Escuchar el programa Viernes, 12 may
(RV).- Quizá como en ninguna otra época de la vida, en la actual modernidad podemos
decir que somos dueños de nuestra existencia, en la medida en que las personas planeamos
y organizamos con autonomía y libertad las cosas tal como las queremos. Es decir gozamos
del derecho de elegir la vida que queremos y aceptamos la responsabilidad de asumirla.
Y es que con el cambio de los años y la evolución de los grupos sociales,
las opciones del proyecto de vida son ciertamente nuestras: la pareja ya no es escogida
por los padres como les todo a los abuelos, el desarrollo laboral tampoco es el resultado
de la tradición familiar y, quizás, ya no habitamos en la tierra de nuestros abuelos
debido a la urbanización y las migraciones. Pero más aún, hoy podemos cambiar nuestros
proyectos de vida a mitad de camino. Los que se prepararon para ser ejecutivos, pueden
encontrarse con la oportunidad de ser artistas. Los que siempre han vivido en el mismo
lugar, pueden recibir una oferta de trabajo desde el otro lado del mundo. Todo puede
cambiar y depende de nosotros que así ocurra o no. El porvenir depende de las propias
decisiones. La pregunta entonces es que nos permite decidir acertadamente para no
equivocarnos en nuestros destinos? Cómo sabemos que las decisiones que cotidianamente
asumimos con las correctas para las metas y objetivos que buscamos?
Parece
increíble, pero decidir frente a las cosas, las acciones, o los procesos se ha convertido
en todo un saber. Y es que gracias a esa gran libertad depositada hoy en los sujetos,
las decisiones son tan variadas como serias y frecuentes. De ahí que una gran mayoría
de decisiones las tomemos de manera inconsciente, casi mecánica: lo que diariamente
nos ponemos, la forma de llegar al trabajo, las personas con que nos relacionamos,
etc.
Sin embargo hay otra serie de decisiones que requieren de todo nuestra
atención, y entonces empezamos a pensar en los beneficios o no de tomar una u otra
decisión. Y realmente este método es efectivo y útil cuando se pueden definir todos
los aspectos implicados; cuando hay que evaluar, por ejemplo, procedimientos, electrodomésticos
o planes de vacaciones. Pero resulta muy limitado cuando la complejidad aumenta y
en las decisiones que afectan la propia realización personal y la de los seres queridos,
los imponderables efectivamente se multiplican. Este tipo de situaciones indudablemente
nos generan ansiedad, e incluso tratamos de consultar los pareceres de otras personas,
sin embargo cuando realmente la decisión a tomar es exclusivamente personal, estamos
como al principio. Qué hacer para no equivocarnos, para no cometer errores?
Lo
curioso es que, justamente, la pregunta que se nos ocurre es por la decisión más conveniente,
y este no es el camino que nos lleva a la respuesta correcta. Por ejemplo, es frecuente
que la persona que tiene que decidir sobre un ejemplo se pregunte: ¿Qué me conviene?
Y no es raro que buscando la respuesta, haga una lista de los pro los contra para
sopesar la mejor alternativa. Y esto puede ser valido, pero la pregunta esencial y
que casi siempre se nos olvida es por nuestra propia felicidad: ¿Cuál es la felicidad
que tiene sentido conservar?
Y es que cuando lo que está en juego es nuestro
destino, la pregunta por la conveniencia no es ni la primera, ni la más importante,
pues para encontrar lo que conviene sólo se necesitan razones y como bien dice Cervantes
“el corazón tiene razones que la razón no conoce”. En consecuencia, cuando se
trata de buscar lo que tiene sentido en nuestra existencia, el corazón tiene la última
palabra. Sólo esa palabra íntima y sabia aleja el miedo del camino para convertirnos
en dueños legítimos de nuestro destino. Sólo ella hace que nuestras acciones puedan
devolvernos la responsabilidad sobre la propia vida.