2005-09-14 18:35:12

Septiembre: Intención General del Papa para el Apostolado de la Oración


Miércoles, 15 sep (RV).- «Para que el derecho a la libertad religiosa sea reconocido por los gobiernos de todos los pueblos de la Tierra». Es la intención general que presenta el Santo Padre para el Apostolado de la Oración en este mes de septiembre.

Esta intención del Papa reitera la importancia de la Declaración del Concilio Vaticano II, Dignitatis Humanae, Sobre la Libertad Religiosa. «Los seres humanos tienen derecho a la libertad religiosa»... «El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de la ley divina, conciencia que tiene obligación de seguir fielmente en toda su actividad, para llegar a Dios, que es su fin. Por tanto, no se le puede forzar a obrar contra su conciencia. Ni tampoco se le puede impedir que obre según ella, principalmente en materia religiosa».

Porque «el ejercicio de la religión, por su propia índole, consiste, sobre todo, en los actos internos voluntarios y libres, por los que el hombre se relaciona directamente a Dios: actos de este género no pueden ser mandados ni prohibidos por una potestad meramente humana... Además, los actos religiosos con que los hombres, partiendo de su íntima convicción, se relacionan privada y públicamente con Dios, trascienden por su naturaleza el orden terrestre y temporal. Por consiguiente, la autoridad civil, cuyo fin propio es velar por el bien común temporal, debe reconocer y favorecer la vida religiosa de los ciudadanos; pero excede su competencia si pretende dirigir o impedir los actos religiosos».

Haciendo suyas las palabras de Juan Pablo II a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el pasado mes de enero, Benedicto XVI recuerda que «No hay que temer que la justa libertad religiosa sea un límite para las otras libertades o perjudique la convivencia civil. Al contrario, con la libertad religiosa se desarrolla y florece también cualquier otra libertad, porque la libertad es un bien indivisible y prerrogativa de la misma persona humana y de su dignidad... La Iglesia sabe distinguir bien - como es su deber - lo que es del César y lo que es de Dios (cf. Mt 22,21); coopera en el bien común de la sociedad, porque rechaza la mentira y educa para la verdad; condena el odio y el desprecio e invita a la fraternidad; promueve siempre por doquier – como es fácil reconocer por la historia – las obras de caridad, las ciencias y las artes. La Iglesia quiere solamente libertad para poder prestar un servicio válido de colaboración con todas las instancias públicas y privadas que se interesan por el bien del hombre» (10 enero 2005, 8).

Invitando a sus fieles a rezar por las intenciones del Santo Padre, el Apostolado de la Oración pone de relieve que «la Iglesia, que no puede dejar de proclamar y defender la dignidad de la persona humana en su integridad y apertura a la trascendencia divina, reclama poder disponer, de modo estable, del espacio indispensable y de los medios necesarios para cumplir su misión y su servicio humanista». En este sentido, y respetando las respectivas competencias, hay numerosos ámbitos en los que resulta conveniente establecer diversas formas de colaboración fecunda entre el Estado y la Iglesia con el fin de prestar un mejor servicio al desarrollo de las personas y promover un espíritu de convivencia en libertad y solidaridad, lo que redundará en beneficio de todos.


La Iglesia, señala sin cesar que la situación social no mejora aplicando exclusivamente medidas técnicas, sino que ha de ponerse atención sobre todo en la promoción de los valores, respetando la dimensión ética propia de la persona, de la familia y de la vida social. De este modo, será más fácil asegurar un desarrollo integral para todos los miembros de la comunidad nacional, basado en el respeto de sus derechos y libertades fundamentales, como es propio de un Estado de derecho.

Y la misma naturaleza social del hombre exige que éste manifieste externamente los actos internos de religión, que se comunique con otros en materia religiosa, que profese su religión de forma comunitaria. Se hace, pues, injuria al ser humano y al orden que Dios ha establecido para los hombres, si, quedando a salvo el justo orden público, se niega al hombre el libre ejercicio de la religión en la sociedad.







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