Viernes, 10 jun (RV).- Hoy queremos reflexionar sobre la televisión
y los niños, pues mucho se habla tanto en círculos académicos como en los diarios
y el común de la gente que la televisión cada vez es más abierta a imágenes de violencia,
sexo, e historias fantasiosas que llegan a afectar a los niños, sobre todo a los más
pequeños que en ocasiones no alcanzan a diferenciar lo real y lo fantástico. Ello
sin entrar a plantear el imaginario de marcas y estilos de vida que se difunden a
través de los medios masivos, particularmente la televisión, llegando a afectar fuertemente
la identidad de los niños y adolescentes.
La Academia Americana de Pediatría
fue la cuarta de seis de las asociaciones médicas profesionales más prestigiosas de
los Estados Unidos que durante el último año del siglo que terminó se unieron a la
iniciativa de emitir un comunicado oficial recomendando que los niños menores de 2
años nunca vean televisión y que ningún niño, cualquiera que sea su edad, tenga televisor
en su habitación.
Los perjuicios ocasionados por la violencia, el terror o
el sexo explícito que se le adjudican a la televisión no fueron la única razón para
tan drástica recomendación. Los miembros de la Academia basaron su recomendación en
el conocimiento que tienen “sobre lo que necesitan los bebés para su adecuado desarrollo
emocional y mental, como es una interacción muy estrecha con los adultos a su alrededor”.
En
efecto, cuando a un bebé se le sienta frente al televisor, así sea a ver un programa
inocente, las personas que lo rodean no interactúan con él. Por el contrario, cuando
el pequeño está jugando con algo o simplemente atento a lo que ocurre en su entorno,
quienes están a su lado a menudo le hacen gestos cariñosos, le hablan, tocan y de
alguna forma se comunican con él. Y esta comunicación es un estímulo afectivo vital
para su desarrollo y esencial en sus futuras relaciones interpersonales.
Por
exagerada que parezca la recomendación de las mencionadas instituciones médicas, no
es para nada exagerado asegurar a los niños una gran cantidad de afecto y atención
personal de sus padres y otros adultos importantes en su vida, sobre todo en los primeros
años, cuando es tan vital para el bienestar emocional de los niños.
Pero en
el actual estilo de vida, desde los primeros años de infancia nuestra presencia se
sustituye dándoles cosas y “conectándolos” a toda suerte de aparatos para mantenerlos
callados y entretenidos. De esta manera, desde bebés aprenden a aislarse y a vivir
conectados al televisor, luego al “walkman”, juegos electrónicos, computadores y otras
máquinas que en muchas ocasiones sirven de sedante para sus carencias afectivas, lo
que a su vez les impide aprender a establecer relaciones afectivas importantes con
sus semejantes.
En estas circunstancias, los niños carecen de suficientes
oportunidades para vincularse con otras personas, y del estimulo emocional y mental
que esto les brinda. Los seres humanos necesitamos algo que los aparatos o la tecnología
no tienen: por ejemplo amistad, respeto y amor.
Sentir el amor de los padres,
genera en los hijos una mayor autoestima, pues los hace sentir seres valiosos; saberse
amados les permite confiar en los demás seres humanos y en el mundo que les rodea.
Lamentablemente, una inmensa cantidad de niños crece en hogares llenos de aparatos
pero faltos de lo que más precisan: calor humano, cariño, ternura. Es decir, carentes
del amor de sus semejantes.