Benedicto XVI recuerda que los pastores de la Iglesia en México han de prestar especial
atención a los desprotegidos y pobres
Jueves, 29 sep (RV).- Al finalizar la visita ad limina del IV grupo de obispos de
México – y reiterando la importancia de la transmisión del Evangelio de Cristo en
la sociedad contemporánea - Benedicto XVI ha recordado que los Pastores de la Iglesia
han de prestar una especial atención a los más desprotegidos y pobres; impulsando
la justicia solidaria en la sociedad, en la política y la economía; promoviendo una
fe sólida y madura; tutelando la dignidad de la mujer y de la familia; profundizando
en la pastoral de los jóvenes y atesorando la comunión cuya cumbre es la Eucaristía.
En
su denso discurso a los obispos de las provincias eclesiásticas mexicanas de Acapulco,
Antequera y Yucatán, que han cumplido su visita ad limina apostolorum, el Santo Padre
ha puesto de relieve que el encuentro de estos pastores con el Papa y con la Curia
Romana hace «patente y efectiva la comunión con la Sede de Pedro y la solicitud de
todos los Obispos por la Iglesia universal». Una vez más, Benedicto XVI ha destacado
que lo esencial del ministerio episcopal es «la unión personal con Cristo». Pues «Él
nos enseña que la vida plena no está en el éxito (cf. Mt 16,25), sino en el amor y
la entrega a los demás».
Insistiendo en que «la función episcopal de enseñar
consiste en la transmisión del Evangelio de Cristo, con sus valores morales y religiosos,
considerando las diversas realidades y aspiraciones que surgen en la sociedad contemporánea
- cuya situación deben conocer bien los Pastores-», el Papa ha puesto de relieve que
«es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las
posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no
creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados
en la naturaleza misma del ser humano» (Novo millennio ineunte, 51).
Al mismo
tiempo – ha señalado Benedicto XVI – «los pastores de la Iglesia en México han de
prestar una especial atención, como se hacía en las primeras comunidades cristianas,
a los grupos más desprotegidos y a los pobres»: «Ellos siguen siendo un amplio sector
de la población nacional, víctimas a veces de estructuras insuficientes e inaceptables.
Desde el Evangelio, la respuesta adecuada es promover la solidaridad y la paz, que
hagan realmente posible la justicia. Por eso la Iglesia trata de colaborar eficazmente
para erradicar cualquier forma de marginación, orientando a los cristianos a practicar
la justicia y el amor. En este sentido, animad a quienes disponen de más recursos
a compartirlos, como nos exhorta el mismo Cristo, con los hermanos más necesitados
(cf. Mt 25,35-40).
El Santo Padre ha indicado el camino no sólo para «aliviar
las necesidades más graves», sino para llegar a las raíces de la pobreza y de la marginación:
«Proponiendo medidas que den a las estructuras sociales, políticas y económicas una
configuración más ecuánime y solidaria. Así la caridad estará al servicio de la cultura,
de la política, de la economía y de la familia, convirtiéndose en cimiento de un auténtico
desarrollo humano y comunitario (cf. Novo millennio ineunte, 51).
Tras destacar
el espíritu religioso del pueblo mexicano, el gran aprecio de los fieles de México
por el Papa; así como la riqueza de culturas, historia y tradiciones, su alegría
y su profundo sentido de la fiesta, el Pontífice ha recordado también que «corresponde
a los Pastores orientar esta peculiaridad tan común en los fieles mexicanos hacia
una fe sólida y madura, capaz de modelar una conducta de vida coherente con lo que
se profesa con alegría. Ello avivará también el creciente impulso misionero de los
mexicanos».
