El Papa invoca el don de la paz para el mundo entero pidiendo confianza en Dios y
en el hombre para la elección de recorrer el camino de la paz
Domingo, 1 ene (RV).- “Santa Misa con la cual invocamos de Dios el don de la paz para
el mundo entero”... Introduciendo la celebración, que presidió la mañana del primer
día de 2006, en la solemnidad de María Santísima Madre de Dios, en este día, Octava
de la Navidad, “reunidos en nombre del Señor, nuestra paz”, Benedicto XVI invitó a
cantar un canto nuevo a la Virgen. En Ella el Padre estableció la morada de su Palabra,
hecha hombre entre nosotros. Por Ella brilló la Luz verdadera que ilumina a toda criatura,
hace desvanecer las tinieblas y brinda la paz. “La paz verdadera” que el Papa imploró
como bendición para cada día del nuevo año y para todos los pueblos del mundo.
El
Santo Padre deseó paz y prosperidad, con la bendición del Señor sobre el nuevo año
que recién empieza, también a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante
la Santa Sede, que han participado en esta celebración en la Basílica de San Pedro.
“Gran anhelo de la humanidad, que sigue siendo amenazada, también por nuevas asechanzas,
enfatizó Benedicto XVI en su homilía, recordando que para lograr la paz deben trabajar
juntos todos los pueblos, organizaciones y potencias del mundo: “Ante el permanecer
de situaciones de injusticia y de violencia que siguen oprimiendo diversas zonas de
la Tierra, ante aquellas que se presentan como nuevas y más insidiosas amenazas contra
la paz –el terrorismo, el nihilismo y el fundamentalismo fanático– ¡es más necesario
que nunca trabajar juntos por la paz! Es necesario un impulso de valentía y de confianza
en Dios y en el hombre para la elección de recorrer el camino de la paz. Y ello, de
parte de todos: individuos y pueblos. Organizaciones internacionales y potencias mundiales”.
Reiterando
que al comienzo de este nuevo año, se nos invita a seguir el modelo de María, Madre
de Dios y fiel discípula del Señor, para acoger en la fe y en la oración la salvación
que Dios quiere derramar sobre cuantos confían en su amor misericordioso, el Santo
Padre hizo hincapié en el tema que eligió para esta Jornada Mundial de la Paz, que
es también el título del Mensaje que ha dirigido “a los cristianos y a todos los hombres
y mujeres de buena voluntad”.
Eligiendo el tema “En la verdad, la paz”, Benedicto
XVI quiso expresar la convicción de que “donde y cuando el hombre se deja iluminar
por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi natural el camino de la paz”
(n.3). Así como los pastores, en su pobreza y sencillez, emprendieron el camino hacia
Belén para adorar al Niño, todo hombre que se deja iluminar por la verdad es capaz
de construir un mundo de paz.
Tras poner de relieve la admirable herencia
del Concilio Vaticano II, con la Constitución pastoral Gaudium et spes, el Pontífice
recordó que la humanidad no logrará “construir un mundo más humano para todos los
hombres en toda la extensión de la tierra, sin que todos se conviertan con espíritu
renovado a la verdad de la paz” (n. 77). En particular, como él mismo afirmó, en su
Mensaje para esta Jornada Mundial de la Paz, Benedicto XVI quiso alentar a la Organización
de las Naciones Unidas a “tomar renovada conciencia de sus responsabilidades en la
promoción de los valores de la justicia, de la solidaridad y de la paz, en un mundo
cada vez más marcado por el vasto fenómeno de la globalización”.
En este contexto,
una vez más, el Papa insistió en la misión de los cristianos, pues, “si la paz es
el anhelo de toda persona de buena voluntad, para los discípulos de Cristo es un mandato
permanente que compromete a todos. Es misión exigente que impulsa a anunciar y testimoniar
el ‘Evangelio de la paz’, proclamando que el reconocimiento de la verdad plena de
Dios es condición previa e indispensable para la consolidación de la verdad de la
paz”.
“Que esta conciencia pueda crecer cada vez más, para que toda comunidad
cristiana se vuelva ‘fermento’ de una humanidad renovada en el amor... El primer día
del año está encomendado a una mujer, María. Con su ayuda maternal queremos comprometernos
en trabajar sin cesar en la construcción de la paz, en el seguimiento de Cristo, Príncipe
de la Paz. ¡Siguiendo el ejemplo de la Virgen Santa, queremos dejarnos guiar siempre
y sólo por Jesucristo, el mismo ayer, hoy y siempre. Amén!”.