En Solidaridad con el Mundo. Temas en torno a la Doctrina Social de la Iglesia
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Jueves, 23 jun (RV).-
Hemos iniciado este ciclo de encuentros ocupándonos del libro Compendio de la Doctrina
social de la Iglesia; este trabajo inicia hablándonos de la Encíclica Rerum Novarum,
bajo el pontificado de León XIII. Era el año 1891. Ahora nos encontramos unos 70 años
después, en pleno pontificado de Pablo VI, el cual en 1967 instituye la Pontificia
Comisión “Iustitia et Pax”, cumpliendo un deseo de los Padres conciliares, que consideraban
“muy oportuno que se cree un organismo universal de la Iglesia que tenga como función
estimular a la comunidad católica para promover el desarrollo de los países pobres
y la justicia social internacional”. Por iniciativa de Pablo VI, a partir de 1968,
la Iglesia celebra el primer día del año la Jornada mundial de la paz. A comienzos
de los años setenta, Pablo VI retoma la enseñanza social de León XIII y la actualiza,
con ocasión del octogésimo aniversario de la “Rerum Novarum”, en la Carta apostólica
“Octogesima Adveniens” (14 de mayo de 1971). El Papa reflexiona sobre la sociedad
post-industrial con todos sus complejos problemas: la urbanización, la condición juvenil,
la situación de la mujer, la desocupación, las discriminaciones, la emigración, el
incremento demográfico, el medio ambiente.
Al cumplirse los noventa años de
la Rerum Novarum, Juan Pablo II dedica la Encíclica “Laborem Exercens” (14 de septiembre
de 1981), la cual delinea una espiritualidad y una ética del trabajo en el contexto
de una profunda reflexión teológica y filosófica. El trabajo es un bien fundamental
para la persona, factor primario de la actividad económica y clave de toda la cuestión
social. Con la Encíclica “Sollicitudo rei socialis” (30 de diciembre de 1987), Juan
Pablo II conmemora el vigésimo aniversario de la “Populorum Progressio” y trata nuevamente
el tema del desarrollo bajo un doble aspecto: en el primero, la situación dramática
del mundo contemporáneo, bajo el perfil del desarrollo fallido del tercer mundo, y
en el segundo, el sentido, las condiciones y las exigencias de un desarrollo digno
del hombre.
En el centenario de la “Rerum Novarum”, Juan Pablo II promulga
su tercera Encíclica social, la “Centesimus Annus” (1 de mayo de 1991), en la cual
pone en evidencia cómo la enseñanza social de la Iglesia avanza sobre el eje de la
reciprocidad entre Dios y el hombre: reconocer a Dios en cada hombre y cada hombre
en Dios es la condición de un auténtico desarrollo humano.
El articulado y
profundo análisis de la “res novae”, y especialmente del gran cambio de 1989, con
la caída del sistema soviético, manifiesta un aprecio por la democracia y por la economía
libre, en el marco de una indispensable solidaridad. Los documentos aquí evocados
constituyen los hitos principales del camino de la doctrina social desde los tiempos
de León XIII hasta nuestros días. El presente texto se compone de 12 capítulos. Del
primero al tercero, trata del curso cronológico de los principales documentos que
conforman la Doctrina Social de la Iglesia. A partir del cuarto capítulo, son tratados
en modo específico los temas o problemáticas que han inspirado a los estudiosos de
tales documentos.
La persona humana y sus derechos. La Iglesia ve en el hombre,
en cada hombre, la imagen viva de Dios mismo; el hombre, comprendido en su realidad
histórica concreta, representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica
y toda la doctrina social se desarrolla, en efecto, a partir del principio que afirma
la inviolable dignidad de la persona humana. La relación entre Dios y el hombre se
refleja en la dimensión relacional y social de la naturaleza humana; el hombre y la
mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor, no solo porque ambos, en su diversidad,
son imagen de Dios, sino, más profundamente aún, porque el dinamismo de reciprocidad
que anima el “nosotros” de la pareja humana, es imagen de Dios.
El drama del
pecado. El misterio del pecado comporta una doble herida: la que el pecador abre en
su proprio flanco y en su relación con el prójimo. Por ello, se puede hablar de pecado
personal y social; algunos pecados constituyen, por su objeto mismo, una agresión
directa al prójimo. Estos pecados, en particular, se califican como pecados sociales.
Las consecuencias del pecado alimentan las estructuras del pecado. Estas tienen su
raíz en el pecado personal y, por tanto, están siempre relacionadas con los actos
concretos de las personas que los originan, los consolidan y los hacen difíciles de
eliminar. La doctrina del pecado original, que enseña la universalidad del pecado,
tiene una importancia fundamental. Esta doctrina induce al hombre a no permanecer
en la culpa y a no tomarla a la ligera buscando siempre justificaciones a sus faltas.
Se trata de una enseñanza que desenmascara tales engaños.
Hemos llegado así
al final de nuestro tercer encuentro, en el que estamos haciendo un resumen de este
interesantísimo texto: Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, una publicación
del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”. Hasta la próxima.