En su primer mensaje de Navidad, Benedicto XVI pide al hombre moderno un compromiso
en la construcción de un nuevo orden mundial fundado sobre las relaciones éticas y
económicas justas
Domingo, 25 dic (RV).- Desde el mismo balcón donde se presentó por primera vez como
Papa, el pasado 19 de abril, Benedicto XVI, ante una plaza de San Pedro llena de miles
de files, ha dirigido al mundo su primer Mensaje de Navidad, en el que ha pedido al
hombre moderno un compromiso en la construcción de un nuevo orden mundial fundado
sobre las relaciones éticas y económicas justas. Sólo de esta forma “una humanidad
unida podrá afrontar los numerosos y preocupantes problemas del momento actual: desde
la acechanza terrorista a las condiciones de pobreza humillante en la que viven millones
de seres humanos, desde la proliferación de las armas a las pandemias y al deterioro
ambiental que amenaza el futuro del planeta”.
“Que Dios que se ha hecho hombre
por amor al hombre aliente a todos los que trabajan por la paz y el desarrollo integral
en África, oponiéndose a las luchas fratricidas, para que se consoliden los procesos
políticos todavía frágiles y se salvaguarden los más elementales derechos de los que
están sumidos en trágicas situaciones, como en Darfur y en otras regiones de África
central. Que lleve a los pueblos latinoamericanos a vivir en paz y concordia. Que
anime a los hombres de buena voluntad en Tierra Santa, en Irak, en Líbano, donde,
aunque no falten signos esperanzadores, éstos han de ser confirmados por comportamientos
inspirados en la lealtad y la sabiduría; que favorezca los procesos de diálogo en
la Península coreana y en otras partes de los Países asiáticos, a fin de que se superen
las divergencias peligrosas y, con espíritu amistoso, se alcancen los logros de paz
que tanto esperan sus pobladores”.
Benedicto XVI ha resaltado la solemnidad
de este día en el que resuena el anuncio del ángel, que es también una invitación
para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio, a acoger al Salvador. El Papa
ha exhortado a los hombres de hoy a no dudar en recibirlo en sus propias casas, en
las ciudades, en las naciones y en cada rincón de la tierra. “Es cierto que en el
milenio concluido hace poco, -ha dicho el Papa- y especialmente en los últimos siglos,
se han logrado tantos progresos en el campo técnico y científico; son ingentes los
recursos materiales de los que hoy podemos disponer. No obstante, el hombre de la
era tecnológica, si se encamina hacia una atrofia espiritual y a un vacío del corazón,
corre el riesgo de ser víctima de los mismos éxitos de su inteligencia y de los resultados
de sus capacidades operativas. Por eso es importante que abra la propia mente y el
propio corazón a la Navidad de Cristo, acontecimiento de salvación capaz de imprimir
renovada esperanza a la existencia de todo ser humano”.
El Pontífice ha resaltado
cómo “en Navidad nuestro espíritu se abre a la esperanza contemplando la gloria divina
escondida en la pobreza de un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre: es
el Creador del universo reducido a la impotencia de un recién nacido”. “Aceptar esta
paradoja, la paradoja de la Navidad, ha insistido el Papa, es descubrir la Verdad
que nos hace libres y el amor que transforma la existencia. En la noche de Belén,
el Redentor se hace uno de nosotros, para ser compañero nuestro en los caminos insidiosos
de la historia. Tomemos la mano que Él nos tiende: es una mano que nada nos quiere
quitar, sino sólo dar”.
Después del Mensaje de Navidad, Su Santidad Benedicto
XVI ha felicitado las navidades en 33 lenguas, el primero en italiano el último en
latín. Esta ha sido la felicitación en español: ¡Feliz Navidad!
Que la Paz de Cristo reine en vuestros corazones, en las familias y en todos los pueblos.
Luego,
el Santo Padre siempre desde el balcón central de la basílica vaticana, en una jornada
lluviosa en Roma, ha impartido la bendición Urbi et Orbi. Toda la ceremonia ha sido
transmitida por 111 canales de TV de 68 países de los cinco continentes a millones
de personas de todo el mundo.
Mensaje completo Urbi et Orbi Natividad
del Señor, 25 de diciembre de 2005 «Os anuncio una gran
alegría...: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor»
(cf. Lc 2,10-11). Esta noche hemos escuchado de nuevo las palabras del ángel a los
pastores y hemos revivido el clima de aquella Noche santa, la Noche de Belén, cuando
el Hijo de Dios se ha hecho hombre y, naciendo en una humilde gruta, ha puesto su
morada entre nosotros. En este día solemne resuena el anuncio del ángel, que es también
una invitación para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio, a acoger al Salvador.
