Audiencia general: “el poder, la riqueza, el prestigio no responden a la sed de nuestro
corazón”
Miércoles, 1 jun (RV).- Benedicto XVI ha centrado la catequesis de la Audiencia General
en el Himno cristológico de la Carta a los filipenses. Un himno breve, pero denso,
en el que queda reflejado el despojo paradoxal del Verbo divino, que depone su gloria
y asume la condición humana. Un himno donde Cristo encarnado y humillado por la muerte
más infame, la de la crucifixión, es propuesto como modelo de vida para el cristiano.
Éste, de hecho, como se afirma en el contexto, debe tener los mismos sentimientos
de una vida en Cristo Jesús. Sentimientos de humildad y de entrega de desprendimiento
y de generosidad.
Ciertamente, Cristo posee la naturaleza divina en todas sus
prerrogativas, pero esta realidad trascendente no es interpretada ni vivida como instrumento
de poder, de grandeza o de dominio. Cristo no usa su poder divino, su dignidad gloriosa,
ni su potencia como instrumento de triunfo, signo de distancia, o expresión de aplastante
supremacía. Al contrario, Él se despoja, se vacía de sí mismo, sumergiéndose sin reservas
en la mísera y débil condición humana. La “forma” divina se esconde en Cristo bajo
la “forma” humana, es decir, bajo nuestra realidad marcada por el sufrimiento, la
pobreza y por el límite de la muerte.
No se trata de un simple revestimiento,
de una apariencia cambiante, como se pensaba que ocurría a las divinidades de la cultura
greco-romana, sino que la de Cristo es la realidad divina en una experiencia auténticamente
humana. Él es verdaderamente “el Dios-con-nosotros” que no se limita mirarnos con
ojos complacientes desde el trono de su gloria, sino que se encarna personalmente
en la historia humana, convirtiéndose en “carne”, es decir, en realidad frágil, condicionada
por el tiempo y el espacio.
Este compartir radical de la condición humana,
excluido el pecado, conduce a Jesús hasta aquella frontera que es el signo de nuestro
límite y caducidad: la muerte. Ésta no es, sin embargo, fruto de un mecanismo oscuro
o de una ciega fatalidad: sino que nace de la elección de obediencia al designio de
salvación del Padre. El Apóstol añade que la muerte, a la que Jesús se dirige, es
la de la cruz, es decir, la más degradante, queriendo indicar de esta manera, que
es verdaderamente hermano de todo hombre y de toda mujer, obligados a un fin atroz
e ignominioso. Pero precisamente en su pasión y muerte, Cristo da testimonio de su
adhesión libre y consciente al querer del Padre, como se lee en la Carta a los Hebreos.
Este
ha sido el resumen que de su catequesis ha hecho el Papa en español para los peregrinos
de nuestra lengua presentes en la Plaza de san Pedro:
Queridos hermanos
y hermanas: En la primera parte del Cántico que hemos escuchado, consideramos
cómo Cristo “se despoja” (Flp 2,6) de su gloria divina y asume la condición humana.
Humillado por la muerte más infame, la crucifixión, es propuesto como modelo de vida
para el cristiano. En efecto, éste debe tener “los sentimientos propios de una vida
en Cristo Jesús” (v. 5), sentimientos de humildad y de entrega, de desprendimiento
y generosidad. Cristo, aun siendo igual a Dios, no usó su dignidad gloriosa
y su poder como instrumento de triunfo, signo de distancia o expresión de supremacía.
Al contrario, asumió sin reservas la condición humana, mísera y débil, marcada por
el sufrimiento, la pobreza y la fragilidad, sometida al tiempo y al espacio. Esto
le lleva hasta la frontera de lo que es nuestra finitud y caducidad, es decir, la
muerte, obedeciendo así al designio de salvación querido por el Padre. Saludo
ahora a los peregrinos de lengua española, en particular a las parroquias y grupos
procedentes las diversas partes de España, así como de Andorra, Argentina, México,
Puerto Rico, Costa Rica, Honduras y demás países latinoamericanos. El próximo viernes
es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús; pidámosle que nos ayude a amar a nuestros
hermanos como él nos amó. Muchas gracias por vuestra atención. Benedicto
XVI también ha saludado en distintas lenguas a los peregrinos presentes en la plaza
de san Pedro. Entre otros, ha dirigido unas palabras a un grupo de militares ucranianos,
que han pasado por Roma después de peregrinar a Lourdes. Lo mismo ha hecho con peregrinos
checos llegados de la abadía benedictina Rajhrad y de Brno. Ha saludado a fieles croatas
de Zagreb, a un grupo de peregrinos lituanos y a muchos polacos. A todos ha recordado
que hoy iniciamos el mes dedicado a la oración al Sagrado Corazón de Jesús.
El
Santo Padre ha invitado a pensar a menudo durante este mes de junio en este profundo
misterio del Amor Divino. Y al final de la Audiencia General, se ha dirigido como
siempre a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. “Vosotros querido jóvenes,
en el Corazón de Cristo, aprended a asumir con seriedad las responsabilidades que
os esperan en la vida. Vosotros, queridos enfermos, encontrad en este manantial infinito
de misericordia la valentía y la paciencia par cumplir en cada ocasión la voluntad
de Dios. Y vosotros, queridos recién casados, permaneced fieles al amor de Dios y
testimoniadlo con vuestro amor conyugal”.