Domingo, 22 ene (RV).- Reflexión del padre Pedro Langa, agustino español, en este
quinto día del octavario de la Semana de oración por la unidad de los cristianos,
su pensamiento se dirige hoy a la paz.
Una llamada
a la paz. Eso fueron las cumbres de Asís, de las que va quedando hasta la fecha su
Espíritu y su Decálogo. Llamada a la paz, igualmente, es lo que el ecumenismo pretende,
ya que, de suyo se traduce, ante todo, en diálogo, maneras, sencillez, comprensión,
proceso de gracia. Si el salmista dice que el Señor está con nosotros y hace cesar
las guerras hasta el extremo del orbe (cf. Sal 46 [45]), ¿por qué no esperar que también
ponga fin a las divisiones eclesiales y haga surgir como rocío de aurora la comunidad
de comunión que su Hijo pidió y los cristianos siguen suplicando? Las visiones de
Pedro y del centurión Cornelio (cf. Act 10, 9-48) prueban que los gentiles deben ser
recibidos en la Iglesia sin que se les impongan las prescripciones de la Ley; y que
Pedro debe aceptar la hospitalidad de un incircunciso: problema, en el fondo, de relaciones
entre cristianos provenientes del Judaísmo y cristianos venidos de la gentilidad.
Y Lucas, el evangelista de la misericordia, se ha encargado de referir la parábola
del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37).
Como en
tiempos del profeta Elías, a quien Dios se reveló no precisamente en el huracán ni
en el temblor de la tierra (cf. 1 Re 19,1-13), así ahora Dios se hace saludable presencia
en el camino de la unidad, a menudo no tanto en masivas concentraciones intereclesiales,
cuanto en la blanda brisa de un gesto, una palabra, un susurro, un silencio. Recuerda
el Buen samaritano que no podemos ocultar la mirada –¡y tantas veces se hace!- al
cruzarnos con quien se dice de otro credo. ¿Cómo desentenderse de una comunidad eclesial
en apuros? Pidamos, por eso, al Padre en el nombre de Jesús, que nos descubra su presencia
de amor en este convulso mundo de odios, y nos ayude a elegir los caminos sobre los
que nos quiere en nuestro peregrinar ecuménico. Una llamada a la paz, en resumen,
equivale a la serena voz de la unidad.