Conociendo la realidad de México, «donde se manifiesta tantas veces
el “genio” de la mujer, que asegura una fina sensibilidad por el ser humano (cf. Mulieris
dignitatem, 30) en la familia, en las comunidades eclesiales, en la asistencia social
y en otros campos de la vida ciudadana», Benedicto XVI ha exhortado a afrontar el
desafío ante la paradoja que se da a veces «de una exaltación teórica y una depreciación
práctica o discriminatoria» de las mujeres: «Tomando ejemplo de la delicadeza y respeto
que Jesús mostró hacia ellas, sigue siendo un desafío de nuestro tiempo cambiar de
mentalidad, para que sean tratadas con plena dignidad en todos los ambientes y se
proteja también su insustituible misión de ser madres y primeras educadoras de los
hijos».
También en este discurso a los obispos mexicanos, el Santo Padre
ha insistido en la importante tarea de la pastoral con los jóvenes, afirmando textualmente
que «ellos, con sus preguntas e inquietudes y también con la alegría de su fe, siguen
siendo para nosotros un estímulo en nuestro ministerio». Ante el falso concepto de
que «comprometerse o tomar decisiones definitivas hace perder la libertad», el Papa
ha recomendado que «conviene recordarles, en cambio, que el hombre se hace libre cuando
se compromete incondicionalmente con la verdad y el bien. Sólo así es posible encontrar
un sentido a la vida y construir algo grande y duradero si tienen a Jesucristo como
centro de su existencia».
Discurso completo:
Queridos Hermanos
en el Episcopado:
Me complace recibiros con ocasión de la visita ad Limina,
saludaros a todos juntos y alentaros en la esperanza, tan necesaria para el ministerio
que generosamente ejercéis en las respectivas arquidiócesis y diócesis de las provincias
eclesiásticas de Acapulco, Antequera y Yucatán. Agradezco las palabras que me ha dirigido
el Señor Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, Arzobispo de Guadalajara, expresando vuestra
adhesión y sincero afecto. En esto reflejáis también el profundo espíritu religioso
del pueblo mexicano y el gran aprecio de vuestras comunidades por el Papa. Llevadles
mi saludo agradecido, recordando que las tengo muy presentes en la oración. Con
la peregrinación a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo habéis tenido oportunidad
de robustecer los lazos que unen vuestro ministerio a la misión encomendada por Cristo
a los Doce e inspiraros en su ejemplo de abnegada entrega a la evangelización de todos
los pueblos. En éste y los demás encuentros con la Curia Romana se hace patente y
efectiva la comunión con la Sede de Pedro y la solicitud de todos los Obispos por
la Iglesia universal (cf. Lumen gentium, 23). “El Hijo del Hombre no ha venido
para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). Con estas
palabras, el Señor nos ha enseñado cómo ejercer nuestra misión. De la íntima comunión
con Él brota espontáneamente la participación en su amor a los hombres, haciendo llevadero
incluso lo gravoso. Ella da alegría al servicio y lo hace fructificar. Lo esencial
de nuestro ministerio es, pues, la unión personal con Cristo. Él nos enseña que la
vida plena no está en el éxito (cf. Mt 16,25), sino en el amor y la entrega a los
demás. El que trabaja por Cristo sabe, además, que “uno siembra y el otro siega” (Jn
4,37). La función episcopal de enseñar consiste en la transmisión del Evangelio
de Cristo, con sus valores morales y religiosos, considerando las diversas realidades
y aspiraciones que surgen en la sociedad contemporánea, cuya situación deben conocer
bien los Pastores. “Es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente
los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata
de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender
los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano” (Novo millennio ineunte,
51). Al mismo tiempo, los Pastores de la Iglesia en México han de prestar una especial
atención, como se hacía en las primeras comunidades cristianas, a los grupos más desprotegidos
y a los pobres. Ellos siguen siendo un amplio sector de la población nacional, víctimas
a veces de estructuras insuficientes e inaceptables. Desde el Evangelio, la respuesta
adecuada es promover la solidaridad y la paz, que hagan realmente posible la justicia.
