2005-06-01 16:14:18

Audiencia general: “el poder, la riqueza, el prestigio no responden a la sed de nuestro corazón”


Miércoles, 1 jun (RV).- Benedicto XVI ha centrado la catequesis de la Audiencia General en el Himno cristológico de la Carta a los filipenses. Un himno breve, pero denso, en el que queda reflejado el despojo paradoxal del Verbo divino, que depone su gloria y asume la condición humana. Un himno donde Cristo encarnado y humillado por la muerte más infame, la de la crucifixión, es propuesto como modelo de vida para el cristiano. Éste, de hecho, como se afirma en el contexto, debe tener los mismos sentimientos de una vida en Cristo Jesús. Sentimientos de humildad y de entrega de desprendimiento y de generosidad.

Ciertamente, Cristo posee la naturaleza divina en todas sus prerrogativas, pero esta realidad trascendente no es interpretada ni vivida como instrumento de poder, de grandeza o de dominio. Cristo no usa su poder divino, su dignidad gloriosa, ni su potencia como instrumento de triunfo, signo de distancia, o expresión de aplastante supremacía. Al contrario, Él se despoja, se vacía de sí mismo, sumergiéndose sin reservas en la mísera y débil condición humana. La “forma” divina se esconde en Cristo bajo la “forma” humana, es decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, la pobreza y por el límite de la muerte.

No se trata de un simple revestimiento, de una apariencia cambiante, como se pensaba que ocurría a las divinidades de la cultura greco-romana, sino que la de Cristo es la realidad divina en una experiencia auténticamente humana. Él es verdaderamente “el Dios-con-nosotros” que no se limita mirarnos con ojos complacientes desde el trono de su gloria, sino que se encarna personalmente en la historia humana, convirtiéndose en “carne”, es decir, en realidad frágil, condicionada por el tiempo y el espacio.

Este compartir radical de la condición humana, excluido el pecado, conduce a Jesús hasta aquella frontera que es el signo de nuestro límite y caducidad: la muerte. Ésta no es, sin embargo, fruto de un mecanismo oscuro o de una ciega fatalidad: sino que nace de la elección de obediencia al designio de salvación del Padre. El Apóstol añade que la muerte, a la que Jesús se dirige, es la de la cruz, es decir, la más degradante, queriendo indicar de esta manera, que es verdaderamente hermano de todo hombre y de toda mujer, obligados a un fin atroz e ignominioso. Pero precisamente en su pasión y muerte, Cristo da testimonio de su adhesión libre y consciente al querer del Padre, como se lee en la Carta a los Hebreos.

Este ha sido el resumen que de su catequesis ha hecho el Papa en español para los peregrinos de nuestra lengua presentes en la Plaza de san Pedro:RealAudioMP3

Queridos hermanos y hermanas:
En la primera parte del Cántico que hemos escuchado, consideramos cómo Cristo “se despoja” (Flp 2,6) de su gloria divina y asume la condición humana. Humillado por la muerte más infame, la crucifixión, es propuesto como modelo de vida para el cristiano. En efecto, éste debe tener “los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús” (v. 5), sentimientos de humildad y de entrega, de desprendimiento y generosidad.
Cristo, aun siendo igual a Dios, no usó su dignidad gloriosa y su poder como instrumento de triunfo, signo de distancia o expresión de supremacía. Al contrario, asumió sin reservas la condición humana, mísera y débil, marcada por el sufrimiento, la pobreza y la fragilidad, sometida al tiempo y al espacio. Esto le lleva hasta la frontera de lo que es nuestra finitud y caducidad, es decir, la muerte, obedeciendo así al designio de salvación querido por el Padre.
Saludo ahora a los peregrinos de lengua española, en particular a las parroquias y grupos procedentes las diversas partes de España, así como de Andorra, Argentina, México, Puerto Rico, Costa Rica, Honduras y demás países latinoamericanos. El próximo viernes es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús; pidámosle que nos ayude a amar a nuestros hermanos como él nos amó.
Muchas gracias por vuestra atención.
Benedicto XVI también ha saludado en distintas lenguas a los peregrinos presentes en la plaza de san Pedro. Entre otros, ha dirigido unas palabras a un grupo de militares ucranianos, que han pasado por Roma después de peregrinar a Lourdes. Lo mismo ha hecho con peregrinos checos llegados de la abadía benedictina Rajhrad y de Brno. Ha saludado a fieles croatas de Zagreb, a un grupo de peregrinos lituanos y a muchos polacos. A todos ha recordado que hoy iniciamos el mes dedicado a la oración al Sagrado Corazón de Jesús.

El Santo Padre ha invitado a pensar a menudo durante este mes de junio en este profundo misterio del Amor Divino. Y al final de la Audiencia General, se ha dirigido como siempre a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. “Vosotros querido jóvenes, en el Corazón de Cristo, aprended a asumir con seriedad las responsabilidades que os esperan en la vida. Vosotros, queridos enfermos, encontrad en este manantial infinito de misericordia la valentía y la paciencia par cumplir en cada ocasión la voluntad de Dios. Y vosotros, queridos recién casados, permaneced fieles al amor de Dios y testimoniadlo con vuestro amor conyugal”.







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