Martes, 1 nov (RV).- El 15 de agosto del 608 fue consagrado obispo de Roma un monje
benedictino originario de los Abruzos, con el nombre de Bonifacio IV. Con motivo de
su elevación al solio pontificio recibió un presente importante del emperador de Oriente
Focas: el regalo no era otro que el Panteón construido por Agripa en honor de todos
los dioses romanos. Es un templo de planta circular coronado por una impresionante
cúpula, que en el año 609, Bonifacio IV consagró a «Santa María de los Mártires»,
en memoria de todos los que habían derramado su sangre por dar testimonio del único
Dios. Se instituyó entonces la fiesta de Todos los Santos. El Padre Juan José Fernández
Ibáñez, de la da Compañía de Jesús, nos ofrece unas reflexiones sobre esta solemnidad:
Santos,
los que han cruzado la meta y al alcanzado el premio a que Dios nos llama desde lo
alto, en Cristo Jesús. Los que han cruzado la meta, así lo dice San pablo en la carta
a los filipenses, los que han llegado a la plenitud, después de haber hecho su carrera
en la dirección correcta. Todos los pueblos y ciudades tienen su santo patrón, el
modelo imitar porque han hecho bien lo que tenían que hacer. A estos santos, gentes,
humanos de nuestras tierras, es a quienes saludamos en este día grande para la Iglesia.
De
la Tierra al cielo, del trabajo y la profesión a la obra coronada, de la vida con
minúscula a la Vida perfecta, de los caminos angostos a las playas inmensas de la
Creación celeste, del peregrinar terreno al peregrinar eterno, porque nadie ha dicho
que el cielo sea una realidad estática. El Dios infinito del amor es sorpresa constante
para los que se han entregado a Él por amor. Son los que han realizado en su vida
la imagen de Dios: Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo
creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios. Y vio Dios que todo lo que había
hecho, era bueno muy bueno. "Todos los cristianos de cualquier condición
y estado...son llamados por el Señor a la santidad", dice el Concilio Vaticano II
en la constitución Lumen Gentium. Plenitud de la vida cristiana, en perfecta unión
con Cristo, fuente de toda gracia y santificación, e iniciador y consumador de la
santidad, que nos ha dicho: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto"
(Mt 5,48).
Sed limpios de corazón, sin doblez, misericordiosos,
como vuestro Padre celestial es misericordioso, perfectos, como vuestro Padre celestial
es perfecto, sinceros, veraces y leales, sin mentiras ni trampas, pobres por el Reino,
sufridos, hambrientos y sedientos de justicia, trabajadores por la paz, aunque os
insulten y os persigan... porque vuestro es el Reino de los cielos. Estos son los
santos del Evangelio, según carismas tan dispares como son las situaciones de esta
tierra. Estad alegres y contentos, porque habéis llevado el mundo a su plenitud en
vuestra vida, y Dios, el Padre que ama os dirá: “Este es mi hijo muy amado, en quien
me complazco" (Mt 3,17).
San Juan de la Cruz, nos
lo cuenta así: "¡Dios ocupado en halagar, acariciar y causarle deleite al
alma como si fuera una madre que amamanta a sus hijos, dándoles vida de su misma vida,
mientras los besa y los llena de ternuras!" Y se cumple lo de Isaías: "Llevarán
en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como un niño a quien
su madre consuela, así os consolaré yo" (Is 66,12). La promesa, la profecía, es realidad
en la fiesta de todos los santos