Escuchar el programa Viernes, 10 mar
(RV).- Mucho nos quejamos en el día a día de la violencia y agresividad que vivimos
en los distintos órdenes de la vida, en el trabajo, la familia, la calle, una agresividad
que se refleja en las formas de expresarnos, en la manera como manifestamos nuestros
afectos e incluso como atendemos a las personas que simplemente nos solicitan información.
Actitudes que pueden responder al agite diario de las ciudades, el estrés y muchos
otros factores que alteran cada vez más nuestro carácter y forma de ser, pero que
sin duda están siendo un factor de desencuentros y mala convivencia en nuestros entornos
sociales. Este es nuestro tema de reflexión. Bienvenidos.
Y para provocar
más la reflexión, voy a leerles una historia que leí en algún sitio, que nos ubica
muy bien el tema del que hablamos hoy.
“Cerca de Tokio vivía un gran samurai.
Acerca de él corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario.
Cierto día un joven guerrero conocido por su agresividad pasó por la casa del samurai
queriendo derrotarlo y así aumentar su fama. Primero le gritó y luego empezó a tirar
piedras a su casa ante todos sus discípulos. Pero el samurai permaneció impasible,
ignorando sus agresiones y al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven
guerrero se retiró del pueblo.
Decepcionados sus discípulos ante el hecho de
que su maestro aceptara tanta agresión e insultos del abusador sin hacer nada, le
preguntaron:
-¿Maestro, por qué no usó su espada en vez de mostrarse como
un cobarde ante todos nosotros?
El samurai repuso:
-Si alguien se acerca
a ti con un paquete y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el paquete?
-A la
persona que intentó entregarlo —respondió uno de los discípulos.
-Pues, lo
mismo sucede con la rabia —añadió el maestro—; cuando no es aceptada sigue perteneciendo
a quien la carga consigo”.
Sin duda, la rabia y la agresividad en el trato
hacia los demás han sido causa de enfrentamientos y reacciones violentas en muchas
partes del mundo y de manera cotidiana, lo que va generando a veces graves consecuencias.
El nivel de agresividad en la calle es tan alto que a veces atemoriza hasta el punto
de limitar las reacciones de las personas ofendidas, que incluso se sienten atemorizado
de reclamar sus derechos frente a la actitud ofensiva y abusiva de otras personas.
Dice
el adagio popular que la amabilidad no cuesta. Mientras más educado en términos de
valores humanos sea alguien más amplio será su margen para tolerar, comprender y actuar
con madurez, amabilidad y responsabilidad. Podemos cambiar esa circunstancia que amenaza
nuestra seguridad y bienestar en la calle si estamos dispuestos a mantener una buena
actitud, ser amables y serviciales y lo más importante de todo: dar a otros lo mejor
de cada uno de nosotros sin esperar retribución a cambio.
Uno de los problemas
a resolver es que siempre tenemos una justificación para todo lo que hacemos, cuando
no tenemos un culpable, otra persona a quien le atribuimos nuestros males y fracasos,
lo que hace más difícil el proceso de corregir nuestros errores y mejorar nuestra
actitud. Asumir las equivocaciones con responsabilidad y cierta humildad en un momento
dado marca el comienzo de un camino de revisión, dignidad y transformación personal.
Y sin duda que los primeros beneficiados de ese cambio seremos cada uno de nosotros
y, por supuesto, todas las personas con las que nos relacionemos a diario.
Hay
que asumir cada día con amabilidad, con alegría, con la convicción de que los problemas
que seguramente son muchos, pero se pueden enfrentar y buscarles solución de la mejor
manera, y para ello no es necesario atropellar a otra persona, maltratarla, hacerla
sentir culpable de nuestros fracasos o errores. Hay que sembrar un poco de tolerancia,
amabilidad, solidaridad, respeto y buena actitud en los demás.