Viernes, 17 mar (RV).- Con la presencia del Santo Padre Benedicto XVI, ha tenido lugar
esta mañana, a las nueve, en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, la primera
predicación de Cuaresma a cargo del padre capuchino Raniero Cantalamessa. Una meditación,
en la que el predicador, como él mismo ha dicho, ha intentado “dar luz” a la gran
necesidad que tenemos, de redescubrir el kerygma, es decir, el núcleo original del
mensaje cristiano, en presencia del cual brota el acto de fe.
De este núcleo,
la Pasión y muerte de Cristo, ha afirmado el padre Cantalamessa, representan el elemento
fundamental. Desde el punto de vista objetivo o de la fe, es la resurrección, no la
muerte de Cristo, el elemento calificador. Pero desde el punto de vista subjetivo
o de la vida, ha dicho el predicador, es la pasión, no la resurrección, el elemento
para nosotros importante.
Con estas reflexiones, queremos estar con Jesús en
Getsemaní y en el Calvario para llegar preparados a la Pascua. Y nuestro viaje, a
través de la Pasión, inicia precisamente en Getsemaní. La agonía de Jesús en el huerto
de los olivos es un hecho atestado en los Evangelios. Cada uno de los cuatro evangelistas
ha dado al episodio una coloración distinta, que responde a la propia sensibilidad
y a las necesidades de la comunidad para la cual escribían, ha señalado el Padre Raniero
Cantalamessa.
“Jesús que se separa de sus discípulos, la angustia de su alma
rezando para apartar el cáliz de él, la amorosa respuesta del Padre que envía un ángel
para sostenerlo en esta hora decisiva, la soledad del Maestro que por tres veces encuentra
a sus discípulos dormidos, en lugar de estar rezando con él, la valentía expresada
en la resolución final de ir al encuentro del traidor: Tomada por los distintos evangelios
esta combinación de humano dolor, de divino apoyo y de solitaria ofrenda de sí mismo
ha contribuido mucho a que los creyentes amen a Jesús, convirtiéndose en objeto de
arte y meditación.
El núcleo central en torno al cual se desarrolla toda la
escena en Getsemaní parece ser el de la oración de Jesús. Sus gestos son los que realiza
una persona que se debate en una angustia mortal. Pero la causa de su angustia es
todavía más profunda: él se siente responsabilizado por todo el mal, por la fealdad
y la bajeza del mundo. No ha cometido él este mal, pero es lo mismo porque libremente
él lo ha asumido.
La palabra “agonía”, dicha por Jesús en Getsemaní no va entendida
en el sentido actual de momento que precede la muerte, sino en el original, de lucha.
Ha llegado el momento en que la oración se convierte en lucha y fatiga. No
hablo en este momento de lucha contra las distracciones, es decir, la lucha con nosotros
mismos; hablo de la lucha con Dios. Esto ocurre cuando Dios nos pide algo que nuestra
naturaleza no está preparada a darle y cuando la actuación de Dios es incomprensible
y desconcertante para nosotros.
Jesús lucha para plegar su voluntad humana
a Dios. Lucha porque “el espíritu es decidido, pero la carne es débil”. Viene espontáneo
preguntarnos ¿a quién nos parecemos cuando rezamos en situación de dificultad? ¿Luchamos
para inducir a Dios a que cambie de de decisión, o rezamos para aceptar su voluntad?;
¿luchamos para que nos aparte aquella cruz, o para ser capaces de poderla llevar?
Nos parecemos a Jesús, entre gemidos y sudando sangre, cuando intentamos abandonarnos
a la voluntad del Padre.
La vida humana está llena de pequeñas noches de Getsemaní.
“Ante la noche oscura del espíritu” Jesús nos enseña que lo primero que hay que hacer
en estos casos es recurrir a Dios con la oración. ¿Es verdad que Jesús en Getsemaní
busca la compañía de sus amigos, pero la busca, no para oír bellas palabras, para
distraerse o para consolarse. Sino que pide que lo acompañen en la oración.
El
padre capuchino ha dicho que para Dios “todo es posible”. Y esta posibilidad siempre
está a disposición del creyente, en la oración. Y si uno ya ha rezado sin éxito. Hay
que rezar más: rezar con mayor insistencia, como Jesús en Getsemaní. Qué consuelo
en la hora de la prueba y de la oscuridad, saber que el Espíritu Santo continúa en
nosotros la oración de Jesús en el huerto de los olivos, que intercede con nosotros
en aquellos momentos.
Y el lugar privilegiado donde podemos encontrar a Jesús
“en agonía hasta el fin del mundo” es en la Eucaristía. Jesús la instituyó inmediatamente
antes de dirigirse al huerto de los olivos para que sus discípulos a través del tiempo
pudieran estar presentes en la Pasión. La palabra Getsemaní se ha convertido en símbolo
de todo el dolor humano. Jesús no había sufrido aún ningún tormento físico, pero la
suya es una pena interior, moral. “Está en nosotros durante esta Cuaresma estar al
lado de aquellos que se encuentran en el mundo sufriendo algún particular Getsemaní”.