Audiencia general: Amar a Dios, no por miedo a ser castigado, sino por su bondad dispuesta
siempre a perdonar
Miércoles, 19 oct (RV).- “La misericordia y la redención”, dos grandes características
de Dios, que es amor. Amarlo no por miedo a ser castigado, sino por su bondad dispuesta
siempre a perdonar. Catequesis de Benedicto XVI en la plaza de san Pedro, comentando
el salmo “De profundis”.
Este miércoles, Benedicto XVI, ha presidido la Audiencia
General en la plaza de san Pedro, en la que han participado más de 40 mil personas.
El Santo Padre en su catequesis ha reflexionado sobre el salmo 129, “Desde lo más
profundo grito hacia ti, Yahvéh”. Uno de los salmos, ha dicho el Papa, más célebres
y queridos por la tradición cristiana: el De profundis, denominado de esta manera
desde su versión latina. Con el Miserere, este se ha convertido en uno de los Salmos
penitenciales preferidos por la devoción popular.
Más allá de la aplicación
fúnebre, este salmo es, ante todo, un canto a la misericordia divina y a la reconciliación
entre el pecador y el Señor, ha recordado el Santo Padre, “un Dios justo pero siempre
dispuesto a manifestarse misericordioso y piadoso, tardo para la ira y rico de gracia
y de fidelidad, que conserva su favor para mil generaciones, que perdona la culpa,
la trasgresión y el pecado”. Precisamente por este motivo, el Salmo se encuentra insertado
en la liturgia vespertina de Navidad y de toda la octava, así como en la del Cuarto
domingo de Pascua y de la solemnidad de la Anunciación del Señor.
Seguidamente,
el Pontífice ha explicado que el salmo 129 se abre con una voz que sube desde lo más
profundo del mal y de la culpa. El yo del orante se dirige al Señor diciendo “te grito
a ti, oh Señor”. El Salmo, luego, se desarrolla en tres momentos dedicados al tema
del pecado y del perdón. Se dirige sobre todo a Dios, al que se le pregunta directamente
con el “Tú”. Es significativo el hecho de que lo que produce el temor no es el castigo,
sino el perdón. Dios, de hecho, no es un soberano inexorable que condena al culpable,
sino un padre amoroso, al que debemos querer no por miedo a ser castigados, sino por
su bondad dispuesta siempre a perdonar.
En el centro del segundo momento del
salmo, esta el “yo” del orante que ya no se dirige al Señor, pero habla de Él. Ahora
florecen en el corazón del salmista arrepentido la espera, la esperanza, la certeza
que Dios pronunciará una palabra liberadora y cancelará el pecado. La tercera y última
etapa del desarrollo del Salmo, ha dicho Benedicto XVI, se extiende a todo Israel,
al pueblo a menudo pecador, pero sabedor de la necesidad de la gracia salvífica de
Dios.
La salvación personal, antes implorada por el orante, se extiende ahora
a toda la comunidad. Partiendo del remolino tenebroso del pecado, la súplica del De
profundis alcanza el horizonte luminoso de Dios, donde domina “la misericordia y la
redención”, dos grandes características del Dios amor. Benedicto XVI ha finalizado
su catequesis confiándose a la meditación que ha tenido este Salmo en la tradición
cristiana, y aludiendo especialmente a san Ambrosio, que en sus escritos alude a menudo
a los motivos que llevan a los hombres a invocar el perdón a Dios.
Este ha
sido el resumen que de su catequesis ha hecho el Santo Padre en español para los peregrinos
de nuestra lengua presentes en la plaza de san Pedro:
Queridos
hermanos y hermanas:
El Salmo que hemos escuchado,
conocido como el De profundis, es uno de los salmos penitenciales preferidos por la
devoción popular. Es un canto a la misericordia divina y a la reconciliación entre
Dios y el pecador. La súplica del salmista arranca del mundo oscuro del pecado y se
eleva hasta el horizonte luminoso en el que se manifiesta “la misericordia y la redención”,
dos grandes características de Dios, que es amor.
Dios,
pues, no es un soberano inexorable que condena al culpable, sino un padre amoroso
al que debemos amar por su bondad siempre dispuesta a perdonar. Por eso San Ambrosio
exhortaba: “Ninguno pierda la confianza, ninguno desespere de las divinas recompensas,
aunque lo remuerdan pecados antiguos. Dios sabe cambiar de parecer, si tú sabes enmendar
la culpa”.
Saludo a los peregrinos de lengua española,
en particular a las Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de
la Caridad, participantes en su Capítulo General: sed portadoras de la misericordia
de Dios. Saludo también a los peregrinos de Navarra, a los miembros de la Adoración
Nocturna de diversas diócesis españolas, y a los demás grupos de España, República
Dominicana, Colombia, Chile y otros Países Latinoamericanos. Os invito a todos a dirigiros
a Dios con el corazón contrito y confiado, porque de Él procede el perdón.
Muchas
gracias por vuestra visita.
El Santo Padre, tras haber saludado en varias
lenguas, se ha dirigido a los enfermos, a los recién casados y a los jóvenes. A los
enfermos y a los recién casados, Benedicto XVI les ha exhortado a fundar su vida en
la Palabra de Dios, para ser constructores de la civilización del amor, del que es
símbolo elocuente la cruz de Cristo, manantial de luz, de consuelo y esperanza. Mi
pensamiento, ha proseguido diciendo el Papa, se dirige, finalmente a los jóvenes,
recordando que hoy se cumple el cuarto centenario de la beatificación de San Luis
Gonzaga, patrono mundial de la juventud. "Que su heroico testimonio evangélico os
sostenga en el esfuerzo de cotidiana fidelidad a Cristo", les ha dicho el Pontífice.