vida consagrada,
que también se ve acechada por la mediocridad, el aburguesamiento y la mentalidad
consumista
Lunes, 22 may (RV).- «Pertenecer al Señor es la misión de los hombres y las mujeres
que han elegido seguir a Cristo casto, pobre y obediente, para que el mundo crea y
se salve». Esta ha sido la exhortación de Benedicto XVI en su audiencia esta mañana
a los Superiores y Superioras Generales, a los representantes y a los responsables
de la Vida Consagrada.
Es la exhortación que ha reiterado Benedicto XVI, este
lunes en el Aula Pablo VI, en su audiencia a los Superiores y Superioras Generales,
a los representantes y a los responsables de la Vida Consagrada, con el anhelo de
que «este momento de encuentro y de comunión con el Papa, pueda ser de aliento y consuelo
en el cumplimiento de un compromiso cada vez más exigente y contrastado».
Tras
expresar su aprecio por el servicio que la Congregación para los Institutos de Vida
Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica «brinda a la Iglesia en un ámbito tan
importante», el Santo Padre ha manifestado su profunda gratitud también «a todos los
religiosos y religiosas, a los consagrados y a las consagradas, así como a los miembros
de las Sociedades de vida apostólica que difunden en la Iglesia y en el mundo la fragancia
de Cristo». (cfr 2 Cor 2,15)
Reflexionando sobre la realidad de la vida consagrada,
que en los últimos años ha sido revisada con ánimo «más evangélico, más eclesial y
más apostólico», el Papa ha señalado que, sin embargo, «algunas opciones concretas
no han ofrecido al mundo el rostro auténtico y vivificante de Cristo», pues, en efecto,
«la cultura secularizada ha penetrado en la mente y en el corazón de no pocos consagrados,
que la perciben como una forma de acceso a la modernidad y como una modalidad de acercamiento
al mundo contemporáneo».
El Santo Padre ha pedido a los Superiores y Superioras
Mayores que transmitan de su parte una palabra de especial afecto a cuantos están
en dificultad, a los ancianos y enfermos, a los que están viviendo momentos de crisis
y de soledad, a los que sufren y se sienten perdidos y a los jóvenes que también hoy
llaman a las puertas de las congregaciones, solicitando poder entregarse a Jesucristo
en la radicalidad del Evangelio.
Destacando la responsabilidad de la tarea
de los mismos Superiores y Superioras Mayores, a menudo acompañada por la Cruz y la
soledad, en esta época no fácil, en un mundo cada vez más desorientado y confundido,
y, recordando que Cristo es la única estrella capaz de orientar al hombre que avanza
entre los condicionamientos del inmanentismo y de la tecnocracia, Benedicto XVI ha
puesto en guardia contra algunas insidias que se presentan de forma apremiante en
la actualidad: «La consecuencia es que junto con un indudable impulso generoso, capaz
de testimonio y de entrega total, la vida consagrada conoce hoy la insidia de la mediocridad,
del aburguesamiento y de la mentalidad consumista. En el Evangelio, Jesús nos advierte
que son dos los caminos: uno es el angosto que conduce a la Vida, el otro es el espacioso
que lleva a la perdición».
Recordando que «la verdadera alternativa es y será
siempre la aceptación del Dios vivo, por medio del servicio de obediencia por la fe,
o el rechazo del mismo Dios», el Santo Padre ha hecho hincapié en que «la condición
previa del seguimiento de Cristo, es la renuncia y el desapego de todo lo que no es
de Él». Pues el Señor quiere hombres y mujeres libres, no vinculados, capaces de abandonarlo
todo y de cumplir opciones valientes, personal y comunitariamente, que impriman una
nueva disciplina en la vida de las personas consagradas, llevándolas a redescubrir
la dimensión integral del seguimiento de Cristo: «Pertenecer totalmente a Cristo siendo
una permanente confesión de fe, una inequívoca proclamación de la verdad que hace
libres ante la seducción de los falsos ídolos que deslumbran al mundo».
Una
vez más, Benedicto XVI ha insistido en la importancia de la oración que enriquece
la vida interior, alimentándola, en especial, con «la cotidiana participación en el
misterio inefable de la divina Eucaristía, en la que Cristo resucitado se hace constantemente
presente en la realidad de su carne». Recordando luego, que para pertenecer totalmente
al Señor, las personas consagradas abrazan «un estilo de vida casto» y que la «virginidad
consagrada no se puede inscribir en la lógica de este mundo, puesto que es la más
irrazonable de las paradojas cristianas», que no todos pueden comprender y vivir,
el Pontífice ha destacado la amplitud de la castidad: «Vivir una vida casta quiere
decir también renunciar a la necesidad de aparentar, asumir un estilo de vida sobrio
y modesto. Los religiosos y las religiosas están llamados a demostrarlo también en
la elección de su hábito, un hábito sencillo que sea signo de la pobreza vivida en
unión con Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr
2 Cor 8,9). Así, y sólo así, se puede seguir sin reservas a Cristo crucificado y pobre,
sumergiéndonos en su misterio y haciendo propias sus opciones de humildad, de pobreza
y de mansedumbre».
Al concluir su discurso, Benedicto XVI ha evocado el tema
de la última reunión plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada
y las Sociedades de vida apostólica que, con el tema El servicio de la autoridad,
profundizó en un ejercicio de la autoridad y de la obediencia, cada vez más inspirado
en el Evangelio. Éste es el anhelo del Papa: «Hay que rehuir del voluntarismo y de
la improvisación para abrazar la lógica de la Cruz. En conclusión, los consagrados
y las consagradas están llamados a ser en el mundo signo creíble y luminoso del Evangelio
y de sus paradojas, sin conformarse a la mentalidad de este siglo, pero transformándose
y renovando continuamente su propio compromiso, para poder discernir la voluntad de
Dios, lo que es bueno, lo que le agrada y es perfecto».