Viernes, 5 ago (RV).-
La confianza y la desconfianza. Estos son sin lugar a dudas dos sentimientos que están
en el centro del amor y la prosperidad, pero que por muchas situaciones de la vida
moderna, hoy operan de manera limitada pues la desconfianza es nuestra arma contra
el miedo, llegando a niveles delicados que no permiten el florecimiento de sentimientos
de confianza para poder crecer y fortalecernos como sociedad.
Los lazos de
confianza permiten acercamientos, construcción, entendimiento y comprensión. Sin embargo,
cada vez más la cultura del individualismo en la que vivimos, la tendencia a la supremacía
de las libertades, hacen que la desconfianza termine por imponerse en nuestras vidas
cotidianas, y esto como una forma de defensa prioritaria. Por ello, no es extraño
que una familia consciente y responsable advierta a sus hijos que no les hablen a
los extraños, como si se creyera que no queda remedio distinto a enseñar la desconfianza.
El
dicho popular “Piensa mal y acertarás”, viene haciendo carrera en nuestras sociedades.
La violencia cotidiana, las experiencias de engaño, el secuestro, el robo de niños,
los actos de delincuencia común y un sinnúmero de situaciones que suceden en nuestros
contextos sociales y que no necesariamente pueden habernos ocurrido en primera persona,
marcan un relato de miedo y temor constante en todas las personas, cuyo único recurso
es la desconfianza, porque este sentimiento opera como nuestra defensa, nuestra forma
de anestesiarnos frente a las constantes situaciones de dolor.
Podemos reconocer,
con valor y con amor, que no estamos aislados; que, al contrario, estamos conectados
en un destino común; que lo que le sucede a cualquier ser humano tiene consecuencias
en toda la humanidad; que ninguna bondad es trivial y que, más aún, cualquier acción,
por sencilla que sea, que teja la confianza entre las personas, queda inscrita en
la historia de la especie.
La confianza es ese sentimiento que nos permite
desarrollarnos como seres humanos en grupos sociales, es lo que permite interactuar
y unir esfuerzos en pos de intereses comunes. La confianza es el motor del trabajo
en común, de los proyectos y sueños comunes, y esto es válido para las relaciones
de pareja, las relaciones en la familia, entre grupos e incluso entre estados y naciones.
Lamentablemente la modernidad nos ha traído estos sin sabores. Estamos, en realidad,
en un círculo vicioso: confiar se convirtió en una experiencia escasa, porque nos
hemos acostumbrado a presumir la traición y la agresión; y, al mismo tiempo, como
en un mundo competitivo se aprueban las dinámicas del poder, la agresión y la traición,
entonces desconfiamos.
Es natural y normal que todos aspiremos a ser tratados
con cariño y respeto; que anhelemos que nuestras debilidades y fragilidades despierten
consideración y solidaridad en los demás. Sabemos que lo más valioso de la vida social
surge cuando podemos construir la confianza gracias a que las experiencias de los
otros nos comprometen y, a su vez, que las nuestras tocan el alma de los demás.
Más
aún, para nadie es un secreto que la abundancia y la prosperidad de un país tienen
que ver con la confianza en las instituciones económicas; que el compromiso de los
trabajadores con su empresa se relaciona con la confianza en las bondades de la organización;
que la estabilidad de una relación afectiva es, también, directamente proporcional
a la confianza. Sin embargo hemos creado todo un sistema cultural y social, donde
nos domina la desconfianza.