En la apertura del Sínodo, el Papa califica como hipócrita a una sociedad que admite
a Dios como opinión privada pero lo niega públicamente y advierte que la amenaza del
‘Juicio’ afecta también a la Iglesia en Europa y Occidente en general
Lunes, 3 oct (RV).- Benedicto XVI, que presidió ayer la Celebración Eucarística de
la apertura de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, criticó
con dureza, en su homilía, al género humano que considera a Dios como un obstáculo,
a una sociedad que disfraza como tolerancia la admisión de Dios como opinión privada
pero lo niega públicamente. “No es tolerancia, sino hipocresía- dijo el Papa-. Allí
donde el hombre se alza en único señor del mundo y dueño de sí mismo, no podrá existir
la justicia. Allí puede dominar sólo el arbitrio del poder y de los intereses”.
El
Pontífice acusó al género humano que haber usurpado la creación “que nos ha sido dada
para ser administrada. Queremos ser los únicos propietarios en primera persona. Queremos
poseer el mundo y nuestra propia vida de manera ilimitada. Dios es un obstáculo. O
se hace de Él una simple frase devota, o Lo negamos del todo, proscrito de la vida
pública, hasta el punto de perder todo significado”.
Con la misma severidad
el Santo Padre habló del anuncio del juicio a la viña infiel. “El juicio que Isaías
predijo se ha materializado en las grandes guerras y exilios llevados a cabo por los
asirios y los babilonios. El juicio anunciado por el Señor Jesús, se refiere sobre
todo a la destrucción de Jerusalén en el año 70. Pero la amenaza del juicio también
nos afecta a nosotros, a la Iglesia en Europa, a Europa y Occidente en general”.
Benedicto
XVI, a las nueve y media de la mañana, en la Patriarcal Basílica Vaticana, ante la
tumba de san Pedro, presidió la Solemne Celebración Eucarística con los Padre Sinodales.
La XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos se celebrará en el Aula
del Sínodo del Vaticano hasta el 23 de octubre, sobre el tema “La Eucaristía: fuente
y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia”.
Concelebraron con el Santo
Padre, los padres sinodales y los colaboradores. 55 cardenales, siete Patriarcas,
59 arzobispos, 123 obispos, 40 presbíteros, cuatro oyentes y 37 colaboradores. En
su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre los textos de la liturgia del día.
La
primera de ellas, “la lectura del profeta Isaías y el Evangelio de este día nos propone
ante los ojos una de las grandes imágenes de la Sagrada Escritura: la imagen de la
vid. Y, de esta manera, prosiguió el Papa, la lectura del profeta Isaías, comienza
como un cántico de amor, Dios quiere hablar al corazón de su pueblo – así como a cada
uno de nosotros. “Te he creado a mi imagen y semejanza”, nos dice. “Yo mismo soy el
amor, y tú eres mi imagen en la medida en que en ti brilla el esplendor del amor,
en la medida en que me respondes con amor”. Dios nos espera. Él quiere ser amado por
nosotros: una llamada semejante, ¿no debería quizás tocar nuestro corazón?, se preguntó
el Papa: “Precisamente en este momento que celebramos la Eucaristía, en el que inauguramos
el Sínodo sobre la Eucaristía, Él nos sale al encuentro, sale a mi encuentro. ¿Encontrará
una respuesta? ¿O es que con nosotros ocurre como con la viña, de la que nos habla
Dios a través de Isaías: “Él esperó que produjera uva, pero ésta era uva selvática”?
¿No suele ser nuestra vida cristiana mas vinagre que vino? ¿Autocompasión, conflicto,
indiferencia?
De esta forma el Pontífice llegó al segundo pensamiento fundamental
de las lecturas, que hablaban de la bondad de la creación de Dios y de la grandeza
de la elección con la cual Él se acerca a nosotros y nos ama. Y también de del fracaso
del hombre. “Dios había plantado viñas muy seleccionadas y, sin embargo, había madurado
uva selvática. ¿En que consiste esta uva selvática? La uva selvática es más bien la
violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen gemir a la gente bajo
el yugo de la injusticia”.
El Santo Padre recordó cómo en el Evangelio “los
viñadores no quieren tener un dueño – y estos viñadores constituyen un espejo para
nosotros... Por supuesto, se puede echar al Hijo de la viña y matarlo, para saborear
egoístamente los frutos de la tierra. Pero entonces la viña se transformará en un
terreno devastado por los jabalíes, come nos dice el Salmo responsorial”.
Con
éste ejemplo bíblico el Papa abordaba el tercer elemento de las lecturas: el anuncio
del Señor, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, a la viña infiel del juicio.
“El juicio anunciado por el Señor Jesús, se refiere sobre todo a la destrucción de
Jerusalén en el año 70. Pero la amenaza del juicio también nos afecta a nosotros,
a la Iglesia en Europa, a Europa y Occidente en general. Con este Evangelio el Señor
grita también en nuestros oídos las palabras que en el Apocalipsis dirigió a la Iglesia
de Éfeso: “Iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero, si no te arrepientes”
(2,5).
Seguidamente Benedicto XVI se preguntaba si no había ninguna promesa,
ninguna palabra de consuelo en la lectura de la página evangélica de día. Respondiendo
el Papa dijo que la promesa existe, “la oímos en el versículo del Aleluya, tomado
del Evangelio de san Juan: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece
en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Jn 15,5). Con estas palabras del Señor, san
Juan nos explica el último, el verdadero final de la historia de la viña de Dios.
Dios no fracasa. Al final Él vence, vence el amor.
De la muerte del Hijo,
subrayó Benedicto XVI, brota la vida, se forma un nuevo edificio, una nueva viña.
Él, que en Caná cambió el agua en vino, ha transformado su sangre en el vino del verdadero
amor y, así, transforma el vino en su sangre. En el cenáculo ha anticipado su muerte
y la transforma en el don de sí mismo, en un acto de amor radical. Su sangre es don,
es amor, y por esto es el verdadero vino que el Creador esperaba. De esta manera Cristo
mismo se convierte en la vid y esta vid produce siempre buen fruto: para nosotros
la presencia de su amor es indestructible.
Así, estas parábolas desembocan
al final en el misterio de la Eucaristía, en la que el Señor nos dona el pan de la
vida y el vino de su amor y nos invita a la fiesta del amor eterno. En la santa Eucaristía
Él, desde la cruz, nos atrae a todos hacia Sí (Jn 12,32) y hace que nos convirtamos
en los sarmientos de la vid que es Él mismo. Si permanecemos unidos a Él, entonces
también nosotros produciremos frutos, y entonces ya no saldrá de nosotros el vinagre
de la autosuficiencia, del descontento de Dios y de su creación, sino el vino bueno
de la alegría en Dios y del amor al prójimo. Benedicto XVI finalizaba su homilía con
estas palabras refiriéndose al comienzo del Sínodo: “Roguemos al Señor para que nos
done su gracia, para que durante las tres semanas del Sínodo que estamos iniciando,
no sólo digamos cosas bellas sobre la Eucaristía, sino que sobre todo vivamos de su
fuerza. Invoquemos este don por medio de María, queridos Padres sinodales, a quienes
saludo con tanto afecto, junto a las distintas Comunidades de las que provienen y
que están aquí representadas, para que dóciles a la acción del Espíritu Santo podamos
ayudar al mundo a que se conviertan, en Cristo y con Cristo, en la vid fecunda de
Dios. Amén”.