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Viernes, 1 jul (RV).- En nuestras reflexiones de hoy hablaremos del amor posesivo,
de esa creencia de que el amor nos autoriza a saberlo todo, controlarlo todo, decirlo
todo respecto a la persona que amamos, anulando completamente su individualidad, y
esto ocurre tanto con nuestras parejas como con nuestros hijos, el amor que sentimos
por ellos nos lleva a creer que nos pertenecen.
Tal vez nuestras costumbres de poseerlo todo han desvirtuado los vínculos afectivos
convirtiéndolos en relaciones de dominio, creando situaciones que van desde la dependencia
hasta el abuso sexual y las violaciones; desde el maltrato e incluso hasta el asesinato.
Culturalmente tenemos muchos elementos que no favorecen el amor sano, libre, responsable,
basado en principios de verdad y respeto. Muchas personas consideran realmente que
el amor o el hecho de amar a alguien es poseerlo. Y este sentimiento de posesión puede
expresarse de múltiples maneras: aquellas personas que controlan todo el día los movimientos
de su ser amado, sea su pareja o sus hijos, que necesitan saber todo, absolutamente
todo de la otra persona: con quien se relacionan, las decisiones que toman, las rutinas
que tienen, las llamadas que hace, lo que come, los temas que aborda, etc. Etc. Incluso
los celos, por ejemplo en ciertos círculos culturales se siguen considerando no sólo
normales sino, además, señales inequívocas del verdadero amor.
Y es que, desde el punto de vista lógico, sabemos que una cosa es amar y otra muy
distinta poseer. Pero en la vida cotidiana no siempre los distinguimos. Con frecuencia
las personas relatan que cuando sus parejas hablan de querer libertad sienten celos,
y la sola idea altera y destroza su tranquilidad interior. Imaginan que su amado o
amada se va a ir con otro.
Los sentimientos de celos hacen ver señales de traición en las conversaciones más
sencillas, las risas en el teléfono confirman las sospechas, la ropa nueva o el gimnasio
hablan de la indudable presencia del amante. Los celosos sólo se disipan en la presencia
del amado pero, lo más grave, no hay felicidad, pues lo esperado es que al establecer
un vínculo amoroso, se adquiere el derecho al dominio de los sentimientos y del tiempo
del otro.
En esos escenarios es usual que surjan conflictos cada vez que la pareja exprese algún
deseo de independencia, incluso el de pensar o sentir algo con lo que el cónyuge no
esté de acuerdo. Y, por supuesto, pueden llegar a ser muy graves si se trata de tener
amigos o amigas que el celoso o la celosa no aprueben, pues el control sobre las relaciones
que puedan poner en riesgo el vínculo, se considera un derecho.
Es claro que el amor posesivo, con la pareja o con los hijos, lo único que refleja
es una gran inseguridad, un gran miedo a perder el amor, y por eso asume que el amor
es una obligación. Desde este punto de vista, es casi imposible pensar que el respeto
a la dignidad mutua se constituya en el fundamento de la relación, y la libertad se
instaure como la esencia del proceso amoroso.
Amar nos habla de cuidar al otro para que crezca y sea libre. En cambio, poseer nos
invoca a declarar dominio, a ostentar el derecho de usarle en beneficio propio. Los
celos son, entonces, la dolorosa emoción que transforma el amor en posesión, son el
escenario en el que el temor de perder al amado nos conduce, inevitablemente, a la
muerte de la relación.
Sólo si nos atrevernos a cuidar la libertad del amado podremos lograr que nuestros
vínculos afectivos cuenten historias en las que los protagonistas sean el amor, la
independencia, la sexualidad consentida pero, sobre todo, el respeto a la vida.
Textos: Alma García
Locución: Alina Tufani Díaz