2006-01-25 18:10:53

Cultura y humanismo


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Miércoles, 25 ene (RV).- Hoy en nuestra cita semanal con la cultura, les queremos hacer partícipes de la importancia del arte en nuestro mundo, como herencia de una historia de la que el ser humano ha sido artífice.

La Iglesia ha considerado siempre que, a través del arte en sus diversas expresiones, se refleja, en cierto modo, la infinita belleza de Dios, y la mente humana se orienta casi naturalmente hacia Él. También gracias a esta contribución, como recuerda el concilio Vaticano II, "se manifiesta mejor el conocimiento de Dios y la predicación evangélica se hace más transparente a la inteligencia humana" (Gaudium et spes, 62).

“En efecto, nuestro tiempo se caracteriza por la convicción de que el arte, la arquitectura, los archivos, las bibliotecas, los museos, la música y el teatro sagrado no sólo constituyen un depósito de obras histórico-artísticas, sino también un conjunto de bienes de los que puede disfrutar toda la comunidad”, con estas palabras Juan Pablo II subrayaba en 2002 la importancia del arte en la historia en su discurso a la Pontificia Comisión para Bienes Culturales de la Iglesia. Arte y belleza, éstas son las dos palabras que aúnan el significado de todo aquello que consideramos obras de arte y que a lo largo de la historia ha tenido a su máximo representante en la Iglesia.

Hace pocos días, Radio Vaticano entrevistaba al cardenal Francesco Marchisano, arcipreste de la Patriarcal Basílica Vaticana y presidente emérito de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, él mismo recuerda para nuestros micrófonos los mensajes transmitidos por el entonces cardenal Ratzinger y por Juan Pablo II.

MARCHISANO: Yo le hago una afirmación hecha por Juan Pablo II cuando me llamó para confiarme la oficina de los Bienes Culturales de la Iglesia en 1988. En esa ocasión mantuvimos un largo encuentro y me dijo esta frase, entre otras cosas, que les repito al pie de la letra: “Si yo, cuando era arzobispo de Cracovia, pude hacer algo bueno con los que estaban lejos, es gracias a que empecé siempre por los bienes culturales de la Iglesia, que poseen un lenguaje que todos conocen y que todos aceptan, el lenguaje de la belleza, y sobre este lenguaje pude hacer, pude crear, un diálogo que por otra vía hubiera sido imposible de establecer. Es la belleza la que habla por sí misma, ésta es una frase muy conocida, y la Iglesia ha encontrado en el arte (…) todo lo que han hecho los cristianos para demostrar su fe a través de figuraciones, a veces muy simples, pero muy expresivas, porque nos damos cuenta de que a través del arte se puede manifestar la fe a todo el mundo, por eso la fe y el arte son dos cosas que colaboran entre sí, y que han recorrido hasta ahora 2.000 años de su vida.

La necesidad de darnos cuenta de que el arte fluye por nuestras ciudades es imperiosa. Todas las ciudades, por pequeñas que sean encierran en sí mismas un valor profundo de historia que no podemos obviar. Así nos lo recuerda también el arcipreste de la Patriarcal Basílica Vaticana.

MARCHISANO: Esa frase que he citado de Juan Pablo II, se contextualiza en una conversación que tuvimos esa mañana en la que el Papa me decía que era necesario poner de relieve el arte. No es que se nieguen las raíces cristianas, sino que no se afirman, ahora la gente tiene otras mil cosas en la vida, tenemos que hacer lo posible para que esta actitud –que existe todavía hoy- sea conocida y apreciada y creo que no es difícil si nosotros volvemos a explicar de forma clara las razones profundas de todas las cosas bonitas que tenemos en nuestras ciudades, y la razón ha sido la religiosa. El 80 por ciento de los bienes culturales de Europa se debe a las religiones, entonces se trata de un testimonio objetivo que tiene validez también hoy. Lo que hay que hacer es sólo resaltar esta dimensión, porque todos pueden tocar con las manos lo que tenemos en nuestras preciosas ciudades, y se debe a esta razón fundamental que se ha transmitido a través de los siglos, es decir, el pensamiento cristiano.

Dios ha llamado al hombre a la existencia, transmitiéndole la tarea de ser artífice, recordaba Juan Pablo II en su carta a los artistas de 1999. En la “creación artística” el hombre se revela más que nunca “imagen de Dios” y lleva a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda “materia” de la propia humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le rodea. El Artista divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora. Obviamente, es una participación que deja intacta la distancia infinita entre el Creador y la criatura, como señalaba el Cardenal Nicolás de Cusa: “El arte creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte por esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una participación del mismo”. (Dialogus de ludo globi, Lib. II: Philosophisch-Theologische Schriften, Viena 1967, III, p. 332)







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