Destacando la dimensión mariana y petrina de la Iglesia, unidas en la caridad, Benedicto
XVI entregó el anillo a los nuevos Cardenales
Sábado, 25 mar (RV).- Con gran alegría, Benedicto XVI ha presidido esta mañana la
concelebración de la Santa Misa con los nuevos Cardenales, después del Consistorio
de ayer, afirmando que considera “providencial” que se haya celebrado en la solemnidad
litúrgica de la Anunciación del Señor, pues en la Encarnación del Hijo de Dios, nosotros
reconocemos los comienzos de la Iglesia. Todo proviene de ese momento. Por lo que
toda realización histórica de la Iglesia y también toda institución eclesial provienen
de aquel original Manantial: provienen de Cristo, Verbo de Dios encarnado. Es a Él
a quien nosotros siempre celebramos: el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, por medio
del cual se ha cumplido la voluntad salvífica de Dios Padre. Y hoy contemplamos este
aspecto del Misterio, el Manantial divino fluye a través de un canal privilegiado:
la Virgen María. Celebrando la Encarnación del Hijo honramos a la Madre.
Insistiendo
en el gran don de poder desarrollar esta sugestiva celebración en la solemnidad de
la Anunciación del Señor, Benedicto XVI ha hecho hincapié en la luz que proviene de
este misterio para la vida de los ministros de la Iglesia. En particular, para los
nuevos Cardenales en su misión de “eminente Senado del Sucesor de Pedro”. El Santo
Padre ha puesto de relieve que esta coincidencia evidencia el principio petrino de
la Iglesia a la luz del otro principio, el principio mariano, que es más originario
y fundamental. En este contexto, el Papa ha evocado a su amado Predecesor Juan Pablo
II, que evidenció de forma especial, después del Concilio, la importancia del principio
mariano de la Iglesia, coherentemente con su lema Totus tuus. Evocación que fue aplaudida
con emoción por los aproximadamente 30 mil fieles que asistían a esta celebración.
“En
su enfoque espiritual y en su incansable ministerio –ha dicho Benedicto XVI recordando
a su Predecesor- se ha puesto de manifiesto a los ojos de todos la presencia de María
como Madre y Reina de la Iglesia. Esta presencia maternal fue experimentada especialmente
por él en el atentado del 13 de mayo de 1981, aquí en la Plaza de San Pedro. Como
recuerdo de aquel trágico suceso, él mismo quiso que una imagen de la Virgen, representada
en un mosaico, dominase, desde lo alto del Palacio Apostólico, la plaza de San Pedro,
para acompañar los momentos culminantes y el discurrir ordinario de su largo pontificado,
que justamente hace un año entraba en la última fase, dolorosa y al mismo tiempo triunfal,
verdaderamente pascual”.
Tras señalar que el tema de la relación entre el
principio petrino y el mariano se encuentra también en el símbolo del anillo que ha
entregado a los nuevos Purpurados, símbolo nupcial –“propio de la dignidad cardenalicia”-
que renueva el compromiso de entrega total a Cristo y a su Iglesia, Benedicto XVI
ha reiterado que las dos dimensiones de la Iglesia, mariana y petrina, se encuentran
en lo que constituye el cumplimiento de ambas, es decir en el valor supremo de la
caridad, el carisma “superior”, el “camino más excelente”, como escribe el apóstol
Pablo.
“Todo pasa en este mundo. En la eternidad permanece sólo el Amor”, ha
enfatizado el Papa exhortando a verificar en especial en el tiempo propicio “que cada
cosa en nuestra vida personal, así como también en la actividad eclesial en la que
estamos insertados, esté impulsada por la caridad y tienda a la caridad”. Caridad
auténtica, humilde y valiente, como la de la Virgen María, impulsada por la fe en
la Palabra de Dios y por el Espíritu Santo. Aquel que ama se olvida de sí mismo y
se pone al servicio del prójimo.
“¡He aquí la imagen y el modelo de la Iglesia!”,
ha enfatizado asimismo Benedicto XVI, señalando que en el camino del amor ha querido
emprender su pontificado, palabras que también fueron aplaudidas con cariño. “Éste
es el camino sobre el cual he querido poner en marcha mi pontificado invitando a todos,
con mi primera Encíclica, a edificar la Iglesia en la caridad, como ‘comunidad de
amor”. Para perseguir esta finalidad, venerados Hermanos Cardenales, vuestra cercanía
–espiritual y activa- es para mí un gran apoyo y aliento. Y por ello os agradezco,
al tiempo que os invito también a todos vosotros, sacerdotes, diáconos, religiosos
y laicos, para que os unáis en la invocación del Espíritu Santo, ¡con el fin de que
el Colegio de los Cardenales sea cada vez más ardiente en caridad pastoral, para ayudar
a toda la Iglesia a irradiar en el mundo el amor de Cristo, para loor y gloria de
la Santísima Trinidad. Amén!”.