Ángelus: El Papa exhorta a los creyentes a mantener siempre vivo el espíritu del Concilio
Vaticano II para contribuir a instaurar en el mundo la fraternidad universal
Domingo, 30 oct (RV).- Los 40 años del Concilio Vaticano II han sido recordados hoy
por Benedicto XVI, antes del Ángelus en la plaza de san Pedro. Por su valor y actualidad,
el Papa ha mencionado los 5 documentos que fueron firmados por los padres conciliares.
Entre ellos la Declaración Nostra Aetate que hace referencia a la postura de la Comunidad
eclesial ante las otras religiones no cristianas.
El Santo Padre ha saludado
también a los fieles que participaron ayer en la beatificación de los sacerdotes Josep
Tàpies y seis compañeros, y de la Hermana María de los Ángeles Ginard Martí, que afrontaron
el martirio a causa de la fe en Cristo. Ellos son para todos un verdadero ejemplo
de reconciliación y de amor.
En una espléndida jornada de sol, el Papa Benedicto
XVI ha dirigido esta mañana el tradicional rezo del Ángelus desde la ventada de su
estudio en la plaza de san Pedro. Antes de la oración mariana, el Pontífice ha recordado
el Concilio Vaticano II que hace cuarenta años entraba en su fase final. Antes de
se clausurara aquel histórico evento eclesial en diciembre, el 28 de octubre de 1965,
los padres sinodales firmaron cinco importantes documentos que el Papa ha querido
recordar hoy por su valor y actualidad.
Ellos son el decreto Christus Dominus,
sobre la tarea pastoral de los obispos; el Decreto Perfectae caritatis, sobre la renovación
de la vida religiosa; el Decreto Optatam totius, sobre la formación sacerdotal; la
Declaración Gravissimum educationis, sobre la educación cristiana; y la Declaración
Nostra Aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas.
La
formación de los sacerdotes, de la vida consagrada y del ministerio episcopal han
sido temas de tres Asambleas Ordinarias del Sínodo de los Obispos, en los años 1990,
95 y 2001, quienes han retomado y profundizado las enseñanzas del Vaticano II. “Así
lo atestiguan, -ha afirmado el Papa-, las Exhortaciones apostólicas de mi amado predecesor
Juan Pablo II: Pastores dabo vovis, Vita Consecrata y Pastores gregis. Menos conocido,
sin embargo, es el documento sobre la educación”. La Iglesia desde siempre, y el concilio
especialmente, han dado “singular importancia” a la educación de los jóvenes, para
la vida y para el progreso social.
“Y hoy, en la época de la comunicación
global, la comunidad eclesial advierte toda la importancia de un sistema educativo
que reconozca la primacía del hombre como persona, abierta a la verdad y el bien”,
ha señalado Benedicto XVI. Los primeros educadores son los padres, ayudados, según
el principio de subsidiariedad, por la sociedad civil. Y una especial responsabilidad
siente tener la Iglesia, a quien Cristo encargó el anuncio del “camino de la vida”.
Ella trata de cumplir su misión en los ámbitos de la familia, parroquia, asociaciones
y movimientos de formación y compromiso evangélico, y de forma especifica en los centros
educativos, desde la escuela a la universidad.
También la Declaración Nostra
Aetate es de grandísima actualidad -ha dicho el Santo Padre-, porque hace referencia
a la postura de la Comunidad eclesial ante las otras religiones no cristianas. Partiendo
del principio de que “todos los hombres constituyen una sola comunidad” y que la Iglesia
“tiene el deber de promover la unidad y el amor” entre los pueblos, el Concilio “no
rechaza nada de lo que es verdadero y santo” en las otras religiones, y a todos anuncia
Cristo, “camino, verdad y vida”, en el cual los hombres encuentran la “plenitud de
la vida religiosa”.
“Con la Declaración Nostra Aetate los padres del Vaticano
II han propuesto algunas verdades fundamentales: han recordado con claridad el vínculo
especial que une a los cristianos con los hebreos, han subrayado la estima a los musulmanes
y a los fieles de las otras religiones, y han confirmado el espíritu de fraternidad
universal que prohíbe cualquier tipo de discriminación o persecución religiosa”.
Benedicto XVI ha finalizado su alocución invitando a leer estos documentos
y ha exhortado a rezar a la Virgen para que ayude a todos los creyentes en Cristo
a tener vivo siempre el espíritu del Concilio Vaticano II para contribuir así a instaurar
en el mundo la fraternidad universal que responde a la voluntad de Dios sobre el hombre,
creado a imagen y semejanza suya.
Hemos de señalar que hoy, como nunca, la
plaza de san Pedro estaba llena de fieles: decenas de miles de personas, con una participación
que más que la tradicional cita dominical parecía ser una verdadera Audiencia General.
Después
del rezo de la oración mariana, el Papa ha vuelto a insistir sobre el terremoto que
el pasado 8 de octubre se abatió sobre la región de Cachemira especialmente en la
parte pakistaní, provocando la muerte de más de 50 mil personas y provocando ingentes
daños. “Múltiples han sido las ayudas y las muestras de solidaridad, -ha dicho el
Papa- pero las necesidades son más grandes que las ayudas hasta ahora ofrecidas: “Renuevo,
por tanto, mi llamamiento a la comunidad internacional para que se multipliquen los
esfuerzos de apoyo hacia aquellas poblaciones tan afectadas”.
Benedicto XVI
ha saludado después en distintas lenguas. Entre la nutrida representación de fieles
de lengua española se encontraban los peregrinos españoles que participaron ayer en
la beatificación de ocho religiosos mártires de nuestro país.
Me es grato
saludar cordialmente a los peregrinos de lengua española presentes en la oración mariana
del Ángelus, entre ellos los participantes en la procesión del Señor de los Milagros.
En particular, saludo a mis Hermanos Obispos de España, a las distinguidas autoridades,
a los sacerdotes, a las Religiosas Celadoras del Culto Eucarístico y a los fieles,
venidos de Urgell y de Andorra, de Madrid y de Mallorca, que han tenido el gozo de
participar en la beatificación de los sacerdotes Josep Tàpies y seis compañeros, y
de la Hermana María de los Ángeles Ginard Martí, que afrontaron el martirio a causa
de la fe en Cristo. Ellos son para todos un verdadero ejemplo de reconciliación y
de amor hasta el extremo, así como un estímulo para dar un testimonio coherente de
la propia fe en la sociedad actual, con una actitud de paz y de convivencia fraterna.