Viernes, 9 sep
(RV).- Hoy dedicaremos nuestro programa a la autoridad de los padres, solo valorada
a partir del ejemplo y el reconocimiento de sus hijos, y muy lejos de la imposición
que en otras épocas se manejaba. Autoridad, reconocimiento y poder, son los temas
de nuestras reflexiones.
Uno de los mayores desafíos que enfrentamos los padres
actualmente es el de formar a los hijos en una familia en la cual la organización
jerárquica, el ejercicio del poder, es muy distinta a aquella en que crecimos. Los
días en los cuales los niños les obedecían a los adultos por el sólo hecho de ser
mayores, por el sólo hecho de tener el poder, quedaron atrás.
En la actualidad,
el concepto de democracia está presente también en las familias, en las que se pregona
la igualdad de todos los miembros. La estructura de mando en la sociedad –y por ende
en la familia- ya no es de superiores a inferiores, es decir, ya no es vertical y
unidireccional, sino de igual a igual, horizontal. Esto significa que debemos ganarnos
la autoridad, no sólo por ser personas dignas de admiración y respeto, sino porque
debemos ser las más autorizadas e idóneas en el proceso de formación de nuestros hijos.
La
pregunta es entonces si como padres somos una verdadera autoridad en la crianza de
los niños y si les inspiramos confianza. No cabe duda de que los niños se dan cuenta
cuando caemos en contradicciones, cuando usamos la imposición para defender nuestros
puntos de vista, sin tener la autoridad moral de guiarlos como padres.
Como
padres debemos conocer bien las etapas por las que atraviesa cada uno de nuestros
hijos, saber lo que necesitan en cada uno de estos momentos, sus demandas físicas
y mentales para que puedan tener un equilibrio mental, emocional y físico.
Este
conocimiento de las necesidades y procesos que desarrollan nuestros hijos en cada
etapa nos ayuda no sólo a brindarles una mejor orientación, sino que además nos permite
estar preparados para sus necesidades y estar atentos a todo lo que reciben desde
diversas fuentes. Por ejemplo, ¿qué sabemos acerca de la música y los programas radiales
que escuchan? ¿Qué mensaje les están dejando sus contenidos? ¿Qué explicación podríamos
darles a nuestros hijos acerca de la razón por la que las niñas están sufriendo de
trastornos alimenticios y qué podemos hacer para que no sean víctimas de este problema?
¿Podemos orientarlos en lo que necesitan para establecer relaciones de pareja amables
y duraderas? ¿Y sabemos cómo disciplinarlos para que nos obedezcan por convicción
y no por temor? Son múltiples las preguntas que se ciernen hoy entorno a la formación
de los hijos.
Ser una autoridad implica también ser un ejemplo de todo lo que
queremos ver en los hijos. Es importante revisar nuestras conductas y actitudes, y
asegurarnos que con nuestro proceder les estamos enseñando a ser responsables, honestos,
respetuosos, correctos, generosos. Sólo nuestra congruencia entre lo que decimos y
hacemos como padres, profesionales y seres humanos les hará confiar en nosotros, y
nos dará la credibilidad necesaria para ser una autoridad frente a nuestros hijos.
La
fuerza de nuestra autoridad no está en el poder para someter a los hijos. Radica en
la admiración que les inspiren nuestra conducta, confianza e idoneidad en el manejo
de los asuntos que atañen a la familia, de tal manera que nos haga figuras dignas
de escuchar y emular.