Escuchar el programa Viernes, 18 nov
(RV).- En diversos programas hemos hablado de la dificultad de ser padres, de ese
deseo de ser siempre los mejores padres para nuestros hijos, pero igualmente la dificultad
de estar con ellos todo el tiempo, de ayudarles en todo momento, acompañarlos y ser
realmente su mejor ejemplo. Pero pese a esas dificultades, cada día encontramos mayor
conciencia de los padres para ser cada vez mejores. Siguiendo un articulo recientemente
publicado por la educadora familiar Angela Marulanda, subrayamos el hecho de que hoy
podemos decir que contamos con las primeras generaciones de papás que son muy conscientes
de la importancia de su presencia en la vida de sus hijos, aunque suene contradictorio
particularmente en el caso de las mujeres por su cada vez más exigente vida laboral
fuera del hogar. Sin embargo, a pesar de su deseo de pasar más tiempo con ellos,
la separación o divorcio, los viajes continuos o las crecientes exigencias laborales
hacen que muchos padres y madres dispongan de pocas horas para compartir en familia,
para estar con sus hijos, recogerlos luego de la escuela, salir al parque a jugar,
llevarlos a cine, etc. Y por eso a menudo los padres tratan de darles a los hijos,
en una sola dosis, todo lo que les ha faltado durante el resto del tiempo, con el
pretexto de que no les están ofreciendo a sus hijos cantidad de tiempo, pero sí calidad
durante el tiempo que comparten con ellos. Así, los fines de semana o las noches
con el papá o mamá, o en su casa, son una especie de paseo a Disney, con Navidad incluida.
Abundan los juegos, las risas, los regalos y el relajo, mientras desaparecen las normas,
los horarios y las exigencias. Guiados por la idea de que “el tiempo de calidad
es el antídoto para la falta de cantidad”, los papás se desbordan por lograr que cuanto
momento los niños estén despiertos, se llene de experiencias fascinantes, que a su
vez sirvan para compensar su ausencia el resto de la semana. Es algo así como darles
una sola comida diaria con diez platos de ricos alimentos para reparar la falta de
las otras dos. En esta situación escasean otros momentos tanto o más importantes
que aquellos cargados de entretenciones: aquellos donde padre e hijo se reúnen a “no
hacer nada”, más que gozar de su mutua compañía. Es durante esos momentos en los
cuales se pueden compartir experiencias, inquietudes, tristezas y dichas. Ahí,
los niños muestran quiénes son y qué sienten. Y son éstos, no las diversiones, los
que permiten conocerlos de verdad y tejer sólidos vínculos afectivos con ellos. La
calidad de la relación no la determinan los ratos animados en su compañía sino lo
que estos espacios les ayudan a conocerlos y a construir una relación estable y profunda.
Por maravillosas que sean las cosas que los papás les den a los niños, éstas no
garantizan un vínculo profundo con su corazón. Lo único que nos conecta en forma real
y perdurable con ellos son los lazos de amor. El reconocimiento y gratitud de
los hijos a quienes papá o mamá les da todo no aseguran una sólida relación afectiva
con ello, porque los vínculos afectivos son más que producto de tales sentimientos.
Son una conexión intensa entre su corazón y el de los niños, el cual se gesta alrededor
de la dedicación e interés que les demuestre su presencia activa.