II meditación de Adviento: “La divinidad de Cristo en el Evangelio de Juan”
Viernes, 9 dic (RV).- “La divinidad de Cristo en el Evangelio de Juan” ha sido el
tema central de la segunda meditación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa,
esta mañana en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano ante la presencia de Benedicto
XVI y la Familia Pontificia. El padre Cantalamessa ha comenzado la meditación hablando
del sentido de la página de Juan en la que Jesús pronuncia repetidamente: “Yo Soy”:
“Si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados…cuando levantéis al Hijo del
hombre, entonces comprenderéis que Yo Soy…Antes que Abraham, existiera Existo Yo.”
El
padre Cantalamessa ha dicho que el hecho de que las palabras “Yo Soy”, contrariamente
a toda regla gramatical, estuvieran escritas ambas en letra mayúscula daban al texto
una iluminación especial, misteriosa: “una simple emoción de fe que adquiere resonancias
cósmicas”. Un recuerdo personal el del religioso capuchino para ilustrar el tema de
la meditación que es: la fe en Cristo en el evangelio de Juan, en el cual “Yo Soy”
representa -ha dicho- la máxima expresión de esta fe.
Cristo es el objeto específico
y primario del “creer”, según san Juan. “Creer”, sin otras especificaciones, significa
“creer en Cristo”. Jesús se dirige a las personas que ya creen en el verdadero Dios;
toda su insistencia sobre la fe está relacionada con esta “cosa nueva” que es su
venida al mundo, su hablar en nombre de Dios. En una palabra, su ser Hijo unigénito
de Dios, el ser “una cosa sola con el Padre”. Y Juan, ha dicho el predicador, ha hecho
de la “divinidad de Cristo” el objetivo primario de su evangelio.
Una rápida
mirada al Cuarto evangelio muestra como la fe en el origen divino de Cristo constituye
el sentido y la trama principal. “Jesús pide para sí el mismo tipo de fe, -ha explicado
el padre Raniero Cantalamessa- que pedía Dios para sí en el Antiguo Testamento”. “Incluso
después de su desaparición, la fe en él será la línea divisoria en el seno de la humanidad.
De un parte estarán aquellos que sin haberlo visto creerán; y de otra estará el mundo
que rechaza creer”.
La divinidad de Cristo es la cima más alta, el Everest
de la fe. Mucho más difícil que creer simplemente en Dios. “Porque esta dificultad
-ha señalado el predicador capuchino- está relacionada con la posibilidad del escándalo”:
Bienaventurado, dice Jesús, quien no se escandaliza de mí. “El escándalo nace del
hecho de que el que se proclama Dios era un hombre del que se sabía todo”. Pero en
última instancia, este “escándalo” se supera solamente con la fe. La dimensión social
y comunitaria es ciertamente esencial para la fe cristiana, pero ésta debe ser el
resultado de actos de fe personales, si no quiere ser una fe puramente convencional
y exterior a una apariencia de fe.
Juan nos ofrece un fuerte incentivo para
descubrir la persona de Jesús y renovar nuestra fe en él. Él es un testigo y representa
un testimonio extraordinario del poder que Jesús puede llegar a tener en el corazón
del hombre. Nos muestra como es posible construir en torno a Cristo el propio universo.
Es más, los santos, dice el Padre Cantalamessa, no pudiendo llevar la fe con ellos
al cielo, donde ya no sirve, son felices de dejarla en herencia a los hermanos que
tienen necesidad de ella en la tierra. “Somos nosotros los que debemos recogerla,
hacerla nuestra”.
Alguno ha dicho que el gran desafío para la evangelización
al inicio del tercer milenio será la emergencia de un nuevo tipo de hombre y cultura:
el hombre cosmopolita que pone en segundo término la religión. Juan vivió en un contexto
cultural semejante -ha dicho el predicador- y ante una situación parecida, el autor
del Cuarto evangelio no se lanzó en polémicas. “Simplemente anunció Cristo como supremo
don del Padre al mundo, dejando que cada uno fuera libre de acogerlo o no”.