2005-06-23 12:08:41

En Solidaridad con el Mundo. Temas en torno a la Doctrina Social de la Iglesia


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Jueves, 23 jun (RV).- Hemos iniciado este ciclo de encuentros ocupándonos del libro Compendio de la Doctrina social de la Iglesia; este trabajo inicia hablándonos de la Encíclica Rerum Novarum, bajo el pontificado de León XIII. Era el año 1891. Ahora nos encontramos unos 70 años después, en pleno pontificado de Pablo VI, el cual en 1967 instituye la Pontificia Comisión “Iustitia et Pax”, cumpliendo un deseo de los Padres conciliares, que consideraban “muy oportuno que se cree un organismo universal de la Iglesia que tenga como función estimular a la comunidad católica para promover el desarrollo de los países pobres y la justicia social internacional”. Por iniciativa de Pablo VI, a partir de 1968, la Iglesia celebra el primer día del año la Jornada mundial de la paz. A comienzos de los años setenta, Pablo VI retoma la enseñanza social de León XIII y la actualiza, con ocasión del octogésimo aniversario de la “Rerum Novarum”, en la Carta apostólica “Octogesima Adveniens” (14 de mayo de 1971). El Papa reflexiona sobre la sociedad post-industrial con todos sus complejos problemas: la urbanización, la condición juvenil, la situación de la mujer, la desocupación, las discriminaciones, la emigración, el incremento demográfico, el medio ambiente.

Al cumplirse los noventa años de la Rerum Novarum, Juan Pablo II dedica la Encíclica “Laborem Exercens” (14 de septiembre de 1981), la cual delinea una espiritualidad y una ética del trabajo en el contexto de una profunda reflexión teológica y filosófica. El trabajo es un bien fundamental para la persona, factor primario de la actividad económica y clave de toda la cuestión social. Con la Encíclica “Sollicitudo rei socialis” (30 de diciembre de 1987), Juan Pablo II conmemora el vigésimo aniversario de la “Populorum Progressio” y trata nuevamente el tema del desarrollo bajo un doble aspecto: en el primero, la situación dramática del mundo contemporáneo, bajo el perfil del desarrollo fallido del tercer mundo, y en el segundo, el sentido, las condiciones y las exigencias de un desarrollo digno del hombre.

En el centenario de la “Rerum Novarum”, Juan Pablo II promulga su tercera Encíclica social, la “Centesimus Annus” (1 de mayo de 1991), en la cual pone en evidencia cómo la enseñanza social de la Iglesia avanza sobre el eje de la reciprocidad entre Dios y el hombre: reconocer a Dios en cada hombre y cada hombre en Dios es la condición de un auténtico desarrollo humano.

El articulado y profundo análisis de la “res novae”, y especialmente del gran cambio de 1989, con la caída del sistema soviético, manifiesta un aprecio por la democracia y por la economía libre, en el marco de una indispensable solidaridad. Los documentos aquí evocados constituyen los hitos principales del camino de la doctrina social desde los tiempos de León XIII hasta nuestros días. El presente texto se compone de 12 capítulos. Del primero al tercero, trata del curso cronológico de los principales documentos que conforman la Doctrina Social de la Iglesia. A partir del cuarto capítulo, son tratados en modo específico los temas o problemáticas que han inspirado a los estudiosos de tales documentos.

La persona humana y sus derechos. La Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo; el hombre, comprendido en su realidad histórica concreta, representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica y toda la doctrina social se desarrolla, en efecto, a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana. La relación entre Dios y el hombre se refleja en la dimensión relacional y social de la naturaleza humana; el hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor, no solo porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino, más profundamente aún, porque el dinamismo de reciprocidad que anima el “nosotros” de la pareja humana, es imagen de Dios.

El drama del pecado. El misterio del pecado comporta una doble herida: la que el pecador abre en su proprio flanco y en su relación con el prójimo. Por ello, se puede hablar de pecado personal y social; algunos pecados constituyen, por su objeto mismo, una agresión directa al prójimo. Estos pecados, en particular, se califican como pecados sociales. Las consecuencias del pecado alimentan las estructuras del pecado. Estas tienen su raíz en el pecado personal y, por tanto, están siempre relacionadas con los actos concretos de las personas que los originan, los consolidan y los hacen difíciles de eliminar. La doctrina del pecado original, que enseña la universalidad del pecado, tiene una importancia fundamental. Esta doctrina induce al hombre a no permanecer en la culpa y a no tomarla a la ligera buscando siempre justificaciones a sus faltas. Se trata de una enseñanza que desenmascara tales engaños.

Hemos llegado así al final de nuestro tercer encuentro, en el que estamos haciendo un resumen de este interesantísimo texto: Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, una publicación del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. Hasta la próxima.

Textos y locución: Augusto Garay







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