2005-08-06 18:13:04

Reflexiones en familia


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Viernes, 5 ago (RV).- La confianza y la desconfianza. Estos son sin lugar a dudas dos sentimientos que están en el centro del amor y la prosperidad, pero que por muchas situaciones de la vida moderna, hoy operan de manera limitada pues la desconfianza es nuestra arma contra el miedo, llegando a niveles delicados que no permiten el florecimiento de sentimientos de confianza para poder crecer y fortalecernos como sociedad.

Los lazos de confianza permiten acercamientos, construcción, entendimiento y comprensión. Sin embargo, cada vez más la cultura del individualismo en la que vivimos, la tendencia a la supremacía de las libertades, hacen que la desconfianza termine por imponerse en nuestras vidas cotidianas, y esto como una forma de defensa prioritaria. Por ello, no es extraño que una familia consciente y responsable advierta a sus hijos que no les hablen a los extraños, como si se creyera que no queda remedio distinto a enseñar la desconfianza.

El dicho popular “Piensa mal y acertarás”, viene haciendo carrera en nuestras sociedades. La violencia cotidiana, las experiencias de engaño, el secuestro, el robo de niños, los actos de delincuencia común y un sinnúmero de situaciones que suceden en nuestros contextos sociales y que no necesariamente pueden habernos ocurrido en primera persona, marcan un relato de miedo y temor constante en todas las personas, cuyo único recurso es la desconfianza, porque este sentimiento opera como nuestra defensa, nuestra forma de anestesiarnos frente a las constantes situaciones de dolor.

Podemos reconocer, con valor y con amor, que no estamos aislados; que, al contrario, estamos conectados en un destino común; que lo que le sucede a cualquier ser humano tiene consecuencias en toda la humanidad; que ninguna bondad es trivial y que, más aún, cualquier acción, por sencilla que sea, que teja la confianza entre las personas, queda inscrita en la historia de la especie.

La confianza es ese sentimiento que nos permite desarrollarnos como seres humanos en grupos sociales, es lo que permite interactuar y unir esfuerzos en pos de intereses comunes. La confianza es el motor del trabajo en común, de los proyectos y sueños comunes, y esto es válido para las relaciones de pareja, las relaciones en la familia, entre grupos e incluso entre estados y naciones. Lamentablemente la modernidad nos ha traído estos sin sabores. Estamos, en realidad, en un círculo vicioso: confiar se convirtió en una experiencia escasa, porque nos hemos acostumbrado a presumir la traición y la agresión; y, al mismo tiempo, como en un mundo competitivo se aprueban las dinámicas del poder, la agresión y la traición, entonces desconfiamos.

Es natural y normal que todos aspiremos a ser tratados con cariño y respeto; que anhelemos que nuestras debilidades y fragilidades despierten consideración y solidaridad en los demás. Sabemos que lo más valioso de la vida social surge cuando podemos construir la confianza gracias a que las experiencias de los otros nos comprometen y, a su vez, que las nuestras tocan el alma de los demás.

Más aún, para nadie es un secreto que la abundancia y la prosperidad de un país tienen que ver con la confianza en las instituciones económicas; que el compromiso de los trabajadores con su empresa se relaciona con la confianza en las bondades de la organización; que la estabilidad de una relación afectiva es, también, directamente proporcional a la confianza. Sin embargo hemos creado todo un sistema cultural y social, donde nos domina la desconfianza.

Textos: Alma García. Locución: Alina Tufani.







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