Escuchar el programa Miércoles, 25
ene (RV).- Hoy en nuestra cita semanal con la cultura, les queremos hacer partícipes
de la importancia del arte en nuestro mundo, como herencia de una historia de la que
el ser humano ha sido artífice.
La Iglesia ha considerado siempre que, a través
del arte en sus diversas expresiones, se refleja, en cierto modo, la infinita belleza
de Dios, y la mente humana se orienta casi naturalmente hacia Él. También gracias
a esta contribución, como recuerda el concilio Vaticano II, "se manifiesta mejor el
conocimiento de Dios y la predicación evangélica se hace más transparente a la inteligencia
humana" (Gaudium et spes, 62).
“En efecto, nuestro tiempo se caracteriza por
la convicción de que el arte, la arquitectura, los archivos, las bibliotecas, los
museos, la música y el teatro sagrado no sólo constituyen un depósito de obras histórico-artísticas,
sino también un conjunto de bienes de los que puede disfrutar toda la comunidad”,
con estas palabras Juan Pablo II subrayaba en 2002 la importancia del arte en la historia
en su discurso a la Pontificia Comisión para Bienes Culturales de la Iglesia. Arte
y belleza, éstas son las dos palabras que aúnan el significado de todo aquello que
consideramos obras de arte y que a lo largo de la historia ha tenido a su máximo representante
en la Iglesia.
Hace pocos días, Radio Vaticano entrevistaba al cardenal Francesco
Marchisano, arcipreste de la Patriarcal Basílica Vaticana y presidente emérito de
la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, él mismo recuerda
para nuestros micrófonos los mensajes transmitidos por el entonces cardenal Ratzinger
y por Juan Pablo II.
MARCHISANO: Yo le hago una afirmación hecha por Juan
Pablo II cuando me llamó para confiarme la oficina de los Bienes Culturales de la
Iglesia en 1988. En esa ocasión mantuvimos un largo encuentro y me dijo esta frase,
entre otras cosas, que les repito al pie de la letra: “Si yo, cuando era arzobispo
de Cracovia, pude hacer algo bueno con los que estaban lejos, es gracias a que empecé
siempre por los bienes culturales de la Iglesia, que poseen un lenguaje que todos
conocen y que todos aceptan, el lenguaje de la belleza, y sobre este lenguaje pude
hacer, pude crear, un diálogo que por otra vía hubiera sido imposible de establecer.
Es la belleza la que habla por sí misma, ésta es una frase muy conocida, y la Iglesia
ha encontrado en el arte (…) todo lo que han hecho los cristianos para demostrar su
fe a través de figuraciones, a veces muy simples, pero muy expresivas, porque nos
damos cuenta de que a través del arte se puede manifestar la fe a todo el mundo, por
eso la fe y el arte son dos cosas que colaboran entre sí, y que han recorrido hasta
ahora 2.000 años de su vida.
La necesidad de darnos cuenta de que el arte
fluye por nuestras ciudades es imperiosa. Todas las ciudades, por pequeñas que sean
encierran en sí mismas un valor profundo de historia que no podemos obviar. Así nos
lo recuerda también el arcipreste de la Patriarcal Basílica Vaticana.
MARCHISANO:
Esa frase que he citado de Juan Pablo II, se contextualiza en una conversación que
tuvimos esa mañana en la que el Papa me decía que era necesario poner de relieve el
arte. No es que se nieguen las raíces cristianas, sino que no se afirman, ahora la
gente tiene otras mil cosas en la vida, tenemos que hacer lo posible para que esta
actitud –que existe todavía hoy- sea conocida y apreciada y creo que no es difícil
si nosotros volvemos a explicar de forma clara las razones profundas de todas las
cosas bonitas que tenemos en nuestras ciudades, y la razón ha sido la religiosa. El
80 por ciento de los bienes culturales de Europa se debe a las religiones, entonces
se trata de un testimonio objetivo que tiene validez también hoy. Lo que hay que hacer
es sólo resaltar esta dimensión, porque todos pueden tocar con las manos lo que tenemos
en nuestras preciosas ciudades, y se debe a esta razón fundamental que se ha transmitido
a través de los siglos, es decir, el pensamiento cristiano.
Dios ha llamado
al hombre a la existencia, transmitiéndole la tarea de ser artífice, recordaba Juan
Pablo II en su carta a los artistas de 1999. En la “creación artística” el hombre
se revela más que nunca “imagen de Dios” y lleva a cabo esta tarea ante todo plasmando
la estupenda “materia” de la propia humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo
sobre el universo que le rodea. El Artista divino, con admirable condescendencia,
trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a
compartir su potencia creadora. Obviamente, es una participación que deja intacta
la distancia infinita entre el Creador y la criatura, como señalaba el Cardenal Nicolás
de Cusa: “El arte creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica
con aquel arte por esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una
participación del mismo”. (Dialogus de ludo globi, Lib. II: Philosophisch-Theologische
Schriften, Viena 1967, III, p. 332)