Viernes, 5
may (RV).- En diversas ocasiones hemos hablado de la violencia intrafamiliar, insistiendo
en sus consecuencias, la manera como afecta de manera individual y grupal a todo en
núcleo familiar, y lo peor es que se extiende cada vez más, con la complicidad del
miedo de las víctimas que no denuncian en la mayoría de las ocasiones a sus agresores.
Hoy volvemos a insistir en el tema, porque en diversos países de América Latina
la violencia intrafamiliar registra cifras preocupantes y es preciso que ante ello
estemos atentos, tomemos las medidas necesarias, seamos cooperantes con las víctimas
de la violencia para romper los ciclos de agresión y atropello que se viven en tantos
hogares.
Ninguna agresión se justifica al interior de la familia, ni entre
esposos, ni entre padres e hijos. Caer en una situación de violencia realmente es
fácil, generalmente se empieza con abuso psicológico o emocional, denigrando a la
persona, para pasar a los gritos o los celos, y después a la violencia física e incluso
sexual.
Sin duda, la manera más efectiva de ayudar a una persona que se encuentra
inmersa en una situación de violencia intrafamiliar es a través de la comunicación
franca y abierta, que genere confianza y permita que se haga efectiva la ayuda en
caso de ser necesaria.
Durante la etapa inicial de la relación entre Juana
y Miguel empezaron a aparecer algunas señales que ella decidió ignorar. "Cuando empezamos
a salir, un día estaba borracho y me dijo que si yo lo engañaba, me iba a matar y
que iba a matar a mi familia. Pero yo pensé, 'está borracho, no sabe lo que dice',
así que no pensé que fuera malo", recuerda Juana.
Una vez casados, la violencia
y las amenazas se volvieron algo cotidiano. "Dejó de ser cariñoso conmigo, subraya
Juana. Me empezó a gritar, me empujaba, me pegaba, me dejaba marcas en los brazos".
Mientras esto pasaba cuando estaban solos, en público Juana ocultaba lo que
ocurría. "Yo hablaba con él y me decía: 'perdóname por lo que te hice anoche, voy
a cambiar, te quiero', y yo pensaba, pues a lo mejor si cambia esta vez".
Lejos
de mejorar, la situación se ponía más tensa. Miguel se negaba a trabajar; él hablaba
con otras chicas, pero se enojaba si su esposa hablaba con cualquier otra persona,
y conforme avanzaba el embarazo de su primer hijo se ponía más violento, la empujaba
y la celaba.
Sin lugar a dudas todas estas manifestaciones son señales típicas
de abuso y maltrato –primero psicológico y luego físico- que sólo pueden empeorar
la situación familiar, y en casos donde la víctima no tiene a quién acudir, o teme
ser hostigada si se va con un familiar, es peor, por ello cada vez existen más albergues
donde las víctimas de agresiones y violencia intrafamiliar pueden hospedarse y alejarse
de la situación.
La búsqueda de ayuda no solamente significa tomar medidas
de castigo contra la persona agresora, significa sobre todo para la víctima reconocer
inicialmente que no merece ser tratada mal, que tiene derecho a tener una relación
saludable, en el marco del respeto mutuo. Es importante romper los patrones de
agresiones y violencia, sobre todo cuando hay hijos presenciando la violencia, porque
está comprobado que quienes crecen en un hogar violento generarán a su vez hogares
violentos.
Un clima de agresiones, de maltratos, insultos, golpes es un ambiente
en el que definitivamente el amor no florece, tampoco hay espacio para la felicidad
y menos para la armonía, condiciones esenciales para un hogar vinculado por el amor
y que es el espacio fundamental donde se forman las bases esenciales del ser humano.