Por eso la Iglesia trata de colaborar eficazmente para erradicar cualquier forma de
marginación, orientando a los cristianos a practicar la justicia y el amor. En este
sentido, animad a quienes disponen de más recursos a compartirlos, como nos exhorta
el mismo Cristo, con los hermanos más necesitados (cf. Mt 25,35-40). Es necesario
no sólo aliviar las necesidades más graves, sino que se ha de ir a sus raíces, proponiendo
medidas que den a las estructuras sociales, políticas y económicas una configuración
más ecuánime y solidaria. Así la caridad estará al servicio de la cultura, de la política,
de la economía y de la familia, convirtiéndose en cimiento de un auténtico desarrollo
humano y comunitario (cf. Novo millennio ineunte, 51). El pueblo mexicano, rico
por sus culturas, historia, tradiciones y religiosidad, se caracteriza por su alegría
y un profundo sentido de la fiesta. Ésta es una de las muestras del júbilo cristiano
ya desde la primera evangelización, que da gran expresividad a las celebraciones y
manifestaciones de la religiosidad popular. Corresponde a los Pastores orientar esta
peculiaridad tan común en los fieles mexicanos hacia una fe sólida y madura, capaz
de modelar una conducta de vida coherente con lo que se profesa con alegría. Ello
avivará también el creciente impulso misionero de los mexicanos, que responden al
mandato del Señor: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19; cf.
Ecclesia in America, 74). En México, donde se manifiesta tantas veces el “genio”
de la mujer, que asegura una fina sensibilidad por el ser humano (cf. Mulieris dignitatem,
30) en la familia, en las comunidades eclesiales, en la asistencia social y en otros
campos de la vida ciudadana, se da a veces la paradoja de una exaltación teórica y
una depreciación práctica o discriminatoria de la misma. Por eso, tomando ejemplo
de la delicadeza y respeto que Jesús mostró hacia ellas, sigue siendo un desafío de
nuestro tiempo cambiar de mentalidad, para que sean tratadas con plena dignidad en
todos los ambientes y se proteja también su insustituible misión de ser madres y primeras
educadoras de los hijos. Además, hoy es una tarea importante la pastoral con los
jóvenes. Ellos, con sus preguntas e inquietudes y también con la alegría de su fe,
siguen siendo para nosotros un estímulo en nuestro ministerio. En muchos de ellos
existe el falso concepto de que comprometerse o tomar decisiones definitivas hace
perder la libertad. Conviene recordarles, en cambio, que el hombre se hace libre cuando
se compromete incondicionalmente con la verdad y el bien. Sólo así es posible encontrar
un sentido a la vida y construir algo grande y duradero si tienen a Jesucristo como
centro de su existencia. Os invito una vez más, queridos Hermanos, a caminar y
actuar concordes en un espíritu de comunión, que tiene su cumbre y su fuente inagotable
en la Eucaristía. México ha tenido la gracia de celebrar de manera solemne este gran
Sacramento durante el reciente Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara.
Estoy seguro de que este acontecimiento eclesial ha dejado profundas huellas en el
pueblo fiel, que conviene seguir manteniendo como un tesoro de fe celebrada y compartida.
Sed promotores y modelos de comunión. Así como la Iglesia es una, así también
el episcopado es uno, siendo el Papa, como afirma el Concilio Vaticano II, “el principio
y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre
de fieles” (Lumen gentium, 23). La comunión tiene también una enorme importancia pastoral,
pues las iniciativas apostólicas rebasan cada vez más los límites diocesanos y requieren
mayor colaboración, proyectos comunes y coordinación en un País tan extenso. En él
se acentúa la movilidad de la población y el incremento de grandes núcleos urbanos,
que requieren una evangelización metódica y capilar (cf. Ecclesia in America, 21). Queridos
Hermanos, antes de concluir este encuentro os aseguro mi profunda comunión en la oración
junto con mi firme esperanza en la renovación espiritual de vuestras diócesis. Encomiendo
todos estos deseos y también vuestro ministerio pastoral a la maternal intercesión
de Nuestra Señora de Guadalupe. Llevad mi afectuoso saludo a vuestros sacerdotes,
a los religiosos y religiosas, a los agentes de pastoral y a todos los fieles diocesanos.
A vosotros y a todos ellos imparto con gran afecto la Bendición Apostólica.