Que los hombres de hoy no duden en recibirlo en sus propias casas, en las ciudades,
en las naciones y en cada rincón de la tierra. Es cierto que en el milenio concluido
hace poco, y especialmente en los últimos siglos, se han logrado tantos progresos
en el campo técnico y científico; son ingentes los recursos materiales de los que
hoy podemos disponer. No obstante, el hombre de la era tecnológica, si se encamina
hacia una atrofia espiritual y a un vacío del corazón, corre el riesgo de ser víctima
de los mismos éxitos de su inteligencia y de los resultados de sus capacidades operativas.
Por eso es importante que abra la propia mente y el propio corazón a la Navidad de
Cristo, acontecimiento de salvación capaz de imprimir renovada esperanza a la existencia
de todo ser humano.
«Despiértate, hombre: por ti,
Dios se ha hecho hombre» (S. Agustín, Serm., 185). ¡Despierta, hombre del tercer milenio!
En Navidad, el Omnipotente se hace niño y pide ayuda y protección; su modo de ser
Dios pone en crisis nuestro modo de ser hombres; su llamar a nuestras puertas nos
interpela, interpela nuestra libertad y nos pide que revisemos nuestra relación con
la vida y nuestro modo de concebirla. A menudo, se presenta la edad moderna como inicio
del sueño de la razón, como si la humanidad hubiera salido finalmente a la luz, superando
un periodo oscuro. Pero, sin Cristo, la luz de la razón no basta para iluminar al
hombre y al mundo. Por eso la palabra evangélica del día de Navidad – « era la luz
verdadera, que alumbra a todo hombre » (Jn 1,9) – resuena más que nunca como anuncio
de salvación para todos. « Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en
el misterio del Verbo encarnado » (Const. Gaudium et spes, 22). La Iglesia no se cansa
de repetir este mensaje de esperanza reiterado por el Concilio Vaticano II, concluido
precisamente hace cuarenta años.
Hombre moderno,
adulto y, sin embargo, a veces débil en el pensamiento y en la voluntad, ¡déjate llevar
de la mano por el Niño de Belén, no temas, fíate de Él! La fuerza vivificante de
su luz te alienta a comprometerte en la construcción de un nuevo orden mundial fundado
sobre relaciones éticas y económicas justas. Su amor guía a los pueblos y esclarece
su conciencia común de ser “familia” llamada a construir vínculos de confianza y de
ayuda mutua. Una humanidad unida podrá afrontar los numerosos y preocupantes problemas
del momento actual: desde la acechanza terrorista a las condiciones de pobreza humillante
en la que viven millones de seres humanos, desde la proliferación de las armas a las
pandemias y al deterioro ambiental que amenaza el futuro del planeta.
Que
Dios que se ha hecho hombre por amor al hombre aliente a todos los que trabajan por
la paz y el desarrollo integral en África, oponiéndose a las luchas fratricidas, para
que se consoliden los procesos políticos todavía frágiles y se salvaguarden los más
elementales derechos de los que están sumidos en trágicas situaciones, como en Darfur
y en otras regiones de África central. Que lleve a los pueblos latinoamericanos a
vivir en paz y concordia. Que anime a los hombres de buena voluntad en Tierra Santa,
en Irak, en Líbano, donde, aunque no falten signos esperanzadores, éstos han de ser
confirmados por comportamientos inspirados en la lealtad y la sabiduría; que favorezca
los procesos de diálogo en la Península coreana y en otras partes de los Países asiáticos,
a fin de que se superen las divergencias peligrosas y, con espíritu amistoso, se alcancen
los logros de paz que tanto esperan sus pobladores.
En
Navidad nuestro espíritu se abre a la esperanza contemplando la gloria divina escondida
en la pobreza de un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre: es el Creador
del universo reducido a la impotencia de un recién nacido. Aceptar esta paradoja,
la paradoja de la Navidad, es descubrir la Verdad que nos hace libres y el amor que
transforma la existencia. En la noche de Belén, el Redentor se hace uno de nosotros,
para ser compañero nuestro en los caminos insidiosos de la historia. Tomemos la mano
que Él nos tiende: es una mano que nada nos quiere quitar, sino sólo dar.
Entremos
con los pastores en la choza de Belén, bajo la mirada amorosa de María, testigo silencioso
del prodigioso nacimiento. Que Ella nos ayude a vivir una buena Navidad; que nos enseñe
a guardar en el corazón el misterio de Dios, que se ha hecho hombre por nosotros;
que nos guíe para dar al mundo testimonio de su verdad, de su amor y de su paz.