Finaliza la Semana de oración para la unidad de los cristianos con una exhortación
del Pontífice a invocar con fe al Señor para que se sanen todas las laceraciones
Jueves, 23 ene(RV).- En la tarde de ayer, concluyendo la Semana de oración por la
unidad de los cristianos, Benedicto XVI reiteró, una vez más, la necesidad de invocar
con fe al Señor para se sanen todas las laceraciones, sin olvidar que se debe empezar
por el amor. Tema al que ha querido dedicar su primera encíclica, que se publicó,
precisamente, el mismo día en el que se celebra la conversión del apóstol Pablo.
El
Obispo de Roma destacó que el encuentro de ayer, en la Patriarcal Basílica de San
Pablo extramuros, se desarrollaba abarcando «todo el camino ecuménico a la luz del
amor de Dios, del Amor que es Dios». En este contexto el Papa señaló que el amor verdadero
no anula las diferencias sino que las armoniza: «El amor verdadero no anula las legítimas
diferencias, sino que las armoniza en una unidad superior, que no se impone desde
el exterior sino que, desde el interior, da forma al conjunto. Es el misterio de la
comunión, que así como une al hombre y a la mujer en aquella comunidad de amor y de
vida que es el matrimonio, del mismo modo forma a la Iglesia como comunidad de amor,
componiendo en unidad una multiforme riqueza de dones y de tradiciones».
Tras
hacer hincapié en que la Iglesia de Roma se coloca al servicio de esta unidad de amor,
Benedicto XVI encomendó nuevamente a Dios su ministerio como Sucesor de Pedro y el
impulso ecuménico: «Ante vosotros, queridos hermanos y hermanas, hoy deseo renovar
el acto de entrega a Dios de mi peculiar ministerio petrino, invocando sobre él la
luz y la fuerza del Espíritu Santo, para que favorezca siempre la comunión fraterna
entre todos los cristianos».
Refiriéndose luego a la oración unánime de los
cristianos, basada en el amor, como a una ‘sinfonía de los corazones’, el Santo Padre
manifestó su gran alegría por la presencia de los hermanos de otras Iglesias y Comunidades
eclesiales: «Esta tarde siento una inmensa alegría al ver una asamblea tan nutrida
y orante, que implora de forma ‘sinfónica’ el don de la unidad. A todos y a cada uno
dirijo mi cordial saludo. Saludo con particular afecto a los hermanos de las otras
Iglesias y Comunidades eclesiales de esta ciudad, unidos en el único bautismo, que
nos hace miembros del único Cuerpo místico de Cristo».
Y recordando asimismo
que en esa misma Basílica, el Siervo de Dios Pablo VI celebró, hace 40 años, la primera
oración común, al concluir el Concilio Vaticano II, con la presencia solemne de los
Padres conciliares y la participación activa de los Observadores de otras Iglesias
y Comunidades eclesiales, Benedicto XVI ha evocado también a su amado predecesor Juan
Pablo II, que prosiguió con perseverancia la tradición de concluir allí la Semana
de oración por la unidad de los cristianos: «Estoy seguro que esta tarde ambos nos
miran desde el Cielo y se unen a nuestra oración».
Benedicto XVI agradeció,
en particular, la presencia del grupo de delegados de Iglesias, Conferencias Episcopales,
Comunidades cristianas y de organismos ecuménicos que están poniendo en marcha la
preparación de la Tercera Asamblea Ecuménica Europea, que tendrá lugar en Rumanía,
en septiembre de 2007, sobre el tema «La luz de Cristo ilumina a todos. Esperanza
de renovación y de unidad en Europa»: «Sí, queridos hermanos y hermanas, nosotros
los cristianos tenemos la tarea de ser, en Europa y entre todos los pueblos, la ‘luz
del mundo’ (Mt 5,14). Quiera Dios concedernos que podamos alcanzar pronto la auspiciada
comunión plena. La recomposición de nuestra unidad dará mayor eficacia a la evangelización.
La unidad es nuestra misión común. Es la condición para que la luz de Cristo se difunda
más eficazmente en todos los rincones del mundo y los hombres se conviertan y se salven».