El Papa recibió las Cartas Credenciales del nuevo Embajador de México ante la Santa
Sede
Viernes, 23 sep (RV). Esta mañana, el Santo Padre Benedicto XVI ha recibido en Audiencia
al nuevo Embajador de México ante la Santa Sede, Luis Felipe Bravo Mena, con ocasión
de la presentación de su Cartas Credenciales, y le ha dirigido un discurso en el que
ha recordado que, desde que en 1992 se establecieron relaciones diplomáticas entre
México y la Santa Sede, se han producido notables avances, en un clima de mutuo respeto
y colaboración.
El Santo Padre ha puesto de relieve que un Estado democrático
laico es aquel que protege la práctica religiosa de sus ciudadanos, sin preferencias
ni rechazos. Y que, por otra parte, la Iglesia considera que en las sociedades modernas
y democráticas puede y debe haber plena libertad religiosa.
Respecto al creciente
laicismo, “que pretende reducir la vida religiosa de los ciudadanos a la esfera privada”,
el Santo Padre ha dicho también que el mensaje cristiano refuerza e ilumina los principios
básicos de toda convivencia, como el don sagrado de la vida, la dignidad de la persona
junto con la inviolabilidad de sus derechos, el valor irrenunciable del matrimonio
y de la familia, que no se puede equiparar ni confundir con otras formas de uniones
humanas.
En este sentido, el Pontífice ha subrayado que “la institución familiar
necesita un apoyo especial, porque en México, como en otros Países, va mermando progresivamente
su vitalidad y su papel fundamental, no sólo por los cambios culturales, sino también
por el fenómeno de la emigración, con las consiguientes y graves dificultades, sobre
todo para las mujeres, los niños y los jóvenes”.
En su discurso, Benedicto
XVI también ha dedicado una atención especial al grave problema del narcotráfico y,
a ese respecto, ha recordado que “no debe olvidarse que una de las raíces del problema
es la gran desigualdad económica, que no permite el justo desarrollo de una buena
parte de la población, llevando a muchos jóvenes a ser las primeras víctimas de las
adicciones, o bien atrayéndolos con la seducción del dinero fácil”.
Finalmente,
el Papa ha tenido unas palabras para los indígenas mexicanos: “Es preciso favorecer,
hoy más que nunca, su integración respetando sus costumbres y las formas de organización
de sus comunidades, lo cual les permita el desarrollo de su propia cultura y les haga
capaces de abrirse, sin renunciar a su identidad, a los desafíos del mundo globalizado”.
Por
su parte, el nuevo embajador mejicano ante la Santa Sede, Luís Felipe Bravo Mena,
nos resumió las preocupaciones que le expresó el Pontífice.
El embajador
destacó tambiénlos esfuerzos que está haciendo el gobierno Mejicano en su lucha contra
el narcotráfico.
Discurso
completo del Santo Padre Benedicto XVI al Embajador
Señor Embajador:
Me
complace recibirle en este acto en el que me presenta las Cartas que lo acreditan
como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de México ante la
Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida le agradezco las amables palabras que me
ha dirigido, así como el deferente saludo del Señor Presidente, Lic. Vicente Fox,
al que correspondo rogándole que le transmita mis mejores votos de paz y bienestar
para todo el pueblo mexicano.
Desde que en 1992 se establecieron relaciones
diplomáticas entre México y la Santa Sede, se han producido notables avances, en un
clima de mutuo respeto y colaboración, que han beneficiado a ambas partes. Esto anima
a seguir trabajando, desde la propia autonomía y las respectivas competencias, teniendo
como objetivo prioritario la promoción integral de las personas, que son ciudadanos
de la Nación y, la gran mayoría de ellos, hijos de la Iglesia católica.
En
este sentido, como usted ha puesto de relieve, un Estado democrático laico es aquel
que protege la práctica religiosa de sus ciudadanos, sin preferencias ni rechazos.
Por otra parte, la Iglesia considera que en las sociedades modernas y democráticas
puede y debe haber plena libertad religiosa. En un Estado laico son los ciudadanos
quienes, en el ejercicio de su libertad, dan un determinado sentido religioso a la
vida social. Además, un Estado moderno ha de servir y proteger la libertad de los
ciudadanos y también la práctica religiosa que ellos elijan, sin ningún tipo de restricción
o coacción, como lo han expresado muchos documentos del magisterio eclesiástico y,
recientemente, el Episcopado mexicano en el comunicado "Por una auténtica libertad
religiosa en México". "No se trata –se ha dicho- de un derecho de la Iglesia como
institución, se trata de un derecho humano de cada persona, de cada pueblo y de cada
nación" (10-8-2005).
Ante el creciente laicismo, que pretende reducir la vida
religiosa de los ciudadanos a la esfera privada, sin ninguna manifestación social
y pública, la Iglesia sabe muy bien que el mensaje cristiano refuerza e ilumina los
principios básicos de toda convivencia, como el don sagrado de la vida, la dignidad
de la persona junto con la igualdad e inviolabilidad de sus derechos, el valor irrenunciable
del matrimonio y de la familia que no se puede equiparar ni confundir con otras formas
de uniones humanas. La institución familiar necesita un apoyo especial, porque en
México, como en otros Países, va mermando progresivamente su vitalidad y su papel
fundamental, no sólo por los cambios culturales, sino también por el fenómeno de la
emigración, con las consiguientes y graves dificultades de diversa índole, sobre todo
para las mujeres, los niños y los jóvenes.
Una atención especial merece el
problema del narcotráfico, que causa un grave daño a la sociedad. A ese respecto,
hay que reconocer el esfuerzo continuo realizado hasta ahora por el Estado y algunas
organizaciones sociales en la lucha contra esta terrible plaga que afecta a la seguridad
y a la salud pública. No debe olvidarse que una de las raíces del problema es la gran
desigualdad económica, que no permite el justo desarrollo de una buena parte de la
población, llevando a muchos jóvenes a ser las primeras víctimas de las adicciones,
o bien atrayéndolos con la seducción del dinero fácil procedente del narcotráfico
y del crimen organizado. Por ello, es urgente que todos aúnen esfuerzos para erradicar
este mal mediante la difusión de los auténticos valores humanos y la construcción
de una verdadera cultura de la vida. La Iglesia ofrece toda su colaboración en este
campo
Al considerar la historia de México se constata la vasta pluralidad de
sus poblaciones indígenas, que durante siglos se han esforzado por conservar sus valores
y tradiciones ancestrales. Como expresó mi querido predecesor el Papa Juan Pablo II
en la canonización del indio Juan Diego en la Basílica de Guadalupe, "¡México necesita
a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!". En efecto, es preciso favorecer,
hoy más que nunca, su integración respetando sus costumbres y las formas de organización
de sus comunidades, lo cual les permita el desarrollo de su propia cultura y les haga
capaces de abrirse, sin renunciar a su identidad, a los desafíos del mundo globalizado.
Por ello, aliento a los responsables de las instituciones públicas a favorecer, desde
una efectiva igualdad de derechos, la participación activa de los pueblos indígenas
en la marcha y el progreso del País. Es una justa e irrenunciable aspiración, cuya
realización fundamentará la paz, que ha de ser fruto de la justicia.
No puedo
dejar de referirme también a las próximas elecciones del 2006, que representan una
oportunidad y un desafío para consolidar los significativos avances en la democratización
del País. Es de esperar que el proceso electoral contribuya a seguir fortaleciendo
el orden democrático, orientándolo decididamente hacia el desarrollo de políticas
inspiradas en el bien común y en la promoción integral de todos los ciudadanos, atendiendo
especialmente a los más débiles y desprotegidos. A ello se han referido los Obispos
de México en su Mensaje ante el inicio del proceso electoral. El título del mismo,
Fortalecer la democracia reconstruyendo la confianza ciudadana, indica muy bien las
necesidades de la hora presente.
Ciertamente, la actividad política en México
ha de continuar ejerciéndose como un servicio efectivo a la Nación, con el fin de
promover y garantizar las condiciones necesarias para que los ciudadanos puedan desarrollar
su vida en las mejores condiciones posibles. Se ha de fomentar el respeto a la verdad,
la voluntad de favorecer el bien general, la defensa de la libertad, la justicia y
la convivencia, en el marco del Estado de Derecho. Es largo el proceso a través del
cual los pueblos se ejercitan en la corresponsabilidad propia de la democracia. Por
ello son valiosos los esfuerzos gubernamentales, pero también los de tantas instituciones
civiles y religiosas, universidades y asociaciones, orientados a fomentar una cultura
de participación en la sociedad mexicana. La cohesión del tejido social se fortalece
también cuando se presentan altos objetivos a los pueblos y se ponen a su alcance
los medios para cumplirlos. Por eso, en el ámbito democrático, es urgente promover
la creación de centros de formación ética y política en los que se aprendan y asimilen
los derechos y deberes que incumben a cuantos quieren dedicarse al servicio de todos
los ciudadanos.
Señor Embajador, al concluir este grato encuentro renuevo a
usted y a su distinguida familia mi más cordial bienvenida, formulando los mejores
votos por el éxito de la misión que ahora inicia en beneficio de las buenas relaciones
existentes entre México y la Santa Sede. Pido fervientemente a Nuestra Señora de Guadalupe
que proteja al querido pueblo mexicano para que siga progresando por los caminos de
la solidaridad y de la paz.
Palabras del saludo del Embajador al Santo Padre
Su
Santidad Benedicto XVI:
Tengo el honor de presentarle las Cartas que me acreditan
como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de México ante la Santa Sede. Transmito
a Su Santidad un respetuoso saludo del Presidente Vicente Fox, reiterándole la felicitación
y parabienes que le expresó con motivo de su elección como Sumo Pontífice, así como
el aprecio que tiene por el Papa la gran mayoría del pueblo mexicano.
México,
al igual que la comunidad internacional, acompañó a la Santa Sede en los sensibles
momentos con motivo del fallecimiento de Su Santidad Juan Pablo II, quien tuvo innumerables
muestras de cariño hacia el pueblo mexicano, desplegadas generosamente durante los
veintiséis años de su pontificado, en el cual se establecieron las relaciones diplomáticas
entre México y la Santa Sede. La presencia del Presidente de México en los funerales
hizo patente el reconocimiento de nuestro país a la labor desempeñada por dicho Pontífice
para edificar un mundo de paz, justicia y solidaridad.
El inicio de mi gestión
como Embajador de México ante la Santa Sede coincide felizmente con el de su Pontificado
y con el decimotercer aniversario del establecimiento de las relaciones diplomáticas.
A lo largo de estos años, el deseo recíproco de construir una relación armoniosa,
ordenada, en beneficio de ambas partes y de la sociedad, ha logrado cristalizarse
en una interlocución fluida y respetuosa; en particular, en la conformación de una
agenda cada vez más rica que refrenda el dinamismo de nuestros contactos y la voluntad
política de fortalecerlos.
Los vínculos entre México y la Santa Sede se alimentan
de la creciente coincidencia de posiciones en el ámbito internacional en áreas tan
relevantes como la paz y la seguridad internacionales, la condena al terrorismo, la
cooperación internacional para el desarrollo, la solución pacífica de controversias
y la salvaguarda de la legalidad internacional. Igualmente importantes son las convergencias
en la búsqueda del progreso humano y de un desarrollo sustentable, así como la lucha
contra la pena de muerte, la defensa de los derechos de los grupos más vulnerables
de la sociedad, particularmente de los pueblos indígenas, los migrantes, los niños
y las mujeres, y en general la promoción y protección de todos los derechos humanos.
Estos
temas, de interés compartido, aportan una riqueza singular a la relación entre México
y la Santa Sede, estimulan el intercambio de ideas y nos llevan a procurar nuevas
formas de colaboración. Al igual que la Santa Sede, México busca promover y consolidar
un orden internacional justo, anclado en el respeto pleno de los derechos humanos;
hacer de las Naciones Unidas una organización más fuerte y verdaderamente representativa
de todos los Estados; crear las condiciones para el desarrollo y la prosperidad de
todos los pueblos en el espíritu de los objetivos de desarrollo del milenio; y buscar
el bienestar común de la humanidad.
Lo anterior requiere del compromiso constante
y de un diálogo constructivo sobre aquello que nos une tanto a los Estados como a
la pluralidad de naciones, culturas y civilizaciones, responsables, todos, de transformar
a nuestras sociedades.
En la consecución de las más altas aspiraciones de la
humanidad, las diversas confesiones religiosas tienen mucho que aportar conforme a
la misión que les es propia, en el marco del respeto al ejercicio legítimo de las
libertades y derechos de los ciudadanos en materia de culto y de conciencia, de los
cuales, en México, el Estado laico es garante y promotor.
El Gobierno de México
asume que los principios por los que abogamos en el plano internacional deben tener
su correspondencia en el ámbito interno. El talante humanista y democrático de las
instituciones públicas mexicanas determina sus permanentes esfuerzos por lograr la
justicia social y un desarrollo sustentable acorde a la dignidad inherente a la persona
humana.
Indicadores recientes revelan que el esfuerzo de los mexicanos por
alcanzar mejores niveles de desarrollo humano y reducir la pobreza está rindiendo
frutos, lo que estimula a nuestro pueblo y a sus instituciones a no desmayar frente
a los obstáculos y dificultades.
Como lo ha dicho Su Santidad en reciente mensaje,
México vive un proceso de transición. En este momento histórico, el reto de nuestra
nación es consolidar una democracia eficaz, en la que el pleno disfrute de las libertades
dentro del Estado de derecho, que abre márgenes para la amplia participación a todos
los mexicanos, se acompañe con la diligente gestión en el abatimiento de las desigualdades,
con mejores oportunidades de educación, salud, vivienda, empleo productivo y, sobre
todo, con una difundida conciencia de solidaridad.
Su Santidad, la construcción
histórica del Estado mexicano y su evolución democrática y pluralista contemporánea
es obra de todo el pueblo, que a través de varias generaciones y expresiones ha logrado
adecuar sus instituciones, reformándolas con prudencia para adaptarlas a los desafíos
que presenta cada tiempo. Gracias a ello hay tolerancia y respeto a la diversidad;
gracias a ello vivimos en paz y en un régimen de derecho.
Su elección como
Sumo Pontífice ha sido recibida con beneplácito en México, y confiamos en que bajo
su liderazgo nuestras relaciones continuarán fructificando. Su renovado empeño a favor
de la paz, la promoción del diálogo y la construcción de una sociedad de solidaridad,
coinciden con los principales baluartes del Estado mexicano y su objetivo de contribuir
a edificar un mundo mejor.
Es en este espíritu que deseo a Su Santidad el mayor
de los éxitos en su delicada y honrosa encomienda, a la vez que le reitero la plena
disposición del Gobierno de México para preservar la buena relación hoy existente
y propiciar que los lazos bilaterales sigan siendo provechosos y cada vez más intensos.
Asumo esta misión diplomática con el pleno compromiso de seguir fomentando la colaboración
entre la Santa Sede y México.