2005-10-03 11:31:16

En la apertura del Sínodo, el Papa califica como hipócrita a una sociedad que admite a Dios como opinión privada pero lo niega públicamente y advierte que la amenaza del ‘Juicio’ afecta también a la Iglesia en Europa y Occidente en general


Lunes, 3 oct (RV).- Benedicto XVI, que presidió ayer la Celebración Eucarística de la apertura de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, criticó con dureza, en su homilía, al género humano que considera a Dios como un obstáculo, a una sociedad que disfraza como tolerancia la admisión de Dios como opinión privada pero lo niega públicamente. “No es tolerancia, sino hipocresía- dijo el Papa-. Allí donde el hombre se alza en único señor del mundo y dueño de sí mismo, no podrá existir la justicia. Allí puede dominar sólo el arbitrio del poder y de los intereses”.

El Pontífice acusó al género humano que haber usurpado la creación “que nos ha sido dada para ser administrada. Queremos ser los únicos propietarios en primera persona. Queremos poseer el mundo y nuestra propia vida de manera ilimitada. Dios es un obstáculo. O se hace de Él una simple frase devota, o Lo negamos del todo, proscrito de la vida pública, hasta el punto de perder todo significado”.

Con la misma severidad el Santo Padre habló del anuncio del juicio a la viña infiel. “El juicio que Isaías predijo se ha materializado en las grandes guerras y exilios llevados a cabo por los asirios y los babilonios. El juicio anunciado por el Señor Jesús, se refiere sobre todo a la destrucción de Jerusalén en el año 70. Pero la amenaza del juicio también nos afecta a nosotros, a la Iglesia en Europa, a Europa y Occidente en general”.

Benedicto XVI, a las nueve y media de la mañana, en la Patriarcal Basílica Vaticana, ante la tumba de san Pedro, presidió la Solemne Celebración Eucarística con los Padre Sinodales. La XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos se celebrará en el Aula del Sínodo del Vaticano hasta el 23 de octubre, sobre el tema “La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia”.

Concelebraron con el Santo Padre, los padres sinodales y los colaboradores. 55 cardenales, siete Patriarcas, 59 arzobispos, 123 obispos, 40 presbíteros, cuatro oyentes y 37 colaboradores. En su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre los textos de la liturgia del día.

La primera de ellas, “la lectura del profeta Isaías y el Evangelio de este día nos propone ante los ojos una de las grandes imágenes de la Sagrada Escritura: la imagen de la vid. Y, de esta manera, prosiguió el Papa, la lectura del profeta Isaías, comienza como un cántico de amor, Dios quiere hablar al corazón de su pueblo – así como a cada uno de nosotros. “Te he creado a mi imagen y semejanza”, nos dice. “Yo mismo soy el amor, y tú eres mi imagen en la medida en que en ti brilla el esplendor del amor, en la medida en que me respondes con amor”. Dios nos espera. Él quiere ser amado por nosotros: una llamada semejante, ¿no debería quizás tocar nuestro corazón?, se preguntó el Papa: “Precisamente en este momento que celebramos la Eucaristía, en el que inauguramos el Sínodo sobre la Eucaristía, Él nos sale al encuentro, sale a mi encuentro. ¿Encontrará una respuesta? ¿O es que con nosotros ocurre como con la viña, de la que nos habla Dios a través de Isaías: “Él esperó que produjera uva, pero ésta era uva selvática”? ¿No suele ser nuestra vida cristiana mas vinagre que vino? ¿Autocompasión, conflicto, indiferencia?

De esta forma el Pontífice llegó al segundo pensamiento fundamental de las lecturas, que hablaban de la bondad de la creación de Dios y de la grandeza de la elección con la cual Él se acerca a nosotros y nos ama. Y también de del fracaso del hombre. “Dios había plantado viñas muy seleccionadas y, sin embargo, había madurado uva selvática. ¿En que consiste esta uva selvática? La uva selvática es más bien la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen gemir a la gente bajo el yugo de la injusticia”.

El Santo Padre recordó cómo en el Evangelio “los viñadores no quieren tener un dueño – y estos viñadores constituyen un espejo para nosotros... Por supuesto, se puede echar al Hijo de la viña y matarlo, para saborear egoístamente los frutos de la tierra. Pero entonces la viña se transformará en un terreno devastado por los jabalíes, come nos dice el Salmo responsorial”.

Con éste ejemplo bíblico el Papa abordaba el tercer elemento de las lecturas: el anuncio del Señor, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, a la viña infiel del juicio. “El juicio anunciado por el Señor Jesús, se refiere sobre todo a la destrucción de Jerusalén en el año 70. Pero la amenaza del juicio también nos afecta a nosotros, a la Iglesia en Europa, a Europa y Occidente en general. Con este Evangelio el Señor grita también en nuestros oídos las palabras que en el Apocalipsis dirigió a la Iglesia de Éfeso: “Iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero, si no te arrepientes” (2,5).

Seguidamente Benedicto XVI se preguntaba si no había ninguna promesa, ninguna palabra de consuelo en la lectura de la página evangélica de día. Respondiendo el Papa dijo que la promesa existe, “la oímos en el versículo del Aleluya, tomado del Evangelio de san Juan: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Jn 15,5). Con estas palabras del Señor, san Juan nos explica el último, el verdadero final de la historia de la viña de Dios. Dios no fracasa. Al final Él vence, vence el amor.

De la muerte del Hijo, subrayó Benedicto XVI, brota la vida, se forma un nuevo edificio, una nueva viña. Él, que en Caná cambió el agua en vino, ha transformado su sangre en el vino del verdadero amor y, así, transforma el vino en su sangre. En el cenáculo ha anticipado su muerte y la transforma en el don de sí mismo, en un acto de amor radical. Su sangre es don, es amor, y por esto es el verdadero vino que el Creador esperaba. De esta manera Cristo mismo se convierte en la vid y esta vid produce siempre buen fruto: para nosotros la presencia de su amor es indestructible.

Así, estas parábolas desembocan al final en el misterio de la Eucaristía, en la que el Señor nos dona el pan de la vida y el vino de su amor y nos invita a la fiesta del amor eterno. En la santa Eucaristía Él, desde la cruz, nos atrae a todos hacia Sí (Jn 12,32) y hace que nos convirtamos en los sarmientos de la vid que es Él mismo. Si permanecemos unidos a Él, entonces también nosotros produciremos frutos, y entonces ya no saldrá de nosotros el vinagre de la autosuficiencia, del descontento de Dios y de su creación, sino el vino bueno de la alegría en Dios y del amor al prójimo. Benedicto XVI finalizaba su homilía con estas palabras refiriéndose al comienzo del Sínodo: “Roguemos al Señor para que nos done su gracia, para que durante las tres semanas del Sínodo que estamos iniciando, no sólo digamos cosas bellas sobre la Eucaristía, sino que sobre todo vivamos de su fuerza. Invoquemos este don por medio de María, queridos Padres sinodales, a quienes saludo con tanto afecto, junto a las distintas Comunidades de las que provienen y que están aquí representadas, para que dóciles a la acción del Espíritu Santo podamos ayudar al mundo a que se conviertan, en Cristo y con Cristo, en la vid fecunda de Dios. Amén”.







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