2006-03-11 16:05:45

Reflexiones en familia


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Viernes, 10 mar (RV).- Mucho nos quejamos en el día a día de la violencia y agresividad que vivimos en los distintos órdenes de la vida, en el trabajo, la familia, la calle, una agresividad que se refleja en las formas de expresarnos, en la manera como manifestamos nuestros afectos e incluso como atendemos a las personas que simplemente nos solicitan información. Actitudes que pueden responder al agite diario de las ciudades, el estrés y muchos otros factores que alteran cada vez más nuestro carácter y forma de ser, pero que sin duda están siendo un factor de desencuentros y mala convivencia en nuestros entornos sociales. Este es nuestro tema de reflexión. Bienvenidos.

Y para provocar más la reflexión, voy a leerles una historia que leí en algún sitio, que nos ubica muy bien el tema del que hablamos hoy.

“Cerca de Tokio vivía un gran samurai. Acerca de él corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario. Cierto día un joven guerrero conocido por su agresividad pasó por la casa del samurai queriendo derrotarlo y así aumentar su fama. Primero le gritó y luego empezó a tirar piedras a su casa ante todos sus discípulos. Pero el samurai permaneció impasible, ignorando sus agresiones y al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró del pueblo.

Decepcionados sus discípulos ante el hecho de que su maestro aceptara tanta agresión e insultos del abusador sin hacer nada, le preguntaron:

-¿Maestro, por qué no usó su espada en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?

El samurai repuso:

-Si alguien se acerca a ti con un paquete y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el paquete?

-A la persona que intentó entregarlo —respondió uno de los discípulos.

-Pues, lo mismo sucede con la rabia —añadió el maestro—; cuando no es aceptada sigue perteneciendo a quien la carga consigo”.

Sin duda, la rabia y la agresividad en el trato hacia los demás han sido causa de enfrentamientos y reacciones violentas en muchas partes del mundo y de manera cotidiana, lo que va generando a veces graves consecuencias. El nivel de agresividad en la calle es tan alto que a veces atemoriza hasta el punto de limitar las reacciones de las personas ofendidas, que incluso se sienten atemorizado de reclamar sus derechos frente a la actitud ofensiva y abusiva de otras personas.

Dice el adagio popular que la amabilidad no cuesta. Mientras más educado en términos de valores humanos sea alguien más amplio será su margen para tolerar, comprender y actuar con madurez, amabilidad y responsabilidad. Podemos cambiar esa circunstancia que amenaza nuestra seguridad y bienestar en la calle si estamos dispuestos a mantener una buena actitud, ser amables y serviciales y lo más importante de todo: dar a otros lo mejor de cada uno de nosotros sin esperar retribución a cambio.

Uno de los problemas a resolver es que siempre tenemos una justificación para todo lo que hacemos, cuando no tenemos un culpable, otra persona a quien le atribuimos nuestros males y fracasos, lo que hace más difícil el proceso de corregir nuestros errores y mejorar nuestra actitud. Asumir las equivocaciones con responsabilidad y cierta humildad en un momento dado marca el comienzo de un camino de revisión, dignidad y transformación personal. Y sin duda que los primeros beneficiados de ese cambio seremos cada uno de nosotros y, por supuesto, todas las personas con las que nos relacionemos a diario.

Hay que asumir cada día con amabilidad, con alegría, con la convicción de que los problemas que seguramente son muchos, pero se pueden enfrentar y buscarles solución de la mejor manera, y para ello no es necesario atropellar a otra persona, maltratarla, hacerla sentir culpable de nuestros fracasos o errores. Hay que sembrar un poco de tolerancia, amabilidad, solidaridad, respeto y buena actitud en los demás.







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