Escuchar el programa Viernes, 7 oct
(RV).- Hoy hablaremos de la mentira, aquellas que llaman inofensivas y las más graves,
las mentiras que se dicen porque en el fondo buscamos aparentar lo que no somos, generar
admiración, vivir fantasías que nos engrandecen ante los ojos de los demás.
Mentir
es un recurso fácil para conseguir beneficios, aparentar más de lo que somos sin tener
que pasar por esfuerzos ni penurias, aunque el precio que se corre es la posibilidad
de ser descubiertos. Mientras que la persona sincera no tiene que vigilar la versión
que da de sus anécdotas y los episodios vividos, porque los transcribe al dictado
de su memoria, en cambio el mentiroso debe controlar qué versión da de su historia,
para que resulte coherente con la escuchada por cada persona ante la que ha presumido.
Mientras más se cae en la tentación de mentir más difícil es controlar la
abundante base de datos de las versiones dadas y más imposible resulta comentar, repetir
o seguir c las historias mentirosas, sin que podamos caer en las incoherencias de
lo narrado. El hábito se mentir se puede transformar en un trastorno de la personalidad
que consiste en una compulsión a imaginar una vida, unos acontecimientos y una historia
con la que se busca causar una impresión de admiración en los espectadores.
Este
afán por impresionar esta basado en la imperiosa necesidad de resultar valiosos y
ser aceptados por otras personas, valiéndonos de medios tramposos ya que por los naturales
de la simpatía y la espontaneidad dudamos el poder conseguirlos. El mentiroso
fantasioso coge el atajo de robar la atención y el aprecio por la vía del fácil engaño
-las palabras son cómodos sustitutos de los hechos-. La persona mentirosa no se conforma
con ser una persona cualquiera -tal vez se vería a sí misma con excesivo desarraigo-,
sino que desea ser siempre una personalidad de primera magnitud, de esas que los demás
admiramos embelesados y envidiosos.
También mintiendo sobre lo que hacemos
llevamos a cabo algo que proporciona un pequeño resto de placer que nos da una migaja
de lo que nos gustaría. Imaginando que somos ricos, que seducimos a las personas más
bellas, sentimos un placer que ni siquiera las fantasías eliminan, por ello se miente
cada vez más, atrapados en un círculo vicioso con el que se busca satisfacer necesidades
que a base de engaño tras engaño, fantasía tras fantasía nos hace sentir el sueño
tan real que casi lo podemos creer.
El problema del pseudólogo es que para
mentir tanto y que no se note ha de hacer lo mismo que un actor que representa un
personaje y quiere resultar creíble: esforzarse tanto, como si uno fuera esa persona
inventada, que realmente se confunde y olvide quien es realmente.
El personaje
suplanta al yo, con lo que su personalidad se instala en una base inauténtica muy
peligrosa, porque los halagos, impresiones y valoraciones que arranque a los demás
con sus tretas, en realidad nunca los podrá saborear, porque sabe que no están dirigidos
al Yo autentico, sino al falso, con lo cual no logra sentir lo que le gustaría sentir:
sus dobles vínculos impiden que los placeres le lleguen.
Jugar limpio, ser
nosotros mismos, es el mejor camino para ser aceptados por los demás. Lo primero es
que nos acepten aun siendo humildes y mediocres. Una vez conseguida esta aceptación
básica entonces se pueden intentar el reconocimiento a nuestros méritos, a partir
de una mayor cualidad, de jugar más fuerte, una activa entrega para participar, colaborar,
sugerir y animar la vida familiar, los equipos de trabajo, los grupos de amigos o
la excelencia profesional. Textos: Alma García Locución: Alina Tufani Díaz