Jueves, 21 jul (RV).- «Te encomiendo el santo icono de la Madre de Dios de Kazan.
Entrégalo en las manos de nuestro hermano el Patriarca Alejo II y, a través de él,
a la santa Iglesia ortodoxa rusa y a todo el pueblo ruso». Con estas conmovedoras
palabras, el 25 de agosto de 2004, el Siervo de Dios Juan Pablo II encomendaba al
cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la
unidad de los cristianos, la imagen de la Virgen que hoy ha sido colocada en la catedral
de esta ciudad rusa.
«¡Oh ferviente Abogada, Madre de Dios de Kazan, regresa a los hermanos y hermanas
de la santa Rusia, mensajera de comunión y de paz, de bendiciones celestes y de prosperidad!
Amén». Cómo no recordar también este ruego de Papa Wojtyla, en la solemne celebración
de la Palabra durante la cual tuvo lugar la entrega de este icono, que estaba a punto
de emprender su viaje de regreso a Rusia, de donde había partido un día lejano
Después de atravesar diversos países y de detenerse durante largo tiempo en el santuario
de Fátima, en Portugal, hace más de diez años llegó providencialmente a la casa del
Papa, como explicaba asimismo Juan Pablo II, destacando luego textualmente: «desde
entonces ha estado conmigo y ha acompañado con mirada maternal mi servicio diario
a la Iglesia. ¡Cuántas veces, desde aquel día, he invocado a la Madre de Dios de Kazan,
pidiéndole que proteja y guíe al pueblo ruso, que le tiene tanta devoción, y que apresure
el momento en que todos los discípulos de su Hijo, reconociéndose hermanos, restablezcan
plenamente la unidad rota!».
«Esta antigua imagen de la Madre del Señor expresará a Su Santidad Alejo II y al venerado
Sínodo de la Iglesia ortodoxa rusa el afecto que el Sucesor de Pedro siente por ellos
y por todos los fieles que les han sido encomendados», deseó también Juan Pablo II,
destacando que «expresará su estima por la gran tradición espiritual que conserva
la santa Iglesia rusa. Expresará el deseo y el firme propósito del Papa de Roma de
avanzar juntamente con ellos por el camino del conocimiento mutuo y de la reconciliación,
para apresurar el día de la unidad plena de los creyentes por la que nuestro Señor
Jesucristo oró ardientemente (cf. Jn 17, 20-22)».