Escuchar el programa Viernes, 14 oct
(RV).- Hablar de la familia es tocarnos con la realidad de nuestra vida cotidiana,
de lo que vemos, sentimos, padecemos y carecemos. Es saber que estamos ante una encrucijada
donde se entrelazan un universo de sentimientos, sensaciones, emociones, dolores,
angustias y sufrimientos, la cual no tiene una respuesta ni se puede encuadrar dentro
de unas categorías que le impidan mirarse a sí misma.
A todos, desde el colegio,
se nos decía que la familia es la célula fundamental de la sociedad. Podríamos preguntarnos
de cuál sociedad. Por naturaleza vivimos en sociedad. La familia es la única comunidad
en la que todo hombre "es amado por sí mismo". Constituye el espacio natural y el
instrumento más eficaz de humanización y personalización de la sociedad. Cuando
nos preguntamos ¿hacia dónde va la familia?, es una buena pregunta para seguir avanzando
ante las dolorosas realidades con las cuales nos topamos, los nuevos problemas, los
nuevos modelos de familia.
La familia ha de ser mirada como una institución,
no sólo en el sentido de que tiene su lugar y sus funciones en la sociedad, o que
debe gozar de garantías jurídicas para el cumplimiento de sus deberes para poseer
estabilidad. La sociedad ha de estar al servicio de la familia. Cuando no existe una
vida familiar sana no puede haber una vida social estable en ninguna nación. Tenemos
la responsabilidad de devolverles la esperanza a las familias, hacer que en ellas
prevalezcan el amor, el diálogo, el respeto, la responsabilidad. Hay que crear y estimular
la creación de escuelas para padres, porque no todo el mundo tiene clara conciencia
de su misión y de su responsabilidad. La familia es la primera escuela donde se educa
o se transmiten los valores primordiales a la persona.
Recordamos que el papa
Juan Pablo II en su exhortación apostólica Familiares Consortio, señalaba que la función
social de las familias está llamada a manifestarse también en otras formas de intervención
política, es decir, las familias deben ser las primeras donde las leyes y las instituciones
del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos
y los deberes de las familias.
En este sentido las familias deben crecer en
la conciencia de ser "protagonistas" de la llamada política familiar y asumir la responsabilidad
de transformar la sociedad. Es inaceptable para la conciencia de un creyente permanecer
indiferente frente a políticas, leyes o decretos que atenten contra los derechos de
los ciudadanos que forman parte de la sociedad familiar.
Hay que volver a considerar
la familia como el santuario de la vida. En efecto, es sagrada. Contra la llamada
cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida. Dentro
del marco de los cambios epocales se han dado unos giros muy drásticos que no dejan
de interpelarnos, ya que muchas veces pareciera que no queremos ver los nuevos fenómenos
dentro de los nuevos modelos de sociedad. Uno de los fenómenos más extensos que interpelan
vivamente la conciencia de la comunidad humana es el número creciente de uniones de
hecho, con la consiguiente desafección para la estabilidad del matrimonio. Se han
roto los paradigmas de la familia tradicional. Este es un delicado problema que
merece mayor atención. En muchos países se le ha dado consistencia jurídica a las
uniones de hecho y en nombre de la tolerancia o de que todo es modernidad o posmodernidad
caemos en la complicidad de aceptar una conducta permisiva. No cabe duda de que
el concepto de familia está muy devaluado en la sociedad actual, por ello una de las
prioridades de las familias es educar al sujeto y a los miembros de la comunidad familiar
en el amor como fuente de todos los valores.