Abril: intención general para el Apostolado de la Oración
Lunes, 10 abr (RV).- «Para que se respeten los derechos individuales, sociales y políticos
de la mujer en todas las naciones». Es la intención general que nos dejó Juan Pablo
II para el Apostolado de la Oración, para este mes de abril.
En numerosísimas
ocasiones, a lo largo de su Pontificado, Juan Pablo II hizo hincapié en su gran anhelo
de que se reconozca en todo el mundo la importancia del «papel de la mujer en la sociedad
y, más aún, en el plan de Dios. Es un papel cuyo reconocimiento ha encontrado muchos
obstáculos en la historia. Y no puede decirse que actualmente se hayan superado todas
las resistencias» (Ángelus del 8 de marzo de 1998).
Como en sus palabras antes
del rezo dominical del Ángelus, el 8 de marzo de 1998, cuando se refirió al Día de
la mujer, celebrado en muchas naciones del mundo. Cita significativa, destacaba el
Papa, en la que, una vez más, quiso expresar su deseo «de que se llegue finalmente
al pleno reconocimiento de la igual dignidad de la mujer y a la adecuada valoración
de sus dotes peculiares».
Tras reafirmar que la mujer y el hombre se complementan
entre sí, «no sólo se integran en sentido físico y psíquico, en el orden del obrar,
sino también más profundamente en el del ser», Juan Pablo II recordaba asimismo que
«de todos es conocida la doctrina católica al respecto», que él mismo había reiterado
a menudo, en particular en su carta apostólica Mulieris dignitatem y en su Carta a
las mujeres.
En este mismo contexto, Juan Pablo II lamentaba que «desgraciadamente,
somos herederos de una historia de enormes condicionamientos, que han entorpecido
el camino de las mujeres, cuya dignidad a veces no se ha reconocido, cuyas prerrogativas
no han sido tenidas en cuenta, y que con frecuencia han sido marginadas. Esto les
ha impedido ser plenamente lo que deben ser, y ha privado a toda la humanidad de auténticas
riquezas espirituales».
«¡Cuántas mujeres han sido y son valoradas aún hoy
más por su aspecto físico que por sus cualidades personales, su competencia profesional,
las obras de su inteligencia, la riqueza de su sensibilidad y, en definitiva, por
la dignidad misma de su ser! », exclamaba Juan Pablo II, para luego señalar los numerosos
obstáculos que, en tantas partes del mundo, impiden aún a las mujeres su plena inserción
en la vida social, política y económica.
A este propósito, recordando que ese
año, 1998, se celebraba el quincuagésimo aniversario de la Declaración universal de
los derechos del hombre, Juan Pablo II quiso hacer «un llamamiento en favor de las
mujeres a las que aún hoy los regímenes políticos de sus países les niegan derechos
fundamentales: mujeres segregadas, a las que se les prohíbe estudiar, ejercer una
profesión e incluso manifestar en público sus opiniones. ¡Ojalá – deseaba Juan Pablo
II - que la solidaridad internacional acelere el debido reconocimiento de sus derechos!».
Y con el anhelo de que María - «modelo de mujer realizada, ayude a todos,
y en primer lugar a cada mujer, a comprender el ‘genio femenino’, no sólo para realizar
un designio preciso de Dios, sino también para dar más cabida a la mujer en los diversos
ámbitos de la vida social – el Siervo de Dios Juan Pablo II invitaba a rezar para
que «María presente al Señor las expectativas y las oraciones, el compromiso y los
sufrimientos de todas las mujeres del mundo, y a todos, hombres y mujeres, les muestre
su cercanía materna en el camino de la vida».