2006-01-23 15:55:13

La primera encíclica de Benedicto XVI se centra en el amor “en una época en la que la hostilidad y la avidez se han vuelto superpotencias”, y en la que se abusa de la religión hasta la apoteosis del odio


Lunes, 23 ene (RV).- En una época en la que se ha perdido el esplendor original del amor - «eros y ágape» - y en la que domina la avidez, lamentando el abuso de la religión hasta la apoteosis del odio, Benedicto XVI explica que en su primera encíclica, «Dios es Amor», reitera el valor del «matrimonio, indisoluble entre hombre y mujer abierto a la vida humana», y de la Caridad como parte intrínseca de la Iglesia.

En una época la que se ha perdido el esplendor original del amor y en la que domina la hostilidad, Benedicto XVI explica que, en su primera encíclica, «Dios es Amor», ha querido reiterar el valor del matrimonio indisoluble entre hombre y mujer y abierto a la vida humana, como expresión de la realidad intrínseca de la Iglesia, la Caridad.

Luz y amor son una cosa sola. Son la primordial potencia creadora que mueve el universo: el Dios trinitario, cuyo rostro humano es Cristo. Con un denso e intenso discurso dirigido a los participantes en el encuentro mundial sobre la caridad, Benedicto XVI ha explicado que el anhelo que le llevó a elegir el tema del amor para su primera Encíclica - que se hará pública el próximo miércoles - es la necesidad de rescatar el verdadero significado de la palabra Amor. El mismo amor que movió a Dios a asumir un rostro humano, aún más a asumir la carne, la sangre y todo el ser humano:

«El eros de Dios no es sólo una fuerza cósmica primordial. Es amor que ha creado al hombre y que se abaja hacia él, como se inclinó el Buen Samaritano hacia el hombre herido, víctima de un robo y abandonado al margen del camino que llevaba de Jerusalén a Jericó».

Haciendo hincapié en que la palabra ‘amor’ está tan desgastada en la actualidad y que sin embargo es expresión de la realidad primordial, por lo que es necesario retomarla, para purificarla de forma que pueda iluminar nuestra vida, llevándola por el camino recto, el Papa, que citó a Dante para exponer su pensamiento, ha señalado su anhelo de destacar la centralidad de la fe en aquel Dios que asumió un rostro y un corazón humano:

«Era mi anhelo dar relieve a la centralidad de la fe en Dios, en aquel Dios que ha asumido un rostro humano y un corazón humano. La fe no es una teoría que se puede hacer propia o apartar. Es algo muy concreto: es el criterio que decide nuestro estilo de vida. En una época en la que la hostilidad y la avidez se han vuelto superpotencias, en la que asistimos al abuso de la religión hasta la apoteosis del odio, sólo la racionalidad neutral no puede protegernos. Tenemos necesidad del Dios vivo, que nos ha amado hasta la muerte».

Como él mismo ha insistido, el Santo Padre quiere «mostrar la humanidad de la fe, de la que forma parte el eros – el sí del hombre a su corporeidad creada por Dios»:

«Un sí que en el matrimonio indisoluble entre hombre y mujer encuentra su forma arraigada en la creación. Allí es donde el eros se transforma en ágape, donde el amor hacia el otro ya no se busca a sí mismo, sino que se vuelve preocupación por el otro, disposición al sacrificio por él y apertura también al don de una nueva vida humana. El ágape cristiano, el amor hacia el prójimo en el seguimiento de Cristo no es algo extraño, colocado a un lado o incluso en contra del eros. Aún más en el sacrificio que Cristo hizo de sí por el hombre encontró una nueva dimensión que, en la historia de la entrega caritativa de los cristianos a los pobres y a los que sufren, se ha ido desarrollando cada vez más».

Benedicto XVI ha querido dejar claro que ese amor del Dios creador hacia la Creación es el mismo que pretende realizar la Iglesia como Institución, en sus organizaciones caritativas. «La organización eclesial de la caridad no es una forma de asistencia social que se añade casualmente a la realidad de la Iglesia, una iniciativa que se podría dejar también a los demás, sino que forma parte de la naturaleza de la Iglesia». Y el Santo Padre fundamenta el sentido de la palabra caridad, diciendo que el «primer significado muy concreto de ayudar al prójimo, posee esencialmente también el de comunicar a los demás el amor de Dios, que nosotros mismos hemos recibido».

Más aún, sigue diciendo el Santo Padre, la actividad caritativa de la Iglesia tiene que hacer visible al Dios vivo. «Dios y Cristo en la organización caritativa no deben ser palabras extrañas. Sino que, en realidad, indican la fuente originaria de la caridad eclesial. La fuerza de la “Caritas” depende de la fuerza de la fe de todos sus miembros y colaboradores»:

«El espectáculo del hombre que sufre conmueve nuestro corazón. Pero el compromiso cristiano tiene un sentido que es ciertamente filantrópico y que va más allá de la simple filantropía. Es Dios mismo el que nos mueve íntimamente a aliviar la miseria. Así, en definitiva, es a Él mismo al que llevamos al mundo que sufre. Cuanto más conciente y claramente lo llevamos como don, tanto más eficazmente nuestro amor cambiará al mundo y hará volver a despertar la esperanza en este mundo. Una esperanza que va más allá de la muerte y sólo así es esperanza verdadera para el hombre